Aparecieron
de uno en uno en la linde del bosque a doce metros de nuestra posición. La
primera mujer en entrar al claro se apartó inmediatamente para que otra tomara
el mando, y se colocó detrás de ella, alta de cabello oscuro, de un modo que
evidenciaba con claridad quién lideraba el grupo. El tercer integrante era un
hombre; desde aquella distancia, solo alcanzaba a ver que su pelo era de un
rojo flameante.
Cerraron
filas conforme avanzaban con cautela hacia donde se hallaba la familia de
Edythe, mostrando el natural recelo de una manada de depredadores ante un grupo
desconocido y más numeroso de su propia especie.
Comprobé
cuánto diferían de los Cullen cuando se acercaron. Su paso era gatuno, andaban
de forma muy similar a la de un felino al acecho. Se vestían con el típico
equipo de un excursionista: vaqueros y una sencilla camisa de cuello abotonado
y gruesa tela impermeable. Las ropas se veían deshilachadas por el uso e iban
descalzos. Tenían el cabello lleno de hojas y otros restos del bosque.
Sus
ojos agudos se apercibieron del aspecto más urbano y pulido de Carlisle, que,
alerta, flanqueado por Emmett y Jasper, salió a su encuentro. Sin que
aparentemente se hubieran puesto de acuerdo, todos habían adoptado una postura
erguida y de despreocupación. La líder de los recién llegados era sin duda la
más agraciada. Tenía la piel pálida, pero de un tono oliváceo, y su cabello era
de un brillantísimo negro. No era muy alta, pero parecía fuerte, aunque no
tanto como Emmett. Esbozó una sonrisa agradable que permitió entrever unos
deslumbrantes dientes blancos.
El
hombre tenía un aspecto más salvaje. Su mirada iba y venía incesantemente de
uno a otro de los Cullen y su postura era extrañamente felina. La segunda mujer
permanecía en la retaguardia sin inmiscuirse. Era más pequeña que la líder y
tanto su rostro como su pelo castaño claro eran anodinos. Sus ojos eran los más
tranquilos, los más inmóviles. Sin embargo, yo tuve la extraña sensación de qué
veía más que los otros dos.
Lo
que más los diferenciaba de los Cullen eran sus ojos. No eran dorados o negros,
como los ojos de los vampiros que yo me había acostumbrado a ver, sino de un
intenso color rojo vivo.
La
morena dio un paso hacia Carlisle, sin dejar de sonreír.
–Creíamos
haber oído jugar a alguien –dijo. Tenía un leve acento francés–. Me llamo
Lauren, y estos son Víctor y Joss.
–Yo
soy Carlisle y esta es mi familia: Emmett y Jasper; Rosalie, Esme y Alice;
Edythe y Bella –nos identificaba en grupos, intentando deliberadamente no
llamar la atención hacia ningún individuo. Me sobresalté cuando me nombró.
–¿Hay
sitio para unos pocos jugadores más? –inquirió Lauren.
–Bueno,
lo cierto es que acabamos de terminar el partido. Pero estaríamos
verdaderamente encantados en otra ocasión. ¿Piensan quedarse mucho tiempo en la
zona?
–En
realidad, vamos hacia el norte, aunque hemos sentido curiosidad por lo que
había por aquí. No hemos tenido compañía durante mucho tiempo.
–No,
esta región suele estar vacía si exceptuamos a mi grupo y algún visitante
ocasional, como ustedes.
La
tensa atmosfera había evolucionado hacia una conversación distendida; supuse
que Jasper estaba usando su peculiar don para controlar la situación.
–¿Cuál
es su territorio de caza? –preguntó Lauren, como quien no quiere la cosa.
Carlisle
ignoró la presunción que implicaba la pregunta.
–Esta,
los montes Olympic, y algunas veces la Coast Rangers de una punta a la otra.
Tenemos una residencia aquí. También hay otro asentamiento permanente como el
nuestro cerca de Denali.
Lauren
se balanceó, descansando el peso del cuerpo sobre los talones, y preguntó con
viva curiosidad:
–¿Permanente?
¿Y cómo han conseguido algo así?
–¿Por
qué no nos acompañan a nuestra casa y charlamos más cómodos? –Los invitó
Carlisle–. Es una larga historia.
Joss
y Víctor intercambiaron una mirada de sorpresa cuando Carlisle mencionó la
palabra «casa», pero Lauren controló mejor su expresión.
–Es
muy interesante y hospitalario de su parte –sonrió–. Hemos estado de caza todo
el camino desde Ontario –estudió a Carlisle con la mirada, examinando su ropa–.
No hemos tenido ocasión de asearnos un poco.
–Por
favor, no se ofendan, pero he de rogarles que se abstengan de cazar en los
alrededores de esta zona. Debemos pasar desapercibidos, ya me entienden
–explicó Carlisle.
–Claro
–asintió Lauren–. No pretendemos disputarles el territorio. De todos modos,
acabamos de alimentarnos en las afueras de Seattle.
Un
escalofrío recorrió mi espalda cuando Lauren rompió a reír.
–Les
mostraremos el camino si quieren venir con nosotros. Emmett, Alice, vayan con Edythe
y Bella a recoger el Jeep –añadió sin darle importancia.
Mientras
Carlisle hablaba, ocurrieron tres cosas a la vez. La suave brisa despeinó mi
cabello, Edythe se envaró y la segunda mujer. Joss, movió su cabeza
repentinamente de un lado a otro, buscando, para luego centrar en mí su
escrutinio, agitando las aletas de la nariz.
Todos
se pusieron rígidos cuando Joss se adelantó un paso y se agazapó. Edythe
exhibió los dientes y se enarcó en una postura defensiva al tiempo que emitía
un rugido bestial que parecía desgarrarle la garganta. No tenía nada que ver
con los sonidos juguetones que le había escuchado esta mañana. Era lo más
amenazante que había oído en mi vida y me estremecí de los pies a la cabeza.
–¿Qué
ocurre? –exclamó Lauren, asombrada. Ni Joss ni Edythe relajaron sus agresivas
poses. Joss fintó ligeramente hacia un lado y Edythe respondió al movimiento.
–Ella
está con nosotros.
El
firme desafío de Carlisle se dirigía a Joss. Lauren parecía percibir mi olor
con menos fuerza, pero pronto se dio cuenta y el descubrimiento se reflejó
también en su rostro.
–¿Nos
han traído un aperitivo? –inquirió con voz incrédula, mientras, sin darse
cuenta, daba un paso adelante.
Edythe
rugió con mayor dureza, curvando el labio superior sobre sus deslumbrantes dientes
desnudos. Lauren retrocedió el paso que había dado.
–He
dicho que está con nosotros –replicó Carlisle con sequedad.
–Pero
es humana –protestó Lauren. No lo dijo de un modo agresivo; simplemente parecía
sorprendida.
Emmett
se reclinó hacia delante, de repente muy presente al lado de Carlisle.
–Sí…
–dijo con los ojos fijos en Joss, que se irguió muy despacio y volvió a su
posición normal, aunque las aletas de su nariz seguían dilatadas y no me perdía
de vista. Edythe continuaba agazapada delante de mí.
–Parece
que tenemos mucho que aprender unos de otros.
Lauren
hablaba con un tono tranquilizador en un intento de suavizar la repentina
hostilidad.
–Sin
duda –la voz de Carlisle todavía era fría.
–Aún
nos gustaría aceptar su invitación –sus ojos se movieron rápidamente hacia mí y
retornaron a Carlisle–. Y, claro, no le haremos daño a la chica humana. No
cazaremos en su territorio, como les he dicho.
Joss
miró a Lauren con incredulidad e irritación, e intercambió una breve mirada con
Víctor, cuyos ojos seguían errando nerviosos de rostro en rostro.
Carlisle
evaluó la franca expresión de Lauren durante un momento antes de hablar.
–Les
mostraremos el camino. Jasper, Rosalie, Esme –llamó, y se reunieron todos
delante de mí, ocultándome de la vista de los recién llegados. Alice estuvo a
mi lado en un momento y Emmett se situó lentamente a mi espalda, con sus ojos
trabados en los de Joss mientras esta retrocedía unos pasos.
–Vámonos,
Bella –ordenó Edythe, con voz baja y sombría.
Parecía
como si durante todo ese tiempo hubiera echado raíces en el suelo, porque me
quedé totalmente inmóvil y aterrorizada. Edythe tuvo que agarrarme del codo y
tirar bruscamente de mí para sacarme del trance. Alice y Emmett estaban muy
cerca de mi espalda, ocultándome. Tropecé con Edythe, todavía aturdida por el
miedo, y no pude oír si todo el grupo se había marchado ya. La impaciencia de
Edythe casi se podía palpar mientras andábamos a paso humano hacia el borde del
bosque.
–Yo
soy más rápida –dijo de repente, contestando al pensamiento de alguien.
Entonces,
cuando llegamos a los árboles, Edythe pasó uno de mis brazos alrededor de su
cuello mientras avanzábamos en una semicarrera. Me percaté de lo que quería y
demasiado conmocionada para sentirme cohibida, me sujeté con la mayor fuerza posible
cuando se lanzó a tumba abierta con los otros pegados a sus talones. Mantuve la
cabeza baja, pero no podía cerrar los ojos, los tenía dilatados por el pánico.
Los Cullen se zambulleron como espectros en el bosque, ahora en una absoluta
penumbra. La sensación de júbilo que habitualmente embargaba a Edythe al correr
había desaparecido por completo, sustituida por una furia que la consumía y le
hacía ir aún más rápido. Incluso conmigo a su espalda, los otros casi le
perdieron de vista.
Llegamos
al Jeep en cuestión de segundos. Edythe apenas se paró, simplemente dio media
vuelta y me depositó en el asiento trasero.
–Sujétala
–ordenó a Emmett, que se deslizó a mi lado.
Alice
se había sentado ya en el asiento delantero y Edythe puso en marcha el coche.
El motor rugió al encenderse y el vehículo giró en redondo para encarar el
tortuoso camino.
Edythe
gruñó algo tan rápido que no comprendí lo que decía, pero sonaba bastante a una
sarta de blasfemias.
El
traqueteo fue mucho peor esta vez a causa de la oscuridad. Emmett y Alice
miraban por las ventanillas laterales.
Llegamos
a la carretera principal y entonces pude ver mejor por dónde íbamos, aunque
había aumentado la velocidad. Se dirigía al sur, en dirección contraria a
Forks.
–¿A
dónde vamos? –pregunté.
Nadie
contestó. Ni siquiera me miraron.
–¡Maldita
sea, Edythe! ¿A dónde me llevas?
–Debemos
sacarte de aquí, lo más lejos posible y ahora mismo.
Mientras
hablaba no apartó los ojos de la carretera. El velocímetro marcaba más de
ciento noventa kilómetros por hora.
–¿Cómo?
¡Pero tengo que volver a casa…!
–No
puedes volver a casa, Bella.
Por
como lo dijo, parecía algo irreversible.
–¡No
entiendo, Edythe! ¡¿Qué quieres decir!?
–Edythe,
dirígete al arcén –Alice habló por primera vez.
Ella
la miró con cara de pocos amigos, y luego aceleró.
–Edythe,
considera las distintas opciones –dijo Alice–. Tenemos que pensarlo bien.
Había
un tono de advertencia en su voz, y me pregunté qué estaría viendo en su mente,
qué le estaría mostrando a Edythe.
–No
lo entiendes –rugió frustrada. El velocímetro rebasaba los doscientos por
hora–. ¡Es una rastreadora, Alice! ¿Es que no te has dado cuenta? ¡Es una
rastreadora!
Sentí
como Emmett se tensaba a mi lado y me pregunté la razón por la que reaccionaba
de ese modo ante esa palabra. Significaba algo para ellos, pero no para mí;
quería entenderlo, pero no podía preguntar.
–Para
en el arcén, Edythe.
El
tono de Alice era razonable, pero había en él un matiz de autoridad que yo no
había oído antes. El velocímetro rebasó los doscientos veinte.
–Hazlo
–vociferó.
–Escúchame,
Alice. Le he leído la mente. El rastreo es su pasión, su obsesión, y la quiere
a ella, Alice, a ella en concreto. La cacería ya ha empezado.
–No
sabe dónde…
–¿Cuánto
tiempo crees que va a necesitar para captar el olor de Bella en el pueblo?
Lauren ya había trazado el plan en su mente antes de decir lo que dijo.
Ahogué
un grito al comprender adonde le conduciría mi olor.
–¡Charlie!
¡No pueden dejarlo allí! ¡No pueden dejarle!
Empecé
a manipular los cierres que me mantenían en mi sitio hasta que Emmett me agarró
por las muñecas, intentando retenerlas mientras yo intentaba desasirme de
aquellas esposas de carne que parecían forjadas en hormigón.
–¡Edythe,
da media vuelta! –grité.
–Bella
tiene razón –observó Alice.
El
coche redujo la velocidad ligeramente.
–No
tardaremos demasiado en considerar todas la opciones –intentó persuadirle
Alice.
El
coche redujo nuevamente la velocidad, en esta ocasión de forma más patente, y
entonces frenó con un chirrido en el arcén de la autopista. Salí disparada
hacia delante, precipitándome contra el arnés, para luego caer hacia atrás y
chocar contra el asiento.
–No
hay ninguna opción –gruñó Edythe.
–¡No
voy a abandonar a Charlie! –chillé.
Me
ignoró completamente.
–Tenemos
que llevarla a casa –intervino Emmett finalmente.
–No.
–Joss
no puede compararse con nosotros, Edy. No podrá tocarle.
–Esperará
Emmett
esbozó una sonrisa gélida, extrañamente ansiosa.
–Yo
también puedo esperar.
Edythe
dejó escapar un resoplido, exasperada.
–Ustedes
no lo han visto. ¿Es que no lo entienden? No va a cambiar de idea una vez que
se haya entregado a la caza. Tendremos que matarla.
A
Emmett no pareció disgustarle la idea.
–Es
una opción.
–Y
también tendremos que matar al hombre. Está con ella. Si luchamos, la líder del
grupo también los acompañará.
–Somos
suficientes para ellos.
–Hay
otra opción –dijo Alice con serenidad.
Edythe
se revolvió contra ella furiosa. Su voz fue un rugido devastador cuando dijo:
–¡No-hay-otra-opción!
–¡No-hay-otra-opción!
Emmett
y yo le miramos aturdidos, pero Alice no parecía sorprendida. El silencio se
prolongó durante más de un minuto, mientras Edythe y Alice se miraban fijamente
la una a la otra.
Yo
lo rompí.
–¿Querría
alguien escuchar mi plan?
–No
–gruñó Edythe.
Alice
la fulminó con la mirada.
–Escucha
–supliqué–. Llévame de vuelta.
–¡No!
–¡Sí!
Me llevas de vuelta y le digo a mi padre que quiero irme a casa, a Phoenix.
Hago las maletas, nos aseguramos que la rastreadora esté observando y entonces
huimos. Nos seguirá y dejará a Charlie tranquilo. Entonces me podrás llevar a
cualquier maldito lugar que se te ocurra.
Me
miraron sorprendidos.
–Pues
realmente no es una mala idea en absoluto.
Emmett
parecía tan sorprendido que resultaba insultante.
–Podría
funcionar, y desde luego no podemos dejar desprotegido al padre de Bella. Tú lo
sabes –dijo Alice.
Todos
miramos a Edythe.
–Es
muy peligroso… Y no le quiero cerca de ella ni a cien kilómetros a la redonda.
Emmett
rebosaba en autoconfianza.
–Edythe,
ella no va a acabar con nosotros.
Alice
se concentró durante un minuto.
–No
la veo atacando. Es de las que prefiere dar un rodeo antes de abordar un ataque
frontal. Va a esperar a que le dejemos desprotegida.
–No
le llevará mucho tiempo darse cuenta que eso no va a suceder –dijo Edythe.
–Exijo
que me lleves a casa –intenté sonar decidida.
Edythe
presionó los dedos contra las sienes y cerró los ojos con fuerza durante un
segundo. Luego clavó sus ojos en mí. Cuando Edythe habló, su voz sonaba como si
las palabras salieran en contra de su voluntad.
–Te
marchas esta noche, tanto si la rastreadora te ve como si no. Le dirás a
Charlie lo que te dé la gana, con tal de que sea rápido. Guarda en una maleta
lo primero que tengas a mano y métete después en tu coche. Me da exactamente
igual lo que Charlie te diga. Dispones de quince minutos. Quince minutos a
contar desde el momento que pongas el pie en el umbral de la puerta o te saco a
rastras.
El
Jeep volvió a la vida con un rugido y las rudas chirriaron cuando describió un
brusco giro. La aguja del velocímetro comenzó a subir de nuevo.
–¿Emmett?
–pregunté con intención, mirándome las manos.
–Ah,
perdón –dijo, y me soltó.
Transcurrieron
varios minutos en silencio, sin que se oyera otro sonido que el del motor.
Entonces, Edythe habló de nuevo.
–Vamos
a hacerlo de esta manera. Cuando lleguemos a la casa, si la rastreadora no está
allí, la acompañaré a la puerta –me miró a través del retrovisor–. Dispones de
quince minutos a partir de ese momento. Emmett, tu controlarás el exterior de
la casa. Alice, tu llevaras el coche, yo estaré dentro con ella todo el tiempo.
En cuanto salga, llevarán el jeep a casa y se lo cuentan a Carlisle.
–De
ninguna manera –le contradijo Emmett–. Iré contigo.
–Piénsalo
bien, Emmett. No sé cuánto tiempo estaré fuera.
–Hasta
que no sepamos en qué puede terminar este asunto, estaré contigo.
Edythe
suspiró.
–Si
la rastreadora está allí –continuó inexorablemente–, seguiré conduciendo.
–Vamos
a llegar antes que ella –dijo Alice con confianza.
Edythe
pareció aceptarlo. Fuera cual fuera el roce que hubiera tenido con Alice, no
dudaba de ella.
–¿Qué
vamos a hacer con el jeep? –preguntó ella.
Su
voz sonaba dura y afilada.
–Tú
lo llevarás a casa.
–No,
no lo haré –replicó ella con calma.
La
retahíla inentendible de blasfemias volvió a comenzar.
–No
cabemos en mi coche –susurré.
Edythe
no pareció escucharme.
–Creo
que debería dejarme marchar sola– dije en voz baja, mucho más tranquila. Ella
lo oyó.
–Bella,
por favor, hagamos esto a mi manera, sólo por esta vez –dijo con los dientes
apretados.
–Escucha,
Charlie no es ningún imbécil –protesté–. Si mañana no estás en el pueblo, va a
sospechar.
–Eso
es irrelevante. Nos aseguraremos de que se encuentre a salvo y eso es lo único
que importa.
–Bueno,
¿y qué pasa con la rastreadora? Vio la forma en que actuaste esta noche.
Pensará que estás conmigo, estés donde estés.
Emmett
me miró, inusualmente sorprendido otra vez.
–Edythe,
escúchala –le urgió–. Creo que tiene razón.
–Sí,
estoy de acuerdo –comentó Alice.
–No
puedo hacer eso –la voz de Edythe era helada.
–Emmett
podría quedarse también –continué–. Le ha tomado bastante ojeriza.
–¿Qué?
–Emmett se volvió hacia mí.
–Si
te quedas, tendrás más posibilidades de ponerle la mano encima –acordó Alice.
Edythe
la miró con incredulidad.
–¿Y
tú te crees que la voy a dejar irse sola?
–Claro
que no –dijo Alice–. La acompañaremos Jasper y yo.
–No
puedo hacer eso –repitió Edythe, pero esta vez su voz mostraba signos evidentes
de derrota. La lógica estaba haciendo de las suyas con ella.
Intenté
ser persuasiva.
–Déjate
ver por aquí durante una semana –vi su expresión en el retrovisor y
rectifiqué–. Bueno, unos cuantos días. Deja que Charlie vea que no me has
secuestrado y que Joss se vaya de caza inútilmente. Cerciórate por completo de
que no tenga ninguna pista; luego, te vas y me buscas, tomando una ruta que la
despiste, claro. Entonces, Jasper y Alice podrán volver a casa.
Vi
que empezaba a considerarlo.
–¿Dónde
te iría a buscar?
–A
Phoenix –respondí sin dudar.
–No.
Ella oirá que es allí donde vas –replicó con impaciencia.
–Y
tú le harás creer que es un truco, claro. Es consciente de que sabemos que nos
está escuchando. Jamás creerá que me dirija de verdad a donde anuncié que voy.
–Esta
chica es diabólica –rió Emmett entre dientes.
–¿Y
si no funciona?
–Hay
varios millones de personas en Phoenix –le informé.
–No
es tan difícil usar una guía telefónica.
–No
iré a casa.
–¿Ah,
no? –preguntó con una nota peligrosa en la voz.
–Ya
soy bastante mayorcita para para buscarme un sitio por mi cuenta.
–Edythe,
estaremos con ella –le recordó Alice.
–¿Y
qué vas a hacer tú en Phoenix? –le preguntó ella mordazmente.
–Quedarme
bajo techo.
–Ya
lo creo que voy a disfrutar –Emmett pensaba seguramente en arrinconar a Joss.
–Cállate,
Emmett.
–Mira,
si intentamos detenerle mientras ella anda por aquí, hay muchas más posibilidades
de que alguien termine herido…, tanto ella como tú al intentar protegerla.
Ahora, si la pillamos sola… –Emmett dejó la frase inconclusa y lentamente
empezó a sonreír. Yo había acertado.
El
jeep avanzaba más lentamente conforme entrabamos al pueblo. A pesar de mis
palabras valientes, sentí cómo se me ponía el vello de punta. Pensé en Charlie,
solo en casa, e intenté hacer acopio de valor.
–Bella
–dijo Edythe en voz baja. Alice y Emmett miraban por las ventanillas–, si te
pones en peligro y te pasa cualquier cosa, cualquier cosa, te haré
personalmente responsable. ¿Lo has comprendido?
–Sí
–tragué saliva.
Se
volvió a Alice.
–¿Va
a poder Jasper manejar este asunto?
–Confía
un poco en él, Edythe. Lo está haciendo bien, muy bien, teniendo todo en cuenta.
–¿Podrás
manejarlo tú? –preguntó ella.
La
pequeña y grácil Alice echó hacía atrás sus labios en una mueca horrorosa y
dejó salir un gruñido gutural que me hizo encogerme en el asiento del terror.
Edythe
le sonrió, más de repente musitó:
–Pero
guárdate tus opiniones.
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