miércoles, 31 de mayo de 2023

La elección

Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.



Otro grito enmudeció al mío, un chillido similar a una sierra eléctrica atravesando acero.
La cazadora arremetió contra mí, pero sus dientes chasquearon, cerrándose en el aire a un centímetro de mi rostro, cuando algo la arrancó de mí y la apartó volando de mi vista.
El fuego se estancó en el hueco de mi codo y yo grité.
No estaba sola, había más gritos: al rugido metálico se unió un agudo lamento que rebotó en las paredes y, de repente cesó. Un gruñido vibrante rechinaba bajo el resto de sonidos. Más desgarrones metálicos, más rasgaduras…
—¡No! —aulló alguien con una agonía que se equiparaba a la mía—. ¡No, no, no, no!
Aquella voz tenía algún significado para mí, incluso a través de aquel ardor que superaba cualquier otro. A través de las llamas que ya me llegaban al hombro, aquella voz llamó mi atención. Aunque gritaba, su voz sonaba como la de un ángel.
—Bella, por favor —sollozó Edythe—. ¡Por favor, por favor, por favor, Bella, por favor!
Intenté responder, pero mi boca parecía no tener conexión con el resto de mi cuerpo. Mis gritos habían cesado, pero solo porque ya no me quedaba aire.
—¡Carlisle! —chilló Edythe—. ¡Ayúdame! ¡Bella, por favor, por favor, Bella, por favor!
Mecía mi cabeza en su regazo, presionando los dedos con fuerza contra mi cráneo. Su rostro aparecía desenfocado, igual que el de la cazadora. Yo estaba cayendo por un pozo dentro de mi mente. El fuego descendía conmigo, tan intenso como antes.
Algo fresco penetró en mi boca, llenando mis pulmones. Ellos lo expulsaron. Otro aliento helado.
Edythe por fin se definió frente a mis ojos, con su perfecto rostro contraído en una expresión atormentada.
—Sigue respirando, Bella. Respira.
Apoyó sus labios contra los míos y me llenó los pulmones de nuevo.
Pude captar de reojo dos trazos dorados: otro par de manos heladas.
—Alice, entablíllale la pierna y el brazo. Edythe, despéjale las vías respiratorias. ¿Cuál de todas las hemorragias es la peor?
—Esta, Carlisle.
Contemplé su rostro cuando la presión contra mi cráneo cedió. Mis gritos ahora eran apenas un lloriqueo entrecortado. El dolor no había disminuido en absoluto, sino que era peor. Y gritar no me ayudaba, y hería a Edythe. Mientras mantuviera los ojos fijos en su cara, era capaz de recordar algo más allá de la quemazón.
—Mi maletín, por favor… No respires, Alice, eso te ayudará. Gracias, Emmett. Ahora vete, por favor. Ha perdido sangre, pero las heridas no son muy profundas. Creo que ahora mismo el mayor problema son las costillas. Tráiganme esparadrapo.
—Y algo para el dolor —siseó Edythe.
—Ahí está. No me quedan manos. ¿Podrías alcanzarlo tú?
—Esto te aliviará —me prometió Edythe.
Alguien me estaba enderezando la pierna. Edythe contenía el aliento, esperando, creo, a que yo reaccionara. Pero no me dolía tanto como el brazo.
—Edythe…
—Shhh, Bella, te vas a poner bien. Te lo juro, te vas a poner bien.
—E… No es…
Algo hurgaba en mi cráneo mientras otra cosa tiraba con fuerza de mi brazo roto. Aquel movimiento me desplazó las costillas y me quedé sin aliento.
—Aguanta, Bella —me imploró Edythe—. Por favor, aguanta.
Me esforcé por inspirar una nueva bocanada de aire.
—Las costillas no —me ahogué—. La mano.
—¿Entiendes lo que dice? —dijo la vos de Carlisle, justo al lado de mi cabeza.
—Descansa, Bella. Respira.
—No… Mano —jadeé—. ¡Edythe! ¡Mano derecha!
No pude sentir sus frías manos en mi piel: el fuego ardía demasiado. Pero escuché su jadeo.
—¡No!
—¿Edythe? —preguntó Carlisle, sorprendido.
—La ha mordido —la voz de Edythe había perdido volumen, como si ella también se hubiera quedado sin aire.
Carlisle contuvo el aliento, horrorizado.
—¿Qué hago, Carlisle? —preguntó Edythe.
Nadie contestó. Continuaron hurgando en mi cuero cabelludo, pero no me dolía.
—Sí —dijo Edythe entre dientes—. Puedo intentarlo. Alice, escalpelo.
—Hay muchas probabilidades de que seas tú misma quien la mate —dijo Alice.
—Dámelo —espetó ella—. Puedo hacerlo.
No vi lo que hizo con el escalpelo. Era incapaz de sentir nada de lo que pasaba en mi cuerpo que no fuera el ardor del brazo. Pero la observé llevarse mi mano a la boca, igual que había hecho la cazadora. De la herida manaba sangre fresca. Aplicó los labios sobre ella.
Grité de nuevo, no pude evitarlo. Era como si me estuviera succionando el fuego del brazo.
—Edythe —dijo Alice.
Ella no reaccionó, presionando aún los labios contra mi mano. El fuego ascendía y descendía por mi brazo, aserrando adelante y atrás. De entre mis dientes apretados, surgían leves gruñidos.
—Edythe —gritó Alice—. Mira.
—¿Qué pasa, Alice? —preguntó Carlisle.
Alice extendió la mano y abofeteó a Edythe en la mejilla.
—¡Detenlo, Edythe! ¡Detenlo ahora!
Mi mano se apartó de su rostro. Miró a Alice con unos ojos tan enormes que parecían ocuparle la mitad de la cara. Jadeó.
—¡Alice! —vociferó Carlisle.
—Es demasiado tarde —declaró Alice—. Hemos llegado demasiado tarde.
—¿Puedes verlo? —dijo Carlisle con voz más calmada.
—Solo hay dos posibilidades de futuro. Sobrevive como una de nosotros o Edythe acaba con ella intentando evitar que eso ocurra.
—No —gimió Edythe.
Carlisle no habló. Los tirones en mi cuero cabelludo se ralentizaron.
Edythe hizo descender su rostro hasta la altura del mío. Me besó los párpados, las mejillas, los labios.
—Lo siento. Lo siento mucho.
—No tiene por qué ser tan lento —se quejó Alice—. ¿Carlisle?
—Hice un juramento, Alice.
—Pero yo no —gruñó ella.
—Espera, espera —dijo Edythe, alzando la cabeza de pronto—. Se merece poder elegir.
Sus labios estaban en mi oído. Yo cerré los ojos para reprimir los gemidos, esforzándome por escuchar.
—¿Bella? No voy a tomar esta decisión por ti. Y lo entenderé, Bella, te lo prometo. Si no quieres vivir así, no me opondré. Respetaré tu voluntad. Se que es una elección horrible. Si pudiera ofrecerte alguna otra, lo haría. Moriría si con ello pudiera devolverte la vida —se le quebró la voz—. Pero no puedo hacer ese intercambio. No puedo hacer nada, salvo detener el dolor, si eso es lo que quieres. No tienes por qué ser esto. Puedo dejarte marchar, si eso es lo que necesitas —sonaba como si estuviera sollozando de nuevo—. Dime que quieres, Bella, sea lo que sea.
—A ti —escupí entre dientes—. Solo a ti.
—¿Estás segura? —susurró.
Yo gemí. El fuego estaba extendiendo sus dedos hasta mi pecho.
—Sí —tosí—. Tan solo permíteme quedarme contigo.
—Apúrate, Edythe —gruñó Alice.
La voz de ella restalló como un látigo.
—Yo tampoco he hecho ningún juramento.
Su rostro estaba en mi garganta, y no podía sentir nada que no fuera el fuego, pero escuché el amortiguado sonido de sus dientes abriéndose camino a través de mi piel.



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