Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.
En cuanto me desperté me di cuenta de que era demasiado temprano. Estaba
invirtiendo el horario del día y la noche. La tele estaba encendida; era la
única luz que iluminaba la habitación, pero el sonido estaba desactivado. El reloj
que había sobre la televisión marcaba las dos de la madrugada. Escuché un
murmullo de voces hablando a toda velocidad y en voz muy baja, y supuse que
sería eso lo que me había despertado. Me quedé tumbada en el sofá durante un
minuto esperando que mis ojos y oídos se acostumbraran. Resultaba muy extraño
que hablaran lo bastante alto como para que los escuchara. Bajé rápidamente los
pies y me incorporé.
Alice y Jasper se sentaban juntos. Alice estaba dibujando otra vez, Jasper
miraba el boceto por encima del hombro de esta. Estaban tan absortos en el
trabajo de Alice que no miraron cuando me acerqué.
Me arrastré hasta el lado de Jasper para echar un vistazo.
—Ha visto algo más —le dije en voz baja a Jasper.
—Sí. Algo ha hecho regresar a la rastreadora a la habitación donde
estaba el video, y ahora está iluminada —respondió.
Observé a Alice dibujar una habitación cuadrada con vigas oscuras en el
techo bajo. Las paredes estaban cubiertas con paneles de madera, un poco más
oscuros de la cuenta, pasados de moda. Una oscura alfombra estampada cubría el
suelo. Había una ventana grande en la pared oeste, un vano que daba a una sala
de estar. Uno de los lados de esta entrada era de piedra y en él se abría una
gran chimenea de color canela que daba a ambas habitaciones. Desde este punto
de vista, el centro de la imagen lo ocupaban un televisor y un video —en
equilibrio un tanto inestable sobre un soporte de madera demasiado pequeño para
los dos—, que se encontraban en la esquina sudoeste de la habitación. Un viejo
sofá de módulos se curvaba en frente de la televisión con una mesita de café
redonda delante.
—El teléfono está allí —susurré e indiqué el lugar.
Ambos me miraron.
—Es la casa de mi madre.
Alice ya estaba en la otra punta de la habitación con el móvil en la mano; empezó a marcar. Contemplé
ensimismada la fiel interpretación de mi sala de estar. Jasper se acercó aún
más a mí, cosa rara en él, y me puso la mano suavemente en el hombro. El contacto
físico acentuó su influjo tranquilizador. La sensación de pánico se difuminó y
no llegó a tomar forma.
Los labios de Alice eran una mancha borrosa, hablaba tan deprisa que su
voz no era más que un sordo zumbido imposible de entender.
—Bella —me llamó Alice. Le miré atontada—. Bella, Edythe viene de
camino. Emmett, Carlisle y ella te van a recoger para esconderte durante un
tiempo.
—¿Edythe está viniendo?
—Sí. Va a tomar el primer vuelo que salga de Seattle. La recogeremos en
el aeropuerto y te irás con ella.
—Pero, mi madre… —aunque Jasper me estaba tocando, noté como el pánico
se expandía por mi pecho—. ¡La rastreadora ha venido por mi madre, Alice!
—Jazz y yo nos aseguraremos de que esté a salvo.
—No podemos ganar a la larga, Alice. No pueden proteger a toda la gente
que conozco durante toda la vida. ¿No ves lo que está haciendo? No me persigue
directamente a mí, pero encontrará y hará daño a cualquier persona que yo ame…
Alice, no puedo…
—La atraparemos, Bella.
—¿Y si te hiere, Alice? ¿Crees que eso me va a parecer bien? ¿Crees que
solo puede hacerme daño a través de mi familia humana?
Alice miró a Jasper de forma significativa. Una espesa niebla de
agotamiento se apoderó de mí y los ojos se me cerraron sin que pudiera
evitarlo. Luché contra la niebla, consciente de lo que estaba pasando. Forcé a
mis ojos para que se abrieran y me levanté, alejándome de la mano de Jasper.
—No necesito dormir —espeté enfadada.
Volví a la habitación y cerré la puerta, en realidad, casi di un portazo
para dejarme caer en la cama, hecha pedazos, con cierta privacidad. Alice no me
siguió en esta ocasión, tal y como esperaba. Quizás hubiera visto cómo iba a
recibirle. Estuve contemplando la pared durante casi cuatro horas, hecha un
ovillo, meciéndome. Mi mente vagabundeaba en círculos, intentando salir de
alguna manera de aquella pesadilla. No veía ninguna escapatoria, y solo un
final posible. La única cuestión era cuánta gente iba a resultar herida antes
de que eso ocurriera.
El único consuelo, la única esperanza que me quedaba era saber que
pronto vería a Edythe. Quizá, sería capaz de hallar la solución que ahora me
rehuía solo con volverla a ver.
Regresé al salón, sintiéndome un poco culpable por mi comportamiento,
cuando sonó el móvil. Esperaba no haber ofendido a nadie, que se dieran cuenta
de que solo podía estar agradecida por los sacrificios que hacían por mí.
Alice hablaba a toda velocidad por teléfono de nuevo. Miré alrededor,
pero Jasper no estaba. El reloj decía que eran las cinco y media de la mañana.
—Acaban de subir al avión. Aterrizarán a las nueve cuarenta y cinco —dijo
Alice.
Solo tenía que intentar no desmoronarme durante unas cuanta horas más,
hasta que ella llegara.
—¿Dónde está Jasper?
—Ha ido a reconocer el terreno.
—¿No se van a quedar aquí?
—No, nos vamos a instalar más cerca de la casa de tu madre.
Sentí ganas de vomitar, pero el móvil sonó de nuevo. Alice miró el
número y me tendió el teléfono. Yo se lo arranqué de la mano.
—¿Mamá?
—¿Bella? ¿Bella? —era la voz de mi madre, con ese timbre familiar que le
había oído miles de veces en mi infancia cada vez que me acercaba demasiado al
borde de la acera o me alejaba demasiado de su vista en un lugar atestado de
gente. Era el timbre del pánico.
—Tranquilízate, mamá —contesté, con la más sosegada de las voces,
mientras me separaba lentamente de Alice y me encaminaba de vuelta a la
habitación. No estaba segura de poder mentir de forma convincente con sus ojos
fijos en mí—. Todo va bien, ¿de acuerdo? Dame un minuto nada más y te lo
explicaré todo, te lo prometo.
Hice una pausa, sorprendida de que no me hubiera interrumpido ya.
—¿Mamá?
—Ten mucho cuidado de no soltar una palabra más hasta que haya dicho
todo lo que tengo para decir —la voz que acababa de escuchar me fue tan poco
familiar como inesperada. Era una voz de mujer, pero no la de mi madre. Era una
suave voz de soprano, muy agradable e impersonal, la clase de voz que se oye de
fondo en los anuncios deportivos de lujo. Hablaba muy deprisa—. Bien, no tengo
por qué hacer daño a tu madre masi que, por favor, haz exactamente lo que te
diga y no le pasará nada —hizo una pausa de un minuto mientras yo escuchaba,
muda de horror—. Muy bien —me felicitó—. Ahora repite mis palabras, y procura
que parezca natural. Por favor, di: «No, mamá, quédate donde estás».
—No, mamá, quédate donde estás —mi voz apenas sobrepasaba el volumen de
un susurro.
—Empiezo a darme cuenta de que esto no va a ser fácil —la voz parecía
divertida, todavía agradable y amistosa—. ¿Por qué no entras en otra habitación
para que la expresión de tu rostro no lo eche todo a perder? No hay motivo para
que tu madre sufra. Mientras caminas, por favor, di: «Mamá, por favor, escúchame».
¡Vamos, dilo ya!
—Mamá, por favor, escúchame —supliqué.
Me encaminé despacio hacia el dormitorio sin dejar de sentir la mirada
preocupada de Alice clavada en mi espalda.
Cerré la puerta al entrar mientras intentaba pensar con claridad a pesar
del pavor que incapacitaba mi mente.
—¿Hay alguien donde te encuentras ahora? Contesta solo sí o no.
—No.
—Pero todavía pueden oírte, estoy segura.
—Sí.
—Está bien, entonces —continuó la voz amigable—, repite: «Mamá, confía
en mí».
—Mamá, confía en mí.
—Esto ha salido bastante mejor de lo que yo creía. Estaba dispuesta a
esperar, pero tu madre ha llegado antes de lo previsto. Es más fácil de este
modo, ¿no crees? Menos suspenso y menos ansiedad para ti.
Esperé.
Ahora, quiero que me escuches con mucho cuidado. Necesito que te alejes
de tus amigos, ¿crees que podrías hacerlo? Contesta sí o no.
—No.
—Lamento mucho oír eso. Esperaba que fueras un poco más imaginativa.
¿Crees que te sería más fácil separarte de ellos si la vida de tu madre
dependiera de ello? Contesta sí o no.
No sabía cómo, pero debía encontrar la forma.
—Sí —musité.
—Muy bien, Bella. Esto es lo que has de hacer. Quiero que vayas a la
casa de tu madre. Hay un número junto al teléfono. Llama y te diré a dónde
tienes que ir desde allí —me hacía una idea de a dónde iría y dónde terminaría
aquel asunto, pero, a pesar de todo, pensaba seguir las instrucciones con
exactitud—. ¿Puedes hacerlo? Contesta sí o no.
—Sí.
—Y que sea antes del mediodía, por favor, Bella. No tengo todo el día —pidió.
—¿Dónde está Phil? —siseé.
—Ah, y ten cuidado, Bella. Espera hasta que yo te diga cuándo puedes
hablar, por favor.
Esperé.
—Es muy importante ahora que no hagas sospechar a tus amigos cuando
vuelvas con ellos. Diles que ha llamado tu madre, pero que la has convencido de
que no puedes ir a casa por lo tarde que es. Ahora, responde después de mí: «Gracias,
mamá. Te veré pronto». Dilo ya.
—Te quiero, mamá —estuve a punto de ahogarme—. Te veré pronto —prometí.
—Adiós, Bella. Estoy deseando verte de nuevo.
Y colgó.
Mantuve el móvil pegado al oído. El miedo me había agarrotado los dedos
y no conseguía estirar la mano para soltarlo.
Sabía que debía ponerme a pensar, pero el sonido de la voz aterrada de
mamá ocupaba toda mi mente. Transcurrieron varios segundos antes de que
recobrara el control.
Despacio, muy despacio, mis pensamientos consiguieron romper el espeso
muro del dolor. Planes, tenía que hacer planes, aunque ahora no me quedaba más
opción que ir a la habitación del espejo y morir. No había ninguna garantía de
que hacer lo que me pedía fuera a mantener a mi madre con vida. Mi única
esperanza era que Joss se diera por satisfecha con ganar la partida, que
derrotar a Edythe fuera suficiente. La desesperación se cernía como un nudo
corredizo alrededor de mi cuello, porque no había nada con lo que pudiera
negociar, nada que le importara para ofrecer o retener. Pero por muchas vueltas
que le diera no había ninguna otra opción. Tenía que intentarlo.
Situé el pánico en un segundo plano lo mejor que pude. Había tomado la
decisión. No servía para nada perder tiempo angustiándome por ella. Debía pensar
con claridad, porque Alice y Jasper me estaba esperando y era esencial, aunque parecía
imposible, conseguir que pensaran que todo iba bien.
Me sentí repentinamente agradecida de que Jasper no estuviera. Hubiera sentido
la angustia de los últimos cinco minutos de haber estado en la habitación del
hotel, y en tal caso, ¿cómo iba a engañarlos? Luché contra el miedo y el horror
y traté de cubrirlos con una tapadera. No podía permitírmelos ahora, ya que no
sabía cuándo volvería Jasper.
Intenté concentrarme en la fuga, pero inmediatamente me di cuenta de que
no podía planear nada. Tenía que permanecer indecisa. Sin duda, Alice no
tardaría en percibir el cambio, si es que no lo había visto ya. No podía
permitir que viera cómo sucedía. Si es que sucedía. ¿Cómo iba a conseguir
escapar? Sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera podía pensar en ello.
Quise ver qué conclusiones había sacado Alice de todo aquello —si es que
ya había percibido algún cambio—, pero tenía que resolver en soledad otra cosa
más antes de que Jasper volviera.
Debía aceptar que no volvería a ver a Edythe nunca más, ni siquiera una
última mirada que levarme a la habitación del espejo. Iba a herirla y no podía
decirle adiós. Era como si me estuvieran torturando. Me consumí en la angustia un
minuto, dejando que me quebrara por dentro. Y luego tuve que recomponerme para
enfrentarme a Alice.
La única expresión que podía adoptar sin meter la pata era la de una
muerta, con gesto vacuo, pero me pareció que podía ser una expresión
comprensible. Me dirigí a la sala de estar, con el guion de mi actuación
preparado.
Alice estaba doblada sobre el escritorio, aferrándose al borde con ambas
manos.
Su rostro…
En un primer momento el pánico atravesó mi máscara y salté rodeando el
sofá para llegar hasta ella. Mientras aún me dirigía hacia allí, caí en la
cuenta de lo que debía estar viendo, y me detuve en seco cuando estaba a apenas
unos metros de ella.
—Alice —dije inexpresiva.
No reaccionó cuándo mencioné su nombre, pero movía la cabeza de un lado
a otro.
Su expresión me hizo volver a sentir pánico: tal vez su reacción no
tuviera que ver conmigo, sino con mi madre.
Avancé un paso más, estirando la mano para tocarle el brazo.
—¡Alice! —exclamó Jasper con voz temblorosa desde la puerta.
Él ya se hallaba a su lado, justo detrás, cubriéndole las manos con las
suyas y soltando la presa que le aferraba a la mesa.
Al otro lado de la sala de estar, la puerta de la habitación se cerró
sola con un suave chasquido.
—¿Qué es? —Exigió saber—. ¿Qué ves?
Ella apartó el inexpresivo rostro de mí y miró a Jasper a los ojos como
si no pudiera verlo.
—Bella —dijo Alice.
—Estoy aquí —repliqué.
Aunque con una expresión ausente, Alice giró la cabeza hasta que
nuestras miradas se engarzaron. Comprendí que no me hablaba a mí, sino que
había respondido a la pregunta de Jasper.
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