Charlie
me esperaba levantado y con todas las luces de la casa encendidas. Me quedé con
la mente en blanco mientras pensaba en algo para que me dejara marcharme. No
iba a resultar agradable.
Edythe
aparcó dejando distancia suficiente para que cupiera otro coche detrás de mi
automóvil. Los tres estaban sentados muy erguidos en sus asientos; escuchaban
cada sonido del bosque, escrutaban casa sombra alrededor de la casa, en busca
de cualquier cosa que estuviera fuera de lugar.
El
motor se paró y me quedé sentada en silencio, mientras continuaban a la
escucha.
–No
está aquí –siseó Edythe–. Vamos.
Emmett
se inclinó para ayudarme a salir del arnés.
–No
te preocupes, Bella –susurró con jovialidad–. Solucionaremos las cosas lo antes
posible.
Sentí
que se me humedecían los ojos mientras miraba a Emmett. Apenas le conocía y,
sin embargo, me angustiaba el hecho de no saber si lo volvería a ver después de
esta noche. Est, sin duda, era un
aperitivo de las despedidas a las que debería sobrevivir durante la próxima
hora, y ese pensamiento hizo que se desbordaran las lágrimas de mis ojos.
–Alice,
Emmett –espetó Edythe con autoridad.
Ambos
se deslizaron en la oscuridad en silencio y desaparecieron. Edythe me abrió la
puerta y me tomó de la mano, amparándome en su abrazo protector. Me acompañó
rápidamente hacia la casa sin dejar de escrutar la noche.
–Quince
minutos –me advirtió en voz baja.
–Puedo
hacerlo –inhalé. Las lágrimas me habían inspirado.
Me
detuve delante del porche y tomé su rostro entre las manos, mirándole con
ferocidad en los ojos.
–Te
quiero –le dije en voz baja e intensa–, siempre te amaré, no importa lo que
pase ahora.
–No
te va a pasar nada, Bella –me respondió con igual ferocidad.
–Solo
te pido que sigas el plan, ¿de acuerdo? Mantén a Charlie a salvo por mí. No le
voy a caer muy bien después de esto, y quiero tener la oportunidad de
disculparme en otro momento.
–Entra,
Bella, tenemos prisa –me urgió.
–Una
cosa más –susurré apasionadamente–. No hagas caso a nada de lo que me oigas
decir ahora.
Deteniendome
una única vez para mirarla a mis espaldas, abrí la puerta con un fuerte golpe.
Entré tambaleándome y cerré la puerta de una patada.
De
repente fui consiente de lo que estaba a punto de hacer, y sentí horror de mi
misma.
El
rostro de Charlie asomó al vestíbulo de la entrada.
–¿Bella?
–¡Déjame
en paz! –le chillé entre lágrimas, que caían ahora implacablemente.
Corrí
escaleras arriba hasta mi habitación, cerré la puerta de golpe y eché el
pestillo. Me abalancé hacia la cama y me arrojé al suelo para sacar mi petate.
Busqué precipitadamente entre el colchón y el somier para recoger el viejo
calcetín anudado en el que escondía mi reserva secreta de dinero.
Charlie
aporreó la puerta.
–Bella,
¿te encuentras bien? –su voz sonaba asustada–. ¿Qué está pasando?
–Me
voy a casa –grité; la voz se me quebró en el punto exacto.
Me
volví hacia el armario, pero Edythe ya estaba allí, recogiendo en silencio y
sin mirar verdaderas brazadas de vestidos para luego lanzarmelos.
–¿Ella
ha roto contigo? –Charlie estaba perplejo.
–¡No!
–grité de nuevo, apenas sin aliento mientras empujaba todo dentro del petate.
Edythe me arrojó el contenido de otro cajón, aunque a estas alturas apenas
cabia nada más.
–¿Qué
ha ocurrido, Bella? –vociferó Charlie a través de la puerta aporreando la de
nuevo.
–He
sido yo la que he roto con ella –le respondí, dando tirones a la cremallera del
petate. Las capacitadas manos de Edythe me apartaron, la cerró con suavidad y
me pasó la correa por el hombro con cuidado.
–Estaré
en tu coche, ¡vamos! –me susurró.
Me
empujó hacia la puerta y se desvaneció por la ventana. Abrí la puerta y empujé
a Charlie con rudeza al pasar, luchando con la pesada carga que llevaba y corrí
hacia las escaleras.
–¿Qué
ha pasado? –gritó Charlie detrás de mi –¡Creí que te gustaba!
Me
sujetó del codo al llegar a la cocina, y, aunque estaba desconcertado, su
presión era firme.
Me
obligó a darme la vuelta para que le miraray leí en su rostro que no tenía
intención de dejarme marchar. Únicamente había una forma de lograrlo y eso
implicaba hacerle tanto daño que me odiaba a mi misma solo de pensarlo, pero no
disponía de más tiempo y tenía que mantenerle con vida.
Miré
a mi padre, con nuevas lágrimas en los ojos por lo que iba a hacer.
–Claro
que me gusta, ese es el problema ¡No aguanto más! ¡No puedo echar más raíces
aquí! ¡No quiero terminar atrapada en este pueblo estúpido y aburrido como
mamá! No voy a cometer el mismo error que ella, odio Forks, y ¡no quiero
permanecer aquí ni un minuto más!
Su
mano soltó mi brazo como si le hubiera electrocutado. Me volví para no ver su
rostro herido y consternado, y me dirigí hacia la puerta.
–Bella,
no puedes irte ahora, es de noche –susurró a mi espalda. No me volví.
–Dormiré
en el coche si me siento cansada.
–Espera
otra semana –me suplicó, todavía en estado de shock–. Renée habrá vuelto a
Phoenix para entonces.
Eso
me desquició por completo.
–¿Qué?
Charlie
continuócon ansiedad, casi balbuceando de alivio al verme dudar.
–Ha
telefoneado mientras estabas fuera. Las cosas no han ido muy bien en Florida y
volverán a Arizona si Phil no ha firmado a finales de esta semana. El asistente
del entrenador de los Sidewinders dijo que tal vez hubiera lugar para otro
medio en el equipo.
Sacudí
la cabeza, intentando reordenar mis pensamientos, ahora confusos. Cada segundo
que pasaba, ponía a Charlie en más peligro.
–Tengo
una llave de casa –murmuré, dando otra vuelta de tuerco a la situación. Charlie
estaba muy cerca de mi, con una mano extendida y em rostro aturdido. No podía
perder más tiempo discutiendo con él, así que pensé que tendría que herirlo aún
más profundamente–. Déjame ir, Charlie –iba repitiendo las últimas palabras de
madre mientras salía por la misma puerta hacia ahora tantos años. Las pronuncié
con el mayor enfado posible y abrí la puerta de un tirón–. No ha funcionado,
¿de acuerdo? De veras, ¡odio Forks con toda mi alma!
Mis
crueles palabras cumplieron su cometido a la perfección, porque Charlie se
quedó helado en la entrada, atónito, mientras yo corría hacia la noche. Me
aterrorizó horriblemente el patio vacío y corrí enloquecida hacia el coche al
visualizar una sombra oscura detrás de mi. Arrojé el petate a la plataforma de
la camioneta y abrí la puerta de un tirón. La llave estaba en em bombín de la
puesta en marcha.
–¡Te
llamaré mañana! –grité.
No
había nada en el mundo que deseara más que explicarle todo en ese momento, aún
sabiendome incapaz de hacerlo. Encendí el motor y arranqué.
Edythe
me tocó la mano.
–Detente
en el bordillo –me ordenó en cuanto Charlie y la casa desaparecieron a nuestras
espaldas.
Mantuve
los ojos en la carretera, intentando controlar la expresión de mi rostro.
–Puedo
conducir.
Se
deslizó repentinamente sobre mi regazo, con las manos en el volante y su pie
empujando el mío fuera del acelerador. Se introdujo en el espacio que quedaba
entre mi pierna y la puerta y me empujó con su cadera. Sin que la camioneta
diera un solo bandazos, se colocó en el asiento del conductor.
–No
vas a encontrar nuestra casa –me explicó.
Unas
luces destellaron repentinamente detrás de nosotras. Di un respingo y miré por
la ventana trasera.
–Es
Alice –dijo, tomándome de la mano de nuevo.
Cuando
cerré los ojos, lo único que vi fue a Charlie en el quicio de la puerta.
–¿Y
la rastreadora?
–Escuchó
el final de tu puesta en escena. Nos ha seguido. Ahora está corriendo detrás de
nosotros, como a un kilómetro y medio.
Me
quedé helada.
–¿Podemos
dejarla atrás?
–No
–replicó, pero aceleró mientras hablaba. El motor de la camioneta chirrió. El
plan ya no parecía tan brillante.
Estaba
mirando hacia atrás, a las luces delanteras de Alice, cuando el coche sufrió
una sacudida y una sombra oscura surgió en mi ventana.
–¡E…!
La
mano de Edythe me tapó la boca antes de que pudiera terminar de gritar mi
advertencia. El grito espeluznante que lancé duró solo la fracción de segundo
que Edythe tardó en taparme la boca con la mano.
–¡Es
Emmett! –dejó caer la mano en mi rodilla–. Todo va bien, Bella –me prometió.
Salimos
del pueblo a toda velocidad con dirección norte.
–No
me había dado cuenta de que la vida en una pequeña ciudad de provincia te
aburría tanto –comentó Edythe, tratando de entablar conversación; supe que
intentaba distraerme–. Me pareció que te estabas integrando bastante bien,
sobre todo en los últimos tiempos. Incluso me sentía bastante halagada al
pensar que había conseguido que la vida te resultara un poco más interesante.
–Eso
ha sido injusto –confesé, mirando mis rodillas–. Esas fueron las últimas
palabras que mi madre le dijo cuando se marchó. Le habría dolido menos si le
hubiera dado un puñetazo.
–Te
perdonará –me prometió.
Yo
cerré los ojos.
–Bella,todo
va a salir bien.
–No
irá bien si no estamos juntas.
–Solo
van a ser unos días. Y no olvides que fue idea tuya.
–Eso
lo empeora todo. ¿Por qué ha pasado esto? No lo entiendo.
Ella
fijó la vista en la carretera, con las cejas fruncidas sobre los ojos.
–Es
por mi culpa. No debería haberte expuesto a algo así.
–Yo
tomé su mano.
–No,
no estoy hablando de eso. Yo estaba ahí, buen, mira qué bien, pero eso no
perturbó a los otros dos ¿Por qué la tal Joss decidió matarme a mi? Había allí
un montón de gente a la que hubiera sido más fácil atacar –miré por encima del
hombro a la sombra de Emmett –¿De verdad merezco tanto la pena como para
meterse en tantos problemas?
Edythe
vaciló, pensando antes de contestar.
–inspeccioné
a fondo su mente en ese momento –comentó en voz baja–. Una vez que captó tu
aroma, dudo que yo hubiera podido hacer algo para evitar esto. Esa es tu parte
de la culpa –me miró por el rabillo del ojo durante un segundo–. No se habría
alterado si no oliera de esa forma tan ridículamente exquisita. Pero cuando te
defendí… Bueno, eso lo empeoró bastante. No está acostumbrada a no salirse con
la suya, sin importar lo insignificante que pueda ser el asunto. Joss se
concibe a sí misma como una cazadora: la cazadora definitiva. Su existencia se
reduce al rastreo y eso es lo que más le gusta en la vida. Y de pronto nos
presentamos nosotros, un gran clan de fuertes luchadores con un asombroso
desafío, todos volcados en proteger al único elemento vulnerable. No sabes lo
eufórica que está. Es su juego favorito y lo hemos convertido para ella en la
partida más exitante de su vida –el tono de su voz estaba lleno de disgusto.
Inspiró hondo–: Sin embargo, te habría matado allí mismo, en ese momento, de no
haber estado yo –siseó con frustración.
–Creía
que no olía igual para los otros… que como huelo para ti.
–No,
lo cual no quiere decir que no seas una tentación para todos. Se abría
producido un enfrentamiento allí mismo si hubieras atraído a la rastreadora, o
a cualquiera de ellos, como a mí.
Me
estremecí.
–No
creo que tenga otra alternativa que matarla –murmuró–, aunque a Carlisle no le
va a gustar.
–A
mi tampoco –susurré.
Edythe
me miró sorprendida.
–¿Quieres
que le perdone la vida?
Yo
pestañée.
–No.
Quiero decir, si. No me importa que muera. Eso sería un gran alivio, ¿verdad?
Es solo que no quiero que tú… ¿Y si te hiere?
Su
rostro se endureció.
–No
tienes que preocuparte por mí. Yo no lucho limpiamente.
Oí
el sonido de las ruedas cruzando el puente aunque no se veía el río en la
oscuridad sabía que nos estábamos acercando.
–¿Cómo
se mata a un vampiro? –pregunté en voz baja.
Me
miró con una expresión difícil de interpretar. Cuando habló, su voz sonaba
áspera.
–La
única manera segura es cortarlo en pedazos y luego quemarlos.
–¿Van
a luchar a su lado los otros dos?
–El
hombre si, aunque no estoy segura respecto a Lauren. El vínculo entre ellas no
es muy fuerte y Lauren solo los acompaña por conveniencia. Además, Joss la
avergonzó en em prado.
–Pero
Joss y Victor… ¿intentarán matarte? –mi voz sonaba áspera, como si me hubiera
lijado el fondo de la garganta.
–Basta.
Concéntrate en permanecer a salvo. Haz todo lo que te diga Alice.
–¿Pero
como no me voy a preocupar por ti? ¿Se puede saber por lo menos que quiere decir
eso de que tu no luchas limpiamente?
Ella
esbozó una sonrisa a medias, que no se reflejó en sus ojos.
–¿Alguna
vez has intentado ejecutar un movimiento sin pensarlo antes? Aparte de algunos
reflejos musculares, como respirar o parpadear, es terriblemente difícil
comseguirlo. Sobre todo en un combate, pero yo puedo ver en la mente de mi
adversario cada uno de los movimientos que planea hacer, absolutamente todos
los agujeros de su defensa. La única que puede batirse en igualdad de
condiciones conmigo es Alice, ya que puede prever mis decisiones, pero yo soy
capaz de leer en su mente como reaccionará a él. Por lo general, es pan comido.
Emmett dice que es hacer trampa.
Parecía
tranquila, como si la idea de luchar contra la cazadora y su compañero fuera lo
más sencillo de todo aquel desastre. El pensamiento hizo que mi estómago se
retorciera y diera un respingo.
–Entonces,
¿no debería quedarse Alice contigo? –le pregunté–. Si se supone que lucha mejor
que los demás…
–¿Sabes
que Emmett puede oírte, verdad? Lo estás ofendiendo, y además no le emociona tu
idea. Hace mucho desde la última vez que participó en una buena pelea sin tener
que contenerse. Su plan es mantenerme a mí y a todas mis trampitas apartadas de
todo esto lo máximo posible.
Aquello
me hizo sentir levemente mejor, lo que no era demasiado justo para Emmett.
Volví a mirar por encima de mi hombro pero no fui capaz de distinguir la
expresión de su rostro.
–¿Todavía
nos sigue? –pregunté.
Edythe
sabía que no estaba hablando de Emmett.
–Sí,
aunque no va a asaltar la casa. No está noche.
Dobló
por un camino invisible. Los faros del jeep de Emmett nos siguieron. Condujo
directamente hacia la casa. Las luces del interior estaban encendidas, pero
iluminaban muy poco entre los árboles que la rodeaban. El jardín seguía a
oscuras. Emmett abrió mi puerta antes de que el vehículo se hubiera detenido
del todo; me sacó del asiento, me empotró como un balón de fútbol contra su
enorme pecho y cruzó la puerta a la carrera llevándome con él.
Irrumpimos
en la gran habitación blanca del primer piso, con Edythe y Alice flanqueandonos
a ambos lados. Todos se hallaban allí y se levantaron al oírnos llegar; Lauren
estaba en el centro. Escuché los gruñidos sordos retumbar en lo profundo de la
garganta de Emmett cuando me soltó al lado de Edythe.
–Nos
está rastreando –anunció Edythe, mirando ceñuda a Lauren. El rostro de esta no
parecía satisfecho.
–Me
temo que si.
Alice
se deslizó junto a Jasper y le susurró al oído; los labios le tembralon
levemente por la velocidad de su silencioso monólogo. Subieron juntos las
escaleras. Rosalie los observó y se acercó rápidamente al lado de Emmett. Sus
bellos ojos brillaban con intensidad, pero se llenaron de furia cuando, sin
querer, recorrieron mi rostro.
–¿Qué
crees que va a hacer? –le preguntó Carlisle a Lauren en tono escalofriante.
–Lo
siento –contestó–. Ya me temí, cuando su chica la defendió, que se
desencadenaría esta situación.
–¿Puedes
detenerle?
Lauren
sacudió la cabeza.
–Una
vez ha comenzado, nada puede detener a Joss.
–Nosotros
lo haremos –prometió Emmett, y no cabía duda de a qué se refería.
–No
podrán con ella. No he visto nada semejante en los últimos trescientos años. Es
absolutamente letal, por eso me uní a su aquelarre.
Su
aquellare, pensé; entonces, estaba claro. La exhibición de liderazgo en el
prado había sido solamente una pantomima.
Lauren
seguía sacudiendo la cabeza. Me miró, perpleja y luego nuevamente a Carlisle.
–¿Estas
convencido de que vale la pena?
El
rugido aireado de Edythe llenó la habitación y Lauren se encogió. Carlisle miró
a Lauren con gesto grave.
–Me
temo que tendrás que escoger.
Lauren
lo entendió y meditó durante unos instantes. Sus ojos se detuvieron en cada
rostro y finalmente recorrieron la rutilante habitación.
–Me
intriga la forma de vida que han construido, pero no quiero quedarme atrapada
aquí dentro. No siento enemistad hacia ninguno de ustedes, pero no actuaré
contra Joss. Creo que me marcharé al norte, donde está el Clan Denali –dudó un
momento–. No subestimen a Joss. Tiene una mente brillante y unos sentidos
inigualables. Se siente tan cómoda como ustedes en el mundo de los hombres y
los los atacará de frente… Lamento lo que de ha desencadenado aquí. Lo siento
de veras –inclinó la cabeza, pero me lanzó otra mirada incrédula.
–Ve
en paz –fue la respuesta formal de Carlisle.
Lauren
echó otra larga mirada alrededor y entonces se apresuró hacia la puerta. El
silencio duró menos de un minuto.
–¿A
qué distancia se encuentra? –Carlisle miró a Edythe.
Esme
ya se encontraba en movimiento, tocó con la mano un control invisible que había
en la pared y con un chirrido, unos grandes postigos metálicos comenzaron a
sellar la pared de cristal. Me quedé bocabierta.
–Está
a unos cinco kilómetros pasando el río, dando vueltas por los alrededores para
reunirse con el hombre.
–¿Cuál
es el plan?
–La
alejaremos de aquí para que Alice y Jasper se la puedan llevar al sur.
–¿Y
luego?
El
tono de Edythe era mortífero.
–Le
daremos caza en cuanto Bella este fuera de aquí.
–Supongo
que no hay otra opción –admitió Carlisle con el rostro sombrío.
Edythe
se volvió hacia Rosalie.
–Súbela
arriba e intercambien sus ropas –le ordenó, y ella le devolvió la mirada,
foribunda e incrédula.
–¿Por
qué debo hacerlo? –dijo en voz baja –¿Qué es ella para mí? Nada, salvo una
amenaza, un peligro que tu has buscado y que tenemos que sufrir todos.
Me
acobardó el veneno que destilaban sus palabras.
–Rosa…
–murmuromurmuró Emmett, poniéndole una mano en el hombro. Ella se la sacó de
encima con una sacudida.
Sin
embargo, yo fijaba en Edythe toda mi atención; conociendo su temperamento, me
preocupaba su reacción. Pero me sorprendió cuando apartó la mirada de Rosalie
como si no hubiera dicho nada, como si no existiera.
–¿Esme?
–preguntó con calma.
–Por
supuesto –murmuró ella.
Esme
estuvo a mi lado en menos de lo que dura un latido y me alzó en brazos sin
esfuerzo. Se lanzó escalera arriba antes de que yo empezará a jadear del susto.
–¿Qué
vamos a hacer? –pregunté sin aliento cuando me soltó en una habitación oscura
en algún lugar del segundo piso.
–Intentaremos
confundir el olor –pude oír como caían sus ropas al suelo–. No durará mucho,
pero ayudará a que puedas huir.
–No
creo que me las pueda poner… –dudé, pero ella empezó a quitarme la camiseta con
brusquedad. Rápidamente, me quité yo sola los vaqueros. Me tendió lo que
parecía ser una camiseta, y luché por meter los brazos en los huecos correctos.
Tan pronto como lo conseguí, ella me entregó sus mallas de deporte.
Tiré
de ellas pero no conseguí ponérmelas bien, eran demasiado largas, por lo que
Esme dobló diestramemte los dobladillos unas cuantas veces de manera que pude
ponerme en pie. Ella ya se había puesto mis ropas y me llevó hacia las
escaleras donde aguardaba Alice con un pequeño bolso de piel de mano. Me
tomaron cada una del codo y me llevaron en volandas hasta el tramo de las
escaleras.
Parecía
como si todo se hubiera resuelto en el salón en nuestra ausencia. Edythe y
Emmett estaban preparados para irse, este último llevaba una mochila de aspecto
pesado sobre el hombro. Carlisle le tendió un objeto pequeño a Esme, luego se
volvió y le dio otro igual a Alice; era un pequeño móvil plateado.
–Esme
y Rosalie se llevarán tu coche, Bella –me dijo al pasar a mi lado. Asentí,
mirando con recelo a Rosalie, que contemplaba a Carlisle con expresión
resentida.
–Alice,
Jasper, llevense el Mercedes. En el sur van a necesitar ventanillas con
cristales tintados.
Ellos
asintieron también.
–Nosotros
nos llevaremos el jeep.
Me
sorprendió verificar que Carlisle pretendía acompañar a Edythe. Me di cuenta de
pronto, con una punzada de miedo, que estaban reuniendo una partida de caza.
–Alice
–preguntó Carlisle–, ¿morderán el cebo?
Todos
miramos a Alice, que cerró los ojos y permaneció increíblemente inmóvil.
Finalmente, los abrió y dijo con una voz segura.
–Ella
te perseguirá y el hombre seguirá a la camioneta. Debemos salir justo detrás.
–Vamonos
–ordenó Carlisle, y empezó a andar hacia la cocina.
Pero
Edythe volvió por mí. Me miró con sus enormes y profundos ojos dorados, en los
que se reflejaban las mil cosas que no le daba tiempo a decirme, y se estiró
para acariciarme el rostro con las manos. Yo me adenlanté hacia ella, con las
mías ya en su melena. Durante un breve segundo posó sus labios helados y duros
sobre los míos.
Y,
entonces, todo terminó. Ella empujó mis hombros hacia atrás. Sus ojos se
volvieron inexpresivo y apagados conforme se daba la vuelta.
Se
marcharon.
Los
demás nos quedamos allí de pie, y nadie me miró mientras yo los seguía con la
mirada. Experimenté la misma sensación que si me hubieran arrancado la piel del
rostro. Me escocían los ojos.
El
silencio parecía no acabarse nunca. Alice volvía a tener los ojos cerrados.
Entonces, el teléfono de Emmett vibró en su mano y Alice asintió una única vez.
Emmett se llevó el teléfono al oído a la velocidad de la luz.
–Ahora
–dijo Emmett.
Rosalie
acechaba la puerta frontal sin dirigir ni una sola mirada en mi dirección, pero
Emmett apretó el hombro al pasar a mi lado.
–Cuídate.
El
susurro de Emmett quedó flotando en la habitación mientras ellos se deslizaban
al exterior. Oí el ensordecedor arranque de la camioneta y luego como el ruido
del motor se desvanecía.
Jasper
y Alice esperaron. Alice pareció llevarse el móvil al oído antes de que sonará.
–Edythe
dice que el hombre está siguiendo a Emmett. Voy por em coche.
Se
desvaneció en las sombras por el mismo lugar por el que se había ido Edythe.
Jasper
y yo nos miramos el uno a otro. Se mantuvo en la punta opuesta del vestíbulo de
donde yo me encontraba.
–Te
equivocas, ya lo sabes –dijo con calma.
–¿Eh?
–Sé
ok que sientes en estos momentos, y tu si que la mereces.
La
sensación de que me estaban desollando muy lentamente no desapareció.
–Si
les pasa algo, será por nada.
–Te
equivocas –repitió él, sonriéndome con amabilidad.
Alice
apareció por la puerta frontal y se dirigió hacia mi con un brazo extendido.
–¿Puedo?
–me preguntó.
–Eres
la primera que me pude permiso –murmuré.
Alice
me tomó en sus brazos como si fuera un bombero, igual que había hecho Emmett
mientras Jasper nos escudaba con gesto protector y salió precipitadamente de la
casa, cuyas luces siguieron brillando a nuestras espaldas.
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