jueves, 1 de junio de 2023

Conversión

Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.



Al final terminé por cambiar de opinión.
El fuego que sentía en el brazo no había sido tan terrible. Era la peor sensación que había experimentado hasta el momento, sí. Pero no podía compararse con tener el cuerpo entero en llamas.
Le imploré qué lo detuviera. Le dije que eso era lo único que en realidad deseaba: qué el ardor cesara. Lo único que quería.
Escuché a Alice diciéndole que todo el mundo decía lo mismo, recordándole que ella también había suplicado a Carlisle que la matara, diciéndole que mi primera decisión era la que contaba.
Recuerdo que, en un momento dado, le grité qué se callara.
Creo que se disculpó.
Pero, sobre todo, me costaba prestar atención a lo que pasaba más allá del fuego. Sé que me movieron. Tuve la sensación de estar en aquel suelo de madera ensangrentado y cubierto de vómito durante mucho tiempo, pero me era difícil calcular el paso de los minutos. A veces Carlisle decía algo y daba la impresión de que transcurría un año antes de que Alice le contestara, pero probablemente era el fuego el que transformaba los segundos en años.
Y, entonces, alguien cargó conmigo. Vi el sol durante otro de esos segundos que se me antojaron años: parecía pálido y frío. Luego, todo se oscureció. Y permaneció oscuro durante mucho tiempo.
Aún podía ver a Edythe. Me sostuvo en sus brazos, con mi rostro junto al suyo y una de sus manos en mi mejilla. Alice también estaba cerca. Creo que ella sostenía mis piernas. Cada vez que daba un alarido, ella se disculpaba. Intenté no gritar, ya que no me ayudaba. No encontraba ningún alivio, ninguna liberación en ello. Al fuego le daba absolutamente igual lo que hiciera; se limitaba a seguir consumiéndome.
Cuando conseguía enfocar la mirada, veía luces tenues desplazándose por el rostro de Edythe, aunque lo único que rodeaba su cabeza era negrura. Más allá de los sonidos de su voz y de la mía, lo único que escuchaba era un zumbido constante y profundo. A veces incrementaba su volumen y otras cesaba por completo.
No me di cuenta de que estaba otra vez en el asiento trasero del coche negro hasta que se detuvo. No escuché la puerta abrirse, pero el repentino resplandor de las luces fue cegador. Debí de encogerme al verlo, porque Edythe me susurró al oído:
—Solo hemos parado para rellenar el tanque de gasolina. Pronto estaremos en casa, Bella. Lo estás haciendo muy bien. Pronto habrá acabado. Lo siento muchísimo.
No pude sentir su mano en mi rostro: debía de estar fría, pero ya nada era frío. Intenté estirarme para tocársela, pero no era muy consciente de las respuestas de mis miembros. Creo que me agité, pero Edythe y Alice me contuvieron. Edythe supuso cuáles eran mis intenciones. Me tomó la mano y se la llevó a sus labios. Deseé poder notarlo. Intenté agarrar la suya, sin ser capaz de sentirlos. Tal vez lo conseguí. Ella no me soltó.
La oscuridad se intensificó. Al final ya no pude seguir viéndola. El interior del coche estaba oscuro como la tinta, y no notaba ninguna diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados. Empecé a sentir pánico. El fuego convirtió la noche en una especie de cámara de privación de los sentidos: no percibía nada que no fuera dolor, ni el asiento qué había debajo de mí, ni a Alice aferrándome las piernas, ni a Edythe sosteniendo mi cabeza y mi mano. Estaba completamente sola con la quemazón, y me sentía aterrada.
No sé qué debí jadear —mi voz había desaparecido por completo, no sé si por la afonía de los gritos o si estaba tan calcinada qué era incapaz de usarla— pero la de Edythe volvió a sonar en mi oído.
—Estoy aquí, Bella. No estás sola. No te dejaré. Aquí voy a estar. Escucha mi voz, estoy aquí contigo…
Oírla me tranquilizó, hizo que el pánico se desvaneciera; no así el dolor. La escuché, intentando no inspirar muy hondo para poder distinguirla mejor. Ya no necesitaba gritar. La intensidad del ardor solo aumentaba, nunca disminuía, pero estaba empezando a adaptarme. Era lo único que era capaz de sentir, pero no lo único en lo que podía pensar.
—Nunca quise esto para ti, Bella —prosiguió Edythe—. Daría cualquier cosa por detener todo esto. He cometido muchos errores. Debería haberme mantenido alejada de ti desde el primer día. No debería haber vuelto nunca. Te he destrozado la vida, te lo he quitado todo…
Parecía que estuviera sollozando de nuevo.
—No —intenté decir, pero no estoy segura de si en algún momento mi boca consiguió formar la palabra.
—El proceso está probablemente tan avanzado a estás alturas qué recordará esto —dijo Alice en voz baja.
—Eso espero —respondió Edythe con voz quebrada.
—En realidad, quería decir que quizá podrías aprovechar el tiempo de un modo más productivo. Hay muchas cosas que todavía desconoce.
—Tienes razón, Tienes razón —suspiró ella—. ¿Por dónde empiezo?
—Le podrías explicar cómo es estar sedienta —le sugirió Alice—. Esa fue la parte más dura cuando yo desperté. Y las expectativas sobre ella serán enormes.
Cuando Edythe contestó, fue como si escupiera las palabras a través de sus dientes.
—No la obligaré a ello. Ella no ha elegido esto. Es libre de convertirse en lo que quiera ser.
—Ja —espetó Alice—. La conoces demasiado bien como para creer eso, Edythe. La otra vía no será suficientemente buena para ella. ¿No lo ves? Estará bien.
Se produjo un silencio mientras ella leía lo que fuera qué Alice estuviera viendo en su mente. Aunque comprendía el silencio me dejó de nuevo a solas en el fuego. Empecé a entrar en pánico otra vez.
—Estoy aquí, Bella, estoy aquí. No tengas miedo —Edythe inspiró hondo—. Seguiré hablando. Hay tantas cosas que contarte… La primera es que, cuando esto pase, cuando seas… nueva, no serás exactamente como soy yo, no al principio, al menos. Ser una vampira neófita implica ciertas cosas, y la primera de ellas es que estarás constantemente sedienta. Durante un tiempo no podrás pensar en mucho más que en eso. Tal vez dure un año, puede que dos. Para cada persona es diferente. En cuanto esto termine, te llevaré a cazar. Querías ver como era, ¿no es así? Iremos con Emmett, para que veas su faceta de oso… —se le escapó una risa, un leve sonido apenado—. Si decides… qué quieres vivir como nosotros, será complicado. Sobre todo al principio. Quizá te cueste demasiado, y lo entenderé. Todos lo haremos. Si quieres intentarlo a mi manera, te acompañaré. Te indicaré quiénes son los monstruos humanos. Hay otras opciones. Lo que tú quieras. Si… Si no me quieres contigo, también lo entenderé, Bella, te juro que no te seguiré si me pides que no lo haga…
—No —jadeé. Esta vez, me escuché contestar, así que supe que lo había hecho bien.
—Ahora no tienes que tomar ninguna decisión más. Habrá tiempo para ello. Solo quiero que sepas que respetaré cualquier decisión que tomes —inspiró hondo de nuevo—. Probablemente debería advertirte sobre tus ojos. Ya no volverán a ser cafés —dejó escapar otro sollozo entrecortado—. Pero no permitas que te asusten. El resplandor no durará demasiado.
»Aunque supongo que ese es un detalle insignificante… Debería centrarme en las cosas más importantes. Las más duras, la peor de todas. Ay, lo siento tantísimo, Bella. No podrás volver a ver a tu padre ni a tu madre. No es seguro, les harías daño, no serias capaz de contenerte. Y… existen ciertas reglas. Reglas a las que, como tu creadora, estoy sometida. Ambas seríamos responsables si tú te descontrolaras. Ay —se quedó sin aliento—. Alice, hay tantas cosas que no sabe…
—Tenemos tiempo, Edythe. Relájate, tómatelo con calma.
Escuché cómo volvía a tomar aire.
—Las reglas —dijo—. Una única regla, con mil variantes posibles: la existencia de los vampiros debe permanecer en secreto. Eso significa que debemos controlar a los vampiros neófitos. Yo te enseñaré, te mantendré a salvo, te lo prometo —otro suspiro—. Y no podrás decirle a nadie lo que eres. Yo rompí esa regla. No pensé que pudiera hacerte mal, que alguien podría descubrirlo. Debería haberme dado cuenta de que mi simple proximidad terminaría por destruirte. Debería haber sabido que te arruinaría la vida, que me estaba mintiendo a mi misma sobre la existencia de alguna otra vía. Lo he hecho todo mal…
—Estas volviendo a dejar que la autoflagelación se anteponga a la información, Edythe…
—Es verdad, llevas razón —inspiró hondo—. Bella, ¿recuerdas el cuadro del despacho de Carlisle, el de los patrones nocturnos de las artes sobre los que te hablé? Son los Vulturis. Son…, a falta de una definición mejor, la policía de nuestro mundo. Te contaré algo más sobre ellos dentro de poco, pero ahora solo necesitas saber que existen para que puedas entender por qué no puedes decirle a Charlie ni a tu madre dónde estás. No puedes volver a hablar con ellos, Bella —su voz se estaba tornando más aguda, como si estuviera a punto de quebrarse—. Es lo mejor… No nos quedan muchas más opciones que dejar que piensen que has muerto. Lo siento. Ni siquiera tuviste ocasión de despedirte. ¡No es justo!
Se produjo una larga pausa durante la qué escuché cómo su respiración se entrecortaba.
—¿Por qué no vuelves a los Vulturis? —sugirió Alice—. Intenta mantener las emociones a raya.
—tienes razón —repitió ella en un susurro—. ¿Preparada para aprender sobre la historia de tu nuevo mundo, Bella?
Edythe habló toda la noche sin descanso, hasta que salió el sol y pude volver a ver su rostro. Me contó relatos que parecían cuentos de terror. Estaba empezando a atisbar cuán inmenso era aquel nuevo mundo, pero sabía que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera comprender la totalidad de su alcance.
Me habló de las personas que había visto en el cuadro con Carlisle, los Vulturis, y de como habían unido sus fuerzas durante la civilización Micénica. Me explicó cómo iniciaron una campaña milenaria para llevar la paz y el orden al mundo vampírico. Derrotaron a los vampiros qué sembraran el terror en Europa y a los que tenían sometido a Egipto. Una vez en el poder, establecieron reglamentos para mantener el mundo vampírico oculto y a salvo.
Intenté escuchar lo máximo que pude. No suponía distracción alguna frente al dolor —no había escapatoria posible—, pero era mejor pensar en aquello que en el fuego.
Edythe me dijo que los Vulturis eran quienes habían inventado todas las historias sobre las cruces, el agua bendita y los espejos. Durante siglos, consiguieron qué todas las referencias a los vampiros se convirtieran en mitos. Y ahora velaban por que así siguiera siendo. Los vampiros debían mantenerse en las sombras… o de lo contrario deberían hacer frente a las consecuencias.
Así que no podría volver a la casa de mi padre ni permitir que viera aquellos ojos que Edythe había calificado de «resplandecientes». No podría conducir hasta Florida para abrazar a mi madre y hacerle saber que no estaba muerta. Ni siquiera podría telefonearla para explicarle el confuso mensaje que le había dejado en el contestador. Si algo aparecía en las noticias, si se expandía el rumor de cualquier implicación sobrenatural en el asunto, la guardia de los Vulturis podría venir a investigar.
Tenía que desaparecer disimuladamente.
El fuego dolía mucho más que la mención de todas aquellas cosas. Pero sabía que aquello no duraría para siempre. Muy pronto, serían las que más me harían sufrir.
Edythe cambió rápidamente de tema, y me habló de un clan amigo en Canadá qué vivía del mismo modo que ellos. Tres rubias hermanas rusas y dos vampiros españoles eran los familiares más cercanos de los Cullen. Me contó que dos de ellos también tenían poderes extrasensoriales. Kate podía hacer algo relacionado con la electricidad y Eleazar conocía los talentos de cualquier vampiro con el que se encontrara.
Me habló de otros amigos, dispersos por todo el mundo. En Irlanda, en Brasil y en Egipto. Mencionó muchos nombres. Finalmente, Alice tuvo que volver a intervenir y pedirle que diera prioridad a otras cosas.
Edythe me contó que nunca envejecería. Que siempre tendría diecisiete años, igual que ella. Que el mundo se transformaría en torno a mí y que yo lo recordaría todo y jamás olvidaría un solo segundo.
Me contó como vivían los Cullen, trasladándose de una región nubosa a otra. Esme restauraba una casa para la familia. Alice invertía sus posesiones con resultados increíblemente beneficiosos. Decidían en conjunto una historia para explicar las relaciones entres ellos y Jasper creaba identidades nuevas y documentaba los pasados de cada uno. Carlisle conseguía un empleo en un hospital con sus nuevas credenciales, o volvía a la universidad para ampliar sus estudios en un campo nuevo. Si el lugar parecía prometedor, los menores de los Cullen fingían ser más jóvenes de lo que eran para poder permanecer más tiempo.
Cuando mi periodo como vampira neófita hubiera concluido, podría volver a la escuela. Pero mi educación tendría que esperar por el momento. Tenía mucho tiempo por delante y a partir de ahora recordaría cualquier cosa que leyera o escuchara.
Jamás volvería a dormir.
La comida me resultaría desagradable. Nunca volvería a tener hambre, solo sed.
No me enfermaría nunca, ni tampoco volvería a sentir cansancio.
Sería capaz de correr más deprisa qué un coche de carreras. Poseería una fuerza mayor que cualquier otra especie del planeta.
No necesitaría respirar.
Podría ver con mayor claridad, y escuchar incluso el sonido más sutil.
Mi corazón dejaría de latir al día siguiente o al otro, y nunca más volvería a hacerlo.
Sería un vampiro.
Una de las pocas cosas buenas de la quemazón era que me permitía escuchar aquello con cierta distancia. Me concedió tiempo para procesar lo que Edythe me estaba contando sin emociones. Sabía que las emociones llegarían después.
Nuestro viaje terminó cuando empezó a oscurecer de nuevo. Edythe me transportó hasta la casa como si fuera una niña, y se sentó conmigo en el gran salón. Su rostro pasó de tener un fondo negro a uno blanco. Ahora podía verla con mayor claridad, y no creía que se debiera solo a la luz.
Mi rostro se reflejó en sus ojos, y me sorprendió descubrir que, efectivamente, era un rostro y no un trozo de carbón, aunque reflejaba una angustia inmensa. Aún así, me consoló saber que no era el montón de cenizas en el que sentía que me había convertido.
Me contó más historias para ocupar el tiempo, y los demás presentes en la sala hicieron turnos para ayudarla. Carlisle se sentó en el suelo junto a mí y me contó una historia absolutamente asombrosa sobre la familia de Jules: su tatarabuelo había sido un verdadero hombre lobo. Todas las cosas de las que Jules se había mofado eran absolutamente verídicas. Carlisle me contó que él les había prometido no volver a morder a ningún otro humano. Aquello formaba parte del tratado qué existía entre ellos, el que implicaba que los Cullen jamás podrían dirigirse al oeste, hacía el océano.
Al final, Jasper me contó su historia. Supongo que decidió que ya estaba preparada para ella. Cuando lo hizo, me alegré de que mis emociones estuvieran prácticamente enterradas bajo el fuego. Él me habló del ejército al qué había pertenecido —primero el humano y luego el vampírico—, de una vida llena de carnicerías y muertes, y de cómo se liberó. Me habló del día en que Alice le había permitido encontrarla.
Esme me habló de como su vida había terminado mucho antes de suicidarse, de su esposo, violento y alcohólico, y de un hijo que amó más que a su propia vida. Me habló de como escapó de su esposo y como saltó por un acantilado luego de que su hijo muriese poco después de nacer. Entonces me contó que, tras el dolor, había visto a un hombre increíblemente hermoso, vestido con un uniforme de médico, un uniforme que recordaba haber visto en otro lugar, en una época feliz, cuando era una joven. Un médico que no había envejecido un solo año.
Emmett me relató cómo había sido atacado por un oso y cómo después había visto un ángel que lo llevaba hasta Carlisle en lugar de al cielo. Me contó que en un primer momento pensaba que había sido enviado al infierno —con razón, admitió— y que, después, había entrado finalmente al paraíso.
Fue él quien me relató cómo había conseguido escapar el pelirrojo. No había vuelto a acercarse a Charlie después de registrar su casa. Cuando todos estuvimos de regreso en Forks, Rosalie, Jasper y él siguieron el rastro del hombre lo más lejos que pudieron. Desapareció en el mar de los Salish y no habían sido capaces de ubicar el lugar por el que había salido a la superficie. Por lo que sabían, podía haber nadado hasta el océano Pacífico, y de ahí a otro continente. Debía de haber supuesto que Joss había perdido la batalla y que lo más sensato era desaparecer.
Incluso Rosalie tuvo su turno. Me habló de una vida consumida por la vanidad, llena de posesiones materiales, de ambición. Me habló del único hijo de un hombre poderoso y cómo había planeado casarse con él. Me contó que el apuesto hijo fingía amarle para complacer a su padre, pero que a la primer oportunidad él y sus amigos atacaron a Rosalie dejándola abandonada en medio de la calle fría para que muriese. Me contó el modo en que se había vengado. Rosalie fue quien menos cuidado puso en la elección de sus palabras. Me contó que había perdido a su familia, y que nada de todo aquello compensaba la pérdida.
Cuando Edythe susurró el nombre de Emmett, gruñó una única vez y luego se marchó.
Creo que Alice debió ver el vídeo de Joss en el estudio de danza mientras Rosalie y Emmett hablaban. Cuando Rosalie se fue, Alice ocupó su puesto. Al principio no entendí el tema de su conversación, porque Edythe era la única que se expresaba en voz alta, pero finalmente lo capté. Alice estaba buscando algo en su ordenador portátil, intentando reducir las opciones de los lugares donde podía haber transcurrido su vida humana. Me alegré de que no pareciera hacer ninguna otra referencia a la cinta: su atención se centraba en su pasado. Yo traté de recordar cómo usar mi voz para poder detenerla si intentaba mencionar alguna otra cosa sobre el resto de video. Esperaba que Alice hubiera sido lo suficientemente astuta como para destruir la cinta antes de que Edythe pudiera verla.
Las historias me ayudaron a distraerme, a prepararme, mientras el fuego ardía, pero solo podía prestar una atención limitada. Mi mente estaba catalogando el fuego, experimentándolo de nuevas maneras. El modo en que percibía tan definidamente cada centímetro, cada milímetro de mi piel resultaba asombroso. Era como si pudiera sentir la manera en que ardía cada una de mis células. Podía distinguir la diferencia entre el dolor de las paredes de mis pulmones y el de las plantas de mis pies, el del interior de mis globos oculares o el que me recorría la columna vertebral. Todas eran agonías distintas y claramente identificables.
Oía el golpeteo de mi corazón, que se me antojaba extremadamente intenso, como si estuviera conectado a un amplificador. También oía otras cosas. Principalmente, la voz de Edythe, y a veces a los demás hablando, pero no los veía. Una vez oí música, pero no supe distinguir de dónde procedía.
Tuve la sensación de permanecer varios años tumbada en aquel sofá, con la cabeza apoyada en el regazo de Edythe. Las luces nunca llegaron a apagarse, de modo que no sabía si era de día o de noche. Pero los ojos de Edythe se mantuvieron dorados en todo momento. Así que supuse que el fuego mentía de nuevo sobre el transcurso del tiempo.
Era tan consciente de todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo que percibí inmediatamente el momento en que algo cambió.
Empezó en los dedos de mis pies; ya no los sentía. Era como si el fuego por fin hubiera vencido, reduciendo partes de mí a cenizas. Edythe había dicho que no estaba muriéndome, sino convirtiéndome, pero en aquel momento de pánico pensé que se había equivocado. Quizá aquella conversión vampírica no funcionara conmigo. Tal vez toda aquella quemazón no fuera más que una manera de morir, la peor de todas.
Edythe notó qué volvía a asustarme y comenzó a tararearme algo al oído. Intenté ver en lado positivo. Si aquel momento me estaba matando, terminaría en algún momento. Y si iba a terminar, al menos podría pasar lo que me quedaba de vida en brazos de Edythe.
Pero entonces me percaté de que mis dedos seguían allí, solo que no ardían. De hecho, el fuego también estaba abandonando las plantas de mis pies. Me alegré infinitamente de comprender lo que estaba pasando, porque las siguientes en recuperar la sensibilidad fueron las yemas de los dedos de las manos. No tenía motivo para volver a entrar en pánico, y tal vez sí una razón para sentirme esperanzada. El fuego se estaba extinguiendo.
Solo que daba la sensación de que, más que apagarse, se estuviera… desplazando. El fuego, qué había abandonado mis extremidades, parecía estar fluyendo hacia el centro de mi cuerpo, avivando las llamas, intensificando el calor. Era incapaz de creer que pudiera existir un ardor aún más intenso.
Mi corazón, que ya latía con gran fuerza, empezó a hacerlo a mayor velocidad. Parecía que allí era donde se concentraba el núcleo del fuego. Estaba absorbiendo las llamas de mis manos y mis tobillos, liberándolas del dolor pero multiplicando el calor y la agonía en mi pecho.
—Carlisle —lo llamó Edythe.
Carlisle entró en el salón, y lo más asombroso de todo fue que pude oírlo cuando lo hizo. Edythe y su familia jamás hacían ruido al moverse. Pero ahora, si escuchaba con atención, era capaz de oír el leve roce que emitían los labios de Carlisle al hablar.
—Ah. Ya casi ha terminado.
Deseé sentir alivio, pero la creciente agonía qué sentía en el pecho me incapacitó para experimentar cualquier otra cosa. Alcé la vista hacia el rostro de Edythe. Estaba más hermosa que nunca, porque ahora podía verla mejor que nunca, pero no pude apreciar plenamente su belleza. Sentía tanto dolor…
—¿Edythe? —jadeé.
—Estás bien, Bella. Está terminando. Lo sé, lo siento. Recuerdo cómo fue.
El fuego rasgó mi pecho, inundándolo de más calor, extrayéndolo de mis codos y mis rodillas. Imaginé a Edythe pasando por aquello, sufriendo de aquel modo, y mi dolor adoptó una perspectiva distinta. En aquel momento, ella ni siquiera conocía a Carlisle, ni tampoco sabía qué le estaba pasando. A ella no la habían sostenido durante todo el proceso los brazos de alguien a quien amaba.
El dolor me desapareció de prácticamente todo el cuerpo, salvo de mi pecho. El único remanente quedaba en mi garganta, pero era un tipo de ardor distinto, más seco, molesto…
Volví a escuchar ruido de pasos, y supe que podía distinguir las diferencias entre ellos. El paso decidido y confiado era de Emmett, no había duda. El de Alice era el más rítmico y rápido. El de Esme era un poco más lento y cauteloso. Jasper fue el que se quedó junto a la puerta. Y creo que escuché a Rosalie respirar tras él.
Y entonces…
—¡Aaahhh!
Mi corazón despegó batiendo como las palas de un helicóptero, con el sonido de una sola nota sostenida: parecía que se abriría camino a través de mis costillas. El incendio llameó en el centro de mi pecho, absorbiendo los restos de llamas del resto de mi cuerpo para alimentar el más abrasador de los rescoldos. Fue tan intenso que me aturdió. La espalda se me arqueó, doblándome como si el fuego me estuviera alzando desde el corazón.
Se inició una batalla en mi interior: mi corazón desbocado bombardeada al fuego desatado y ambos iban perdiendo.
El fuego estrechó su cerco, concentrándose en una dolorosa bola del tamaño de un puño con una oleada final insoportable. Esa llamarada fue contestada por un profundo golpe sordo qué sonó como a hueco. Ni corazón tartamudeó un par de veces y después latió solo una vez más.
Ya no hubo ningún otro sonido. Ni una respiración, ni siquiera la mía.
Durante un momento, lo único que pude comprender fue la ausencia de dolor.
No me costó ignorar el leve resquemor seco de mi garganta, ya que la sensación del resto de mi cuerpo era asombrosa. El alivio me produjo una sacudida increíble.
Me quedé mirando a Edythe, estupefacta. Tenía la sensación de que me acababan de quitar de los ojos una venda que me los hubiera estado cubriendo durante toda la vida. Qué visión tan espectacular.
—¿Bella? —me preguntó. Ahora que por fin podía concentrarme en ella, la hermosura de su voz me pareció irreal—. Sí, puede llegar a ser bastante confuso. Te acostumbrarás.
¿De verdad podía alguien acostumbrarse a escuchar una voz así? ¿A ver un rostro como aquel?
—Edythe —dije, y el sonido de mi propia voz me impresionó.
¿Esa era yo? No parecía mi voz. No sonaba… humana.
Desconcertada, estiré el brazo para tocarle la mejilla. Al instante en que había considerado la idea de tocarla, mi mano estaba rozando el lado de su mejilla. No había un fragmento de tiempo entre concebir levantar la mano y observar cómo se desplazaba a su destino. Sencillamente, ya estaba allí.
—Guau.
Ella se recostó para que la tocara, puso su mano sobre la mía y la sostuvo contra su cara. Resultaba extraño porque era un rasgo familiar: me encantaba cuando hacía aquello, percibir que le gustaba que la tocara de aquel modo, que significaba algo para ella. Pero, al mismo tiempo, era completamente distinto. Su rostro ya no estaba frío. Su mano no destacaba contra la mía. Ahora no había diferencia entre nosotras.
La miré a los ojos y luego me acerqué para observar mejor la imagen que reflejaban.
—Ahhh… —un leve jadeó escapó por accidente de mi garganta, y sentí que mi cuerpo se paralizaba por la sorpresa. Era curioso: quedarme paralizada como una estatua a causa de la conmoción me parecía la reacción más natural.
—¿Qué pasa, Bella? —se inclinó un poco más, preocupada, pero lo único que consiguió fue acercar el reflejo.
—¿Los ojos? —jadeé.
Ella suspiró y arrugó la nariz.
—Termina desapareciendo —me prometió—. Yo sentí terror de mi misma cada vez que me miraba al espejo durante los primeros seis meses.
—Seis meses —murmuré—. ¿Y luego serán dorados como los tuyos?
Ella apartó la vista y miró por encima del sofá hacia una figura que no alcanzaba ver detrás de nosotras. Quise incorporarme, pero me daba un poco de miedo moverme. Percibía mi cuerpo de un modo muy extraño.
—Eso dependerá de tu dieta, Bella —dijo Carlisle, con voz tranquila—. Si cazas como nosotros, tus ojos terminarán adoptando este color. Si no, tendrán el mismo aspecto que los de Lauren.
Decidí que intentaría sentarme.
Y, igual que había pasado antes, el pensamiento se transformó en acción. Sin hacer ningún movimiento, me incorporé. Edythe mantuvo mi mano entre las suyas cuando la aparté de su cara.
Estaban todos allí, detrás del sofá, observando. Había acertado de pleno con mis suposiciones: Carlisle era el que estaba más cerca, y luego Emmett, Alice y Esme. Jasper se encontraba en el umbral de una puerta qué daba a otra habitación mientras Rosalie observaba a un lado de su hombro.
Contemplé sus rostros, sorprendida de nuevo. Si mi cerebro no hubiera sido mucho más… espacioso que antes, se me habría olvidado lo que estaba a punto de decir. Pero, como sí que lo era, me recobré bastante rápido.
—No, quiero hacerlo a su manera —le dije a Carlisle—. Es lo correcto.
Carlisle sonrió. Si hubiera tenido que respirar para sobrevivir, aquella sonrisa me habría dejado sin aliento.
—Ojalá fuera tan sencillo, pero es una elección noble. Te ayudaremos en todo lo que podamos.
Edythe me tocó el brazo.
—Ahora deberíamos cazar, Bella. Te aliviará el dolor de la garganta.
La mención de mi garganta trajo esa quemazón a la parte central de mi mente. Tragué, pero…
—¿Cazar? —preguntó mi nueva voz—. Yo, esto, bueno, nunca he ido de cacería. Ni siquiera a una cacería normal con rifles, así que no creo que pueda… Quiero decir, que no tengo ni idea de cómo…
Emmett rio en voz baja.
Edythe sonrió.
—Yo te enseñaré. Es muy fácil, muy natural. ¿No querías verme cazar?
—¿Nosotras dos solas? —quise asegurarme.
Ella se mostró confusa durante una fracción de segundo, y luego su rostro se relajó.
—Claro. Como tú quieras. Ven conmigo, Bella.
Se incorporó inmediatamente, aún sosteniendo mi mano. Y entonces yo también me puse de pie, y el movimiento me resultó tan sencillo qué me pregunté por qué me había dado miedo intentarlo. Con aquel cuerpo podía hacer cualquier cosa que me propusiera.
Edythe corrió a la pared trasera de la gran sala, el muro de cristal que ahora actuaba de espejo, porque afuera era de noche. Vi dos figuras pálidas corriendo hacia allí y me detuve. Lo más extraño fue que, cuando lo hice, el frenazo fue tan repentino qué Edythe siguió corriendo, todavía tomada de mi mano y, aunque tiraba de mí, yo no me moví. De echo, fue mi mano la que la atrajo hacia mí con gran facilidad. Pero solo una parte de mi cerebro se percató de aquello, porque, fundamentalmente, lo que estaba haciendo era observar mi reflejo.
Había visto mi rostro deformado justo en el centro de la forma convexa de sus ojos, sin detalles. En realidad solo había visto mis ojos —brillantes, de un rojo casi resplandeciente— y aquello había bastado para captar toda mi atención. Ahora veía toda mi cara, mi cuello mis brazos.
Si alguien hubiera recortado una silueta de mi yo humano, aquella versión renacida de mí cabría en ese mismo espacio. Pero, aunque ocupaba el mismo volumen, todas mis facciones eran distintas. Más duras, más pronunciadas. Como si alguien hubiera moldeado una escultura de mi imagen en hielo y hubiera dejado los bordes sin pulir.
Era muy difícil pasar por alto el color de mis ojos, pero la forma también parecía distinta. Recordaba muy vagamente el aspecto que solían tener, como si solo lo hubiera visto a través de agua turbia: indecisa, permanentemente insegura de quien era. Entonces, después de conocer a Edythe —todavía me costaba mucho recuperar mis recuerdos, y me resultaba incómodo intentarlo— de repente habían adoptado un aspecto más resuelto.
Pero mis nuevos ojos habían superado con creces aquella resolución, y ahora tenían una actitud feroz. Si me hubiera cruzado con aquella versión de mí en un callejón oscuro, me habría infundido terror.
Que era el objetivo, aventuré. Se suponía que ahora la gente tenía que tenerme miedo.
Ya no vestía mis ropa manchada de sangre, ahora llevaba un vestido azul que no reconocía. No recordaba cuando me habían cambiado, pero lo entendía: vampiro o humano, a nadie le agradaba estar junto a una persona empapada en vómito.
—Guau —dije, engarzando mis ojos con los de Edythe en el reflejo.
Aquello también resultaba muy extraño, porque la Bella del espejo no desentonaba al lado de Edythe. Aquel parecía su lugar natural, no como antes, cuando la gente únicamente concebía qué estuviera conmigo por lástima.
—Es demasiado —dijo ella.
Inspiré hondo y asentí.
—De acuerdo.
Ella tiró de mano de nuevo y yo la seguí. Antes de que hubiera transcurrido un cuarto de segundo, atravesamos las puertas de cristal qué había tras las escaleras y estuvimos en el patio trasero.
Las nubes eran tan espesas que no se veían ni la luna ni las estrellas. La oscuridad debería haber sido total fuera del rectángulo de luz que se proyectaba a través de las puertas de cristal, pero no era así. Lo veía todo.
—Guau —dije de nuevo—. Esto es alucinante.
Edythe me miró como si mi reacción la sorprendiera. ¿Se le había olvidado cómo había sido la primera vez que había visto el mundo a través de sus ojos de vampira? Creía que me había dicho que nunca volvería a olvidar nada.
—Vamos a tener que adentrarnos mucho en el bosque —me dijo—. Por precaución.
Recordé la esencia de las nociones de caza que me había dado.
—De acuerdo. Para que no haya gente cerca. Lo entiendo.
La misma expresión sorprendida centelleó en su rostro de nuevo, pero desapareció inmediatamente.
—Sígueme —me dijo.
Cruzó el jardín a tal velocidad qué supe que a mis antiguos ojos les hubiera resultado imposible verla. Entonces, al llegar a la orilla del río, se lanzó dibujando un elevado arco que la propulsó por encima del agua hasta los árboles qué había al otro lado.
—¿En serio? —le grité.
Escuché su risa.
—Te prometo que es fácil.
Genial.
Suspiré y empecé a correr.
Correr nunca había sido mi fuerte. No se me daba demasiado mal si el terreno era plano, si prestaba bastante atención y si me miraba los pies. Bueno, para ser sinceros, incluso así conseguía hacerme un lío y caerme.
Aquello era tan distinto… Estaba sobrevolando el jardín, más rápido de lo que me había movido en mi vida, pero es que me resultaba muy sencillo apoyar el pie en el lugar exacto en que debía hacerlo. Percibía todos los músculos, casi era capaz de ver las uniones entre ellos mientras se movían acompasadamente, y podía hacer que se movieran exactamente del modo que yo quería. Cuando llegué a la orilla del río, ni siquiera me detuve. Me impulsé desde la misma roca que Edythe y, entonces, volé de verdad. El río se deslizó a mis espaldas mientras me propulsaba por el aire. Aterricé más allá de donde lo había hecho Edythe y me precipité hacia el bosque.
Sentí un instante de pánico cuando me di cuenta de que ni siquiera había considerado el aterrizaje. Pero mi mano supo cómo aferrar una gruesa rama para variar la trayectoria de mi cuerpo y que mis pies aterrizaran sin apenas hacer ruido.
—Santo cielo —jadeé, completamente incrédula.
Escuché a Edythe corriendo por entre los árboles y su modo de moverse me resultó tan familiar como el sonido de mi propia respiración. Sabía que podría distinguir el ruido de sus pisadas del de cualquier otra persona.
—¡Tenemos que repetirlo! —dije en cuanto la vi.
Ella se detuvo a unos cuantos metros de mí, con aquella expresión de frustración qué tan bien conocía en el rostro.
Yo reí.
—¿Qué quieres saber? Te diré lo que estoy pensando.
Ella frunció el ceño.
—No lo entiendo. Estás… de un humor excelente.
—Ah. ¿Eso es malo?
—¿No te sientes increíblemente sedienta?
Tragué para aplacar la quemazón. Era dolorosa, pero no tanto como el resto del fuego del qué acababa de liberarme. El escozor de la sed era permanente, y empeoraba cuando pensaba en él, pero había muchas otras cosas en las que concentrarse.
—Sí, cuando pienso en ello.
Edythe cuadró los hombros.
—Si quieres que hagamos esto primero, también podemos.
La miré. Era evidente que me estaba perdiendo algo.
—¿Hacer «esto»? ¿El qué?
Se me quedó mirando un momento con ojos dubitativos y de repente levantó las manos en señal de rendición.
—Sabes, esperaba ser capaz de leerte la mente, ahora que se parece más a la mía. Supongo que eso nunca va a pasar.
—Lo siento.
Ella rio, pero el sonido de su risa encerraba una nota de tristeza.
—En serio, Bella.
—¿Me podrías dar una pista para entender de qué estamos hablando, por favor?
—Querías que estuviéramos solas —dijo, como si aquello fuera una explicación.
—Eh, sí.
—¿Por qué había algunas cosas que querías decirme? —cuadró los hombros de nuevo, tensándose como si estuviera esperando malas noticias.
—Ah. Bueno, supongo que sí tengo algunas cosas de las que quiero hablar contigo. Quiero decir, hay una muy importante, pero no estaba pensando en ella —al ver lo frustrada qué estaba por el malentendido qué se estaba produciendo, fui completamente honesta—. Quería quedarme a solas contigo porque… bueno, no quería resultar grosera, pero no quería cazar delante de Emmett —confesé—. Pensé que había muchas posibilidades de meter la pata, y no conozco tan bien a Emmett, pero tengo la sensación de que le iba a parecer muy cómico.
Puso unos ojos enormes.
—¿Tenías miedo de que Emmett se riera de ti? ¿En serio? ¿Eso es todo?
—En serio. Tu turno, Edythe. ¿Qué pensabas que estaba pasando?
Ella dudó.
—Pensaba que estabas siendo amable, y que preferías gritarme a solas en lugar de que lo presenciara toda mi familia.
Volví a quedarme inmóvil. Me pregunté si aquello sucedería cada ves que me sorprendiera. Tardé un segundo en descongelarme.
—¿Gritarte? —repetí—. ¡Ay, Edythe! Te refieres a lo que estabas diciendo en el coche, ¿verdad? Lo siento, yo…
—¿Lo sientes? ¿Por qué demonios te estás disculpando ahora, Bella Swan?
Parecía enfadada. Enfadada y tan hermosa… Era incapaz de averiguar por qué estaba enfurecida, así que me encogí de hombros.
—Querría habértelo dicho entonces, pero no podía. Es decir, que en realidad no podía concentrarme…
—Por supuesto qué no podías concentrarte.
—¡Edythe! —crucé el espacio que nos separaba a en una fugaz carrera invisible y le apoyé las manos en los hombros—. Nunca sabrás que estoy pensando si no dejas de interrumpirme.
La ira desapareció de su rostro cuando deliberadamente decidió calmarse. Entonces, asintió.
—De acuerdo —dije—. En el coche… En ese momento querría haber podido decirte que no tenías por qué disculparte. Ha sido terrible verte tan triste. Esto no es culpa tuya…
Comenzó a decir algo, pero le puse la mano sobre la boca.
—Y no es tan malo —proseguí—. Estoy… Bueno, la cabeza me sigue dando vueltas y sé que tengo un millón de cosas sobre las que pensar, y por supuesto que estoy triste, pero también estoy bien, Edythe. Siempre estoy bien cuando estoy contigo.
Se me quedó mirando un largo minuto. Levantó la mano lentamente para apartar la mía de su boca. Yo no la detuve.
—¿No estás enfadada conmigo por lo que te he hecho? —preguntó en voz baja.
—Edythe, ¡me salvaste la vida! De nuevo. ¿Por qué iba a estar enfadada? ¿Por el modo en que lo hiciste? ¿Qué otra cosa podrías haber hecho?
Exhaló, y dio la sensación de que volvía a estar enfadada.
—¿Cómo puedes…? Bella, tienes que darte cuenta de que, en realidad, todo esto es culpa mía. No te he salvado la vida, te la he arrebatado. Charlie, Reneé…
Volví a ponerle la mano en la boca y, a continuación, inspiré hondo.
—Sí, es duro. Y va a ser duro durante mucho tiempo. Tal vez para siempre, ¿verdad? Pero ¿Por qué iba a hacerte cargar a ti con eso? Joss fue quien… Bueno, quién me mató. Tu me trajiste de vuelta a la vida.
Ella me empujó la mano.
—Si no te hubiera involucrado en mi mundo…
Yo reí, y ella me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Edythe, si no me hubieras involucrado en tu mundo, Charlie y Reneé hubieran llorado mi muerte tres meses antes.
Ella se me quedó mirando con el ceño fruncido. Era evidente que no aceptaba ninguno de mis argumentos.
—¿Recuerdas lo que dije cuando me salvaste la vida en Port Angeles? La segunda vez, o la tercera. Creo que fue algo así como que estabas interfiriendo en el destino porque había llegado mi hora. Bueno, Edythe, si tenía que morir… ¿acaso no es esta la manera más asombrosa de hacerlo?
Transcurrió otro largo minuto mientras me contemplaba, y entonces sacudió la cabeza.
—Bella, tú si que eres asombrosa.
—Sí, supongo que ahora lo soy.
—Siempre lo has sido.
No dije nada, pero mi rostro me delató. O, tal vez, simplemente se le diera bien descifrarme. Conocía tan bien mis facciones, había pasado tanto tiempo intentando comprenderme qué era capaz de detectar inmediatamente cuando me estaba reservando algo.
—¿Qué pasa, Bella?
—Es… Bueno, es solo algo que Joss dijo —respondí con una mueca.
Aunque me costaba recuperar recuerdos de mi antigua memoria, el del estudio de danza era el más reciente, el más vivido.
Edythe tensó la mandíbula.
—Joss dijo muchas cosas —siseó.
—Ah —de repente sentí ganas de golpear algo. Pero tampoco quería apartarme de Edythe para hacerlo—. Viste la cinta.
Tenía el rostro completamente blanco, furioso y atormentado al mismo tiempo.
—Sí, vi la cinta.
—¿Cuándo? No lo escuché…
—Usé auriculares.
—Ojalá no la hubieras visto…
—Tenía que hacerlo —dijo sacudiendo la cabeza—. Pero ahora olvídate de eso. ¿En qué mentira estabas pensando? —escupió las palabras entre los dientes.
Tardé un minuto en contestar.
—En que no querías que me convirtiera en vampiro.
—No, por supuesto que no quería.
—Así que esa parte no era mentira. Y has estado enfadada… Sé que te sientes mal por Charlie y por mi madre, pero supongo que me preocupa que en parte se deba a que no esperabas pasar conmigo mucho tiempo, que no lo habías planeado… —se le abrió la boca a tal velocidad qué tuve que cubrírsela de nuevo—. Porque si es eso, no te preocupes. Si quieres que me marche pasado un tiempo, puedo hacerlo. Puedes enseñarme lo que tengo que hacer para no meternos en problemas a ninguna de las dos. No espero que tengas que cargar conmigo para siempre. Tú no elegiste esto mucho más que yo. Quiero que sepas que soy consciente de ello.
Esperó a que apartara la mano. Lo hice muy despacio; no estaba segura de querer escuchar lo que venía a continuación.
Gruñó suavemente y me enseñó los dientes, pero no en una sonrisa.
—Tienes suerte de que no te haya mordido —me dijo—. La próxima vez que me vuelvas a tapar la boca con la mano para decir algo tan soberanamente estúpido e insultante, lo haré.
—Lo siento.
Ella cerró los ojos. Sus brazos me envolvieron la cintura y apoyó la cabeza contra mi hombro. Mis brazos la estrecharon en un gesto automático. Ladeó la cara para poder mirarme.
—Quiero que me escuches muy atentamente, Bella. Esto, tenerte conmigo, poder mantenerte aquí, es como si me hubieran concedido todos los deseos que alguna vez haya podido tener. Pero el precio de todo lo que yo ansiaba significa arrebatarte exactamente eso mismo a ti: toda tu vida. Estoy furiosa y decepcionada conmigo misma. No sabes cuánto desearía devolverle la vida a la rastreadora para poder matarla con mis propias manos, una y otra, y otra vez…
»Él motivo por el que no quería que fueras una vampira no es que no seas lo suficientemente especial, sino por todo lo contrario: eres demasiado especial, y te mereces más. Quería que tuvieras todo lo que nosotros extrañamos: una vida humana. Pero quiero que sepas que si esto solo dependiera de mí, si tu no hubieras tenido que pagar un precio, entonces esta sería la mejor noche de mi vida. Llevo enfrentándome a ello todo un siglo, y esta es la primera noche que me ha parecido hermoso. Y es gracias a ti.
»Jamás vuelvas a pensar que no te quiero, porque siempre lo haré. No te merezco, pero te amaré por siempre. ¿Te queda claro?
Era evidente que estaba siendo completamente honesta. La verdad reverberaba en cada una de sus palabras.
Una enorme sonrisa se extendió por mi rostro.
—Entonces, te parece bien.
Ella me respondió con otra.
—Yo diría que sí.
—Hay otra cosa importante que quería decirte. Simplemente, que te quiero. Y siempre lo haré. Lo supe muy pronto. Así que, visto como están las cosas, creo que el resto ya lo iremos resolviendo.
Sostuve su rostro entre mis manos y me acerqué para besarla. Como todo lo demás, ahora resultaba muy fácil. Nada de lo que preocuparse, ninguna vacilación. Aún así, resultaba extraño que mi corazón no estuviera latiendo desenfrenado y que la sangre no me fluyera en estampida por las venas. Pero sí me recorría una especie de corriente eléctrica, bastante familiar, como si todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo estuvieran vivas. Más que vivas, como si todas mis células estuvieran alborotadas. Solo deseaba poder sostenerla por siempre de aquel modo, y no volvería a necesitar nada en los próximos cien años.
Pero deshizo el abrazo, y lo hizo riendo. Aquella vez su risa estaba llena de alegría. Sonaba como un cántico.
—¿Cómo lo haces? —rió—. Se supone que eres una neófita y aquí estás, discutiendo tranquilamente conmigo sobre el futuro, sonriéndome, ¡besándome! Se supone que solo deberías sentir sed, y nada más.
—Siento muchas cosas —dije—. Pero ahora que lo mencionas, estoy bastante sedienta.
Se acercó y me besó una vez con rudeza.
—Te quiero. Vamos a cazar.
Corrimos juntas hacia aquella oscuridad qué ya no era oscura, y yo no sentí ningún miedo.
Sabía que aquello resultaría fácil, como todo lo demás.



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