Apenas
había comenzado a lloviznar cuando Edythe dobló la esquina para entrar en mi
calle. Hasta ese momento, no había albergado duda alguna de que me acompañaría
las pocas horas de interludio hasta el partido que iba a pasar en el mundo
real.
Entonces
vi el coche negro, un Ford desvencijado, aparcado en el camino de entrada a la
casa de Charlie, y oí a Edythe mascullar algo, enfurecida, en voz baja.
Julie
Black estaba de pie detrás de la silla de ruedas de su padre, al abrigo de la
lluvia, debajo del estrecho saliente del porche. El rostro de Billy se mostraba
tan impasible como la piedra mientras Edythe aparcaba la camioneta en el
bordillo. Jules clavaba la mirada en el suelo; parecía mortificada.
–Esto…
–la voz baja de Edythe sonaba furiosa–. Esto es pasarse de la raya.
–¿Han
venido a avisar a Charlie? –aventuré, más horrorizada que enfadada.
Edythe
se limitó a asentir, respondiendo con los ojos entornados a la mirada de Billy
a través de la lluvia.
Se
me aflojaron las piernas de alivio al saber que Charlie no había llegado aún.
–Déjame
arreglarlo a mí –sugerí, ansiosa al ver la mirada llena de odio de Edythe,
parecía demasiado… seria.
Me
sorprendió que accediera.
–Quizá
sea lo mejor, pero, de todos modos, ten cuidado. La niña no sabe nada.
–¿Niña?
Sabes que Jules no es mucho más joven que yo, ¿verdad?
Entonces,
me miró, y su ira desapareció. Me sonrió.
–Sí,
ya lo sé.
Suspiré
y puse la mano en la manija de la puerta.
–Haz
que entren a la casa para que me pueda ir –me dijo–. Volveré hacia el
atardecer.
–¿Quieres
llevarte el coche? –pregunté mientras me cuestionaba cómo le iba a explicar su
falta a Charlie.
Edythe
puso los ojos en blanco.
–Puedo
llegar a casa mucho más rápido de lo que puede llevarme este coche.
–No
tienes por qué irte –dije con pena.
Me
acarició el ceño fruncido y sonrió.
–He
de hacerlo –fulminó a los Black con la mirada–. Una vez que te liberes de
ellos, debes preparar a Charlie para presentarle a tu nueva novia.
Se
rio de la cara que puse.
–Muchas
gracias –refunfuñé.
No
es que no quisiera que Charlie supiera lo de Edythe. Sabía que le caían bien
los Cullen y, ¿cómo no iba a caerle bien Edythe? Probablemente se mostraría
impresionado, por razones obvias… quizás incluso hasta niveles insultantes.
Pero me daba la sensación de que era intentar forzar demasiado mi suerte.
Intentar bajar esa fantasía, que era casi demasiado buena para ser verdad, al
lodazar de la aburrida vida mundana parecía poco prudente. ¿Cómo podrían
coexistir ambas realidades a largo plazo?
–Volveré
pronto –me prometió.
Sus
ojos volaron de nuevo al porche y entonces se acercó rápidamente para posar sus
labios contra el costado de mi cuello. El corazón se me desbocó alocado y yo
también eché una mirada al porche. El rostro de Billy ya no estaba tan
impasible, y sus manos se aferraban a los brazos de la silla.
–Pronto
–remarqué, al abrir la puerta y saltar hacia la lluvia.
Podía
sentir sus ojos en mi espalda conforme me apresuraba hacia la tenue luz del
porche.
–Hola
Billy. Hola Jules –los saludé con todo el entusiasmo del que fui capaz–.
Charlie se ha marchado para todo el día, espero que no lleven esperándolo mucho
tiempo.
–No
mucho –contestó Billy con tono apagado; sus ojos negros me traspasaron–. Solo
queríamos traerle esto –señaló la bolsa de papel marrón que llevaba en el regazo.
–Gracias
–le dije, aunque no tenía ni idea de lo que podía ser–. ¿Por qué no entran un
momento y se secan?
Intenté
mostrarme indiferente al intenso escrutinio de Billy mientras abría la puerta y
les hacía señas para que me siguieran.
–Dámelo
–le ofrecí mientras me giraba para cerrar la puerta. Intercambié una última
mirada con Edythe, que estaba completamente inmóvil mientras esperaba con ojos
serios.
–Deberías
ponerlo en el frigorífico –comentó Billy mientras me tendía la bolsa–. Es
pescado frito casero de Harry Clearwater, el favorito de Charlie. En el
frigorífico estará más seco.
Billy
se encogió de hombros.
–Gracias
–repetí, aunque ahora lo agradecía de corazón–. Ando en busca de nuevas recetas
para el pescado y seguro que traerá más esta noche a casa.
–¿Se
ha ido de pesca otra vez? –Preguntó Billy con un sutil destello en la mirada–.
¿Allí abajo, donde siempre? Quizás me acerque a saludarlo.
–No
–mentí rápidamente, endureciendo la expresión–. Se ha ido a un sitio nuevo…, y
no tengo ni idea de dónde está.
Se
percató del cambio operado en mi expresión y se quedó pensativo.
–Julie
–dijo sin dejar de observarme–. ¿Por qué no vas al coche y traes el nuevo
cuadro de Aaron? Se lo dejaré a Charlie también.
–¿Dónde
está? –preguntó Jules, con voz apagada.
La
miré, pero tenía la vista fija en el suelo, con sus negras cejas unidas en un
gesto contrariado.
–Creo
haberlo visto en el maletero, a lo mejor tienes que rebuscar un poco.
Julie
se encaminó hacia la lluvia con paso marcial.
Billy
y yo nos encaramos en silencio. Después de unos segundos, el silencio se hizo
embarazoso, por lo que me dirigí hacia la cocina. Oí el chirrido de las ruedas
mojadas de su silla mientras me seguía.
Empujé
la bolsa dentro del estante más alto del frigorífico, ya atestado, y me di la vuelta
para hacerle frente. Su rostro de rasgos marcados era inescrutable.
–Charlie
no va a volver hasta dentro de un buen rato –espeté con tono casi grosero.
Billy
asintió con la cabeza, pero no dijo nada.
–Gracias
otra vez por el pescado frito –repetí.
Continuó
asintiendo, yo suspiré y crucé los brazos sobre el pecho. Pareció darse cuenta
de que yo había dado por finalizada nuestra pequeña charla.
–Bella
–comenzó, y luego dudó. Esperé.
–Bella
–volvió a decir–, Charlie es uno de mis mejores amigos.
–Sí.
–Me
he dado cuenta de que estás con una de los Cullen.
Pronunció
cada palabra cuidadosamente, con su voz resonante.
–Sí
–repetí de manera cortante.
Sus
ojos se achicaron.
–Quizás
no sea asunto mío, pero no creo que sea buena idea.
–Llevas
razón, no es asunto tuyo.
Arqueó
las cejas, que ya empezaban a encanecer.
–Tal
vez lo ignores, pero la familia Cullen goza de mala reputación en la reserva.
–La
verdad es que estaba al tanto –le expliqué con voz seca; aquello le
sorprendió–. Sin embargo, esa reputación podría ser inmerecida, ¿no? Que yo
sepa los Cullen nunca han puesto un pie en la reserva, ¿o sí?
Me
percaté de que se detenía en seco ante la escasa sutileza de mi alusión al
acuerdo que vinculaba y protegía su tribu.
–Es
cierto –admitió, mirándome con prevención–. Pareces… bien informada sobre los
Cullen, más de lo que esperaba.
–Quizás
incluso más que tú –dije, mirándole desde mi altura. Frunció los gruesos labios
mientras lo encajaba.
–Podría
ser –concedió, aunque un brillo de astucia iluminaba sus ojos–. ¿Está Charlie
tan bien informado?
Había
encontrado el punto débil de mi defensa.
–A
Charlie le gustan mucho los Cullen –declaré, y él percibió con claridad mi
movimiento evasivo. No parecía muy satisfecho, pero tampoco sorprendido.
–Ósea,
que no es asunto mío, pero quizá sí de Charlie.
–Sí
creo que incumbe o no a mi padre, también es asunto mío. ¿De acuerdo?
Me
pregunté si habría captado la idea a pesar de mis esfuerzos por embarullarlo
todo y no decir nada comprometedor. Parecía que sí. La lluvia repiqueteaba sobre
el tejado, era el único sonido que rompía el silencio mientras Billy
reflexionaba sobre el tema.
–Sí
–se rindió finalmente–. Imagino que es asunto tuyo.
–Gracias,
Billy –suspiré aliviada.
–Piensas
bien en lo que haces, Bella –me urgió.
–Ok
–respondí con rapidez.
Volvió
a fruncir el ceño.
–Lo
que quería decir es que dejaras de hacer lo que haces.
Le
miré a los ojos, llenos de sincera preocupación por mí, y no se me ocurrió
ninguna contestación. En ese preciso momento, la puerta se abrió de un fuerte
golpe y me sobresalté con el ruido.
A
Julie le procedió su voz quejumbrosa:
–No
había ninguna pintura en el coche.
Apareció
por la esquina de la cocina con los hombros mojados por la lluvia y el largo
cabello chorreante.
–Hmm
–gruñó Billy, separándose de mí súbitamente y girando la silla para encarar a
su hija–. Supongo que me lo dejé en casa.
–Estupendo.
Julie
levantó los ojos al cielo de forma teatral.
–Bueno,
Bella, dile a Charlie… –Billy se detuvo antes de continuar–, que hemos pasado
por aquí, ¿sí?
–Lo
haré –murmuré.
Julie
estaba sorprendida.
–¿Pero
nos vamos ya?
–Charlie
va a llegar tarde –explicó al tiempo que hacia rodar las ruedas de la silla y
sobre pasaba a Julie.
–Vaya
–Julie parecía molesta–. Bueno, entonces supongo que ya te veré otro día, Bella.
–Claro
–afirmé.
–Ten
cuidado –me advirtió Billy; no le contesté.
Julie
ayudó a su padre a salir por la puerta. Les despedí con un ligero movimiento
del brazo mientras contemplaba mi coche, ahora vació, con atención. Cerré la
puerta antes de que desaparecieran de mi vista.
Permanecí
de pie en la entrada durante un minuto, escuchando el sonido del coche mientras
daba marcha atrás y se alejaba. Me quedé allí, a la espera de que se me pasaran
la irritación y la angustia. Cuando al fin conseguí relajarme un poco, subí las
escaleras para cambiarme la elegante ropa que me había puesto para salir.
Me
probé un par de tops, no muy segura de que debía esperar de esta noche. Estaba
tan concentrada en lo que ocurriría que lo que acababa de suceder perdió todo
interés para mí. Ahora que me encontraba lejos de la influencia de Jasper y
Edythe intenté convencerme de que lo que había pasado no me debía asustar.
Deseché rápidamente la idea de ponerme otro conjunto y elegí una vieja camisa
se franela y unos vaqueros, ya que, de todos modos, llevaría puesto el
impermeable toda la noche.
Sonó
el teléfono y eché a correr escaleras abajo para responder. Solo había una voz
que quería oír; cualquier otra me molestaría. Pero imaginé que si ella hubiera
querido hablar conmigo, probablemente solo habría tenido que materializarse en
mi habitación.
–¿Diga?
–pregunté sin aliento.
–¿Bella?
Soy yo –dijo Jessica.
–Ah,
hola, Jess –luché durante unos momentos para descender de nuevo a la realidad.
Me parecían que había pasado meses en vez de días desde la última vez que hablé
con ella–. ¿Qué tal te fue en el baile?
–¡Me
lo pasé genial! –parloteó Jessica, que, sin necesidad de más invitación, se
embarcó en una descripción pormenorizada de la noche pasada. Murmuré unos
cuantos «hmm» y «ah» en los momentos adecuados, pero me costaba concentrarme.
Jessica, Mike, el baile y el instituto se me antojaban extrañamente
irrelevantes en esos momentos. Mis ojos volvían una y otra vez hacia la
ventana, intentando juzgar el grado de luz real a través de las nubes espesas.
–¿Has
oído lo que te he dicho, Bella? –me preguntó Jess, irritada.
–Lo
siento, ¿qué?
–¡Te
he dicho que Mike me besó! ¿Te lo puedes creer?
–Eso
es estupendo, Jessica.
–¿Y
qué hiciste tú ayer? –me desafió Jessica, todavía molesta por mi falta de
atención. O quizás estaba enfadada porque no le había preguntado por los
detalles.
–No
mucho, la verdad. Solo di un garbeo por ahí para disfrutar del sol.
Oí
entrar el coche de Charlie en el garaje.
–Oye,
¿y has sabido algo de Edythe Cullen?
La
puerta principal se cerró de un portazo y escuché a Charlie avanzar dando tropezones cerca de las
escaleras, mientras guardaba el aparejo de pesca.
–Hmm
–dudé, sin saber qué más contarle.
–¡Hola,
cielo! ¿Estás ahí? –me saludó Charlie al entrar en la cocina. Le devolví el
saludo por señas.
Jess
oyó su voz.
–Ah,
vaya, ha llegado tu padre. No importa, hablamos mañana. Nos vemos en
Trigonometría.
–Nos
vemos, Jess –le respondí y luego colgué.
–Hola,
papá –dije mientras él se lavaba las manos en el fregadero–. ¿Qué tal te ha ido
la pesca?
–Bien,
he metido el pescado en el congelador.
–Voy
a sacar un poco antes de que se congele. Billy trajo pescado frito del de Harry
Clearwater esta tarde –hice un esfuerzo por sonar alegre.
–Ah,
¿eso hizo? –los ojos de Charlie se iluminaron–. Es mi favorito.
Se
lavó mientras yo preparaba la cena. No tardamos mucho en sentarnos a la mesa y
cenar en silencio. Charlie disfrutaba de su comida, y entretanto yo me
preguntaba desesperadamente cómo cumplir mi misión, esforzándome por hallar la
manera de abordar el tema.
–¿Qué
has hecho hoy? –me preguntó, sacándome bruscamente de mí ensoñación.
–Bueno,
esta tarde anduve de aquí para allá por la casa –en realidad, solo había sido
la última parte de la tarde. Intenté mantener mi voz animada, pero sentía un
vacío en el estómago–. Y esta mañana me pasé por la casa de los Cullen.
Charlie
dejó caer el tenedor.
–¿La
casa del doctor Cullen? –inquirió atónito. Hice como que no me había dado
cuenta de su reacción –¿A qué fuiste allí?
Aún
no había levantado su tenedor.
–Bueno,
tenía una especie de cita con Edythe Cullen esta noche, y ella quería
presentarme a sus padres… ¿Papá?
Parecía
como si Charlie estuviera sufriendo un aneurisma.
–Papá,
¿estás bien?
–Estas
saliendo con Edythe Cullen –tronó.
–Pensaba
que te gustaban los Cullen.
–Sí,
pero… me refiero a que… Edythe es una de las chicas, ¿verdad?
Se
veía confundido, aunque me esperaba que fuera así.
–Sí,
Edythe es una chica –confirmé
–¿Has
hablado de esto con tu madre? Digo, no es que sea algo malo, no para mí, menos,
pero capaz que tu madre… –de detuvo y cerró los ojos con fuerza en busca de las
palabras correctas.
–Ya
he hablado con mamá del tema. No tiene problema de que salga con un chico o una
chica, siempre y cuando yo este cómoda con hacerlo.
–Espera…
–hizo una pausa–. ¿Cuál de ellas es Ellie?
–Edythe
es la más joven, la de pelo cobrizo.
La
más hermosa, divina…, pensé en mi fuero interno.
–Ah,
ya, eso está… –se debatía –mejor. No me gusta la pinta de la rubia. Seguro que
será una buena chica y todo eso, pero parece demasiado… madura para ti.
¿Significa esto que Ellie es tu novia?
–Se
llama Edythe, papá.
–¿Y
lo es?
–Algo
así, supongo.
–Pues
la otra noche me dijiste que no te interesaba ningún… ninguna persona del
pueblo –al verle tomar de nuevo el tenedor empecé a pensar que había pasado lo
peor.
–Bueno,
tú preguntaste por un chico, y claramente Edythe no es un chico. Además, ella
no vive en el pueblo, papá.
Me
miró con displicencia mientras masticaba.
–Y
de todos modos –continué–, estamos empezando todavía, ya sabes. No me hagas
pasar un mal rato con todo ese sermón sobre las relaciones y tal, ¿ok?
–Te
gustan las chicas –murmuró para sí.
–¿Eso
es demasiado para ti, papá?
El
miedo comenzó a hacer su aparición, si él no aceptaba mi relación con Edythe…
–No,
cariño –se apresuró a decir–. Lo siento, solo debes darme un tiempo para que me
acostumbre a la idea, ¿de acuerdo?
–Sí,
lo siento. Supongo que tendrías que haberlo sabido antes.
–Ya…
¿Cuándo vendrá a recogerte?
–Llegará
dentro de unos minutos.
–¿A
dónde te va a llevar?
–Espero
que te vayas olvidando ya de comportarte como un inquisidor, ¿ok? –Gruñí en voz
alta–. Vamos a jugar al béisbol con su familia.
Arrugó
la cara y luego, finalmente, rompió a reír entre dientes.
–¿Qué
tú vas a jugar al béisbol?
–Bueno,
más bien creo que voy a mirar la mayor parte del tiempo.
–Pues
sí que tiene que gustarte… esa chica –comentó mientras me miraba con gesto de
sospecha.
Suspiré
y puse los ojos en blanco para que me dejara en paz.
Escuché
el rugido del motor, y luego lo sentí detenerse justo en frente de la casa.
Pegué un salto en la silla y empecé a fregar los platos.
–Deja
los platos, ya los lavaré yo luego. Me tienes demasiado mimado.
Sonó
el timbre y Charlie se dirigió a abrir la puerta. Yo lo rodeé corriendo y
llegué ante que él a la puerta.
–Estas
un poco mandona, ¿no? –murmuró en voz baja.
No
me había dado cuenta de que fuera caían chuzos de punta. Edythe estaba de pie,
aureolada por la luz del porche, con el mismo aspecto de una modelo en un
anuncio de impermeables.
Escuché
como Charlie contenía la respiración de puro asombro. Me preguntaba si alguna
vez la habría visto tan de cerca. Resultaba bastante desconcertante… incluso
cuando estabas acostumbrado.
–Entra,
Edythe.
Respiré
aliviada al ver que Charlie no se había equivocado con el nombre.
–Gracias,
jefe Swan –dijo ella con voz respetuosa.
–Puedes
llamarme Charlie. No estoy de servicio. Ven, dame la campera.
–Gracias,
Charlie.
Edythe
desplegó sus hoyuelos y mi padre se quedó pasmado
Tardó
un segundo en reponerse.
–Hmm…
Siéntate aquí, Edythe.
Hice
una mueca.
Edythe
se sentó con un ágil movimiento en la única silla que había, obligándome a
sentarme al lado del jefe Swan en el sofá. Le lancé una mirada y ella me giño
un ojo a espaldas de Charlie.
–Entonces,
hmm… Tengo entendido que van a jugar al béisbol esta noche.
El
que llueva a cántaros no parecía ser ningún impedimento para hacer deporte al
aire libre. Esto solo ocurre aquí, en Washington.
–Sí,
esa es la idea. –no pareció sorprendida de que le hubiera contado a mi padre la
verdad. Aunque también podría haber estado escuchando, claro.
–Bueno,
eso es llevarla a tu terreno, supongo ¿no?
Ambos
rieron, pero yo le clavé la mirada mi padre.
–Estupendo
–me levanté–. Ya basta de bromitas a mi costa. Vámonos.
Volví
al recibidor y me puse la campera. Ellos me siguieron.
–No
vuelvas demasiado tarde, Bella.
–No,
volveremos a una hora razonable.
–Bueno,
ven a vernos cuando quieras, Edythe.
–Ha
sido muy agradable conocerte, Charlie.
Le
tendí la chaqueta a Edythe y luego ambas salimos por la puerta. La seguí hasta
el porche y, entonces, me paré en seco.
Allí,
detrás de mi coche, había un jeep gigantesco. Las llantas me llegaban por
encima de la cintura, protectores metálicos recubrían las luces traseras y
delanteras, además de llevar cuatro enormes faros antiniebla sujetos al
guardabarros. El techo era de color rojo brillante.
Charlie
dejó escapar un silbido por lo bajo.
–Pónganse
cinturón, niñas –advirtió.
Edythe
me siguió hasta la puerta del copiloto y la abrió. Calculé la distancia hasta
el asiento y me preparé para saltar. Edythe suspiró y me alzó con una sola
mano. Esperaba que Charlie no se hubiera dado cuenta.
Mientras
regresaba al lado del conductor, a un paso normal, humano, intenté ponerme el
cinturón, pero había demasiadas hebillas.
–¿Qué
es todo esto? –le pregunté cuando abrió la puerta.
–Un
arnés para conducir a campo traviesa.
–Hmm.
Intenté
encontrar los sitios donde se tenían que enganchar todas las hebillas, pero iba
demasiado despacio. Y entonces sus manos vinieron al rescate, moviéndose a una
velocidad apenas perceptible, y desaparecieron de nuevo.
Me
alegraba de que la lluvia fuera tan espesa como para que no pudiéramos
distinguir a Charlie con claridad en el porche. Eso quería decir que él tampoco
podía vernos bien.
–Este,
gracias.
–De
nada.
Edythe
giró la llave y el motor arrancó; al fin nos alejamos de la casa.
–Esto
es… hmm… ¡Vaya pedazo de Jeep que tienes!
–Es
de Emmett. Me lo prestó para que no tuviéramos que correr todo el camino.
–¿Dónde
guardan este tanque?
–Hemos
remodelado uno de los edificios exteriores para convertirlo en garaje.
–¿No
te vas a poner el cinturón?
Puso
sus ojos en blanco, sin responderme.
Entonces
caí en la cuenta del significado de sus palabras.
–¿Correr
todo el camino? Ósea, ¿Qué una parte si la vamos a hacer corriendo?
Mi
voz se elevó varias octavas y ella frunció los labios como si estuviera
intentando reprimir una sonrisa.
–No
serás tú quien corra.
–Me
voy a marear.
–Si
cierras los ojos, seguro que estarás bien.
Me
mordí el labio, intentando luchar contra el pánico, y estiré la mano para
alcanzar la suya.
–Te
he echado de menos.
Ella
rio, y su risa era una experiencia emocionante, no muy humana.
–Yo
también te he echado de menos. ¿No es raro?
–Raro,
¿por qué?
–Pensaba
que había aprendido a ser más paciente en los últimos cien años. Pero aquí
estoy, sintiendo que es muy difícil pasar una tarde separada de ti.
–Me
alegro de no ser la única.
Se
inclinó para besarme la mejilla y entonces se apartó rápidamente y suspiró. Le
miré sorprendida.
–Hueles
aún mejor bajo la lluvia.
–Pero,
¿bien o mal? –pregunté con precaución.
–De
las dos maneras –suspiró–. Siempre de las dos maneras.
Entre
la penumbra y el diluvio, no sé cómo encontró el camino, pero de algún modo
llegamos a una carretera secundaria, con más aspecto de un camino forestal que
de carretera. La conversación resultó imposible durante un buen rato, dado que
yo iba rebotando arriba y abajo en el asiento como un martillo pilón. Sin
embargo, Edythe parecía disfrutar del paseo, ya que no dejó de sonreír en
ningún momento.
Y
entonces fue cuando llegamos al final de la carretera; los arboles formaban
grandes muros verdes en tres de los cuatro costados del Jeep. La lluvia se
había convertido en llovizna poco a poco y el cielo brillante asomaba entre las
nubes.
–Lo
siento, Bella, pero desde aquí tenemos que ir a pie.
–¿Sabes
qué? Que casi mejor te espero aquí.
–Pero,
¿qué le ha pasado a tu coraje? Estuviste estupenda esta mañana.
–Todavía
no se me ha olvidado la última vez.
Parecía
increíble que aquello solo hubiera sucedido ayer. Se acercó tan rápidamente a
mi lado del coche que apenas pude apreciar una imagen borrosa. Empezó a
desarmar el arnés.
–Ya
los suelto yo; tú vete –protesté en vano.
Antes
de que pudiera pronunciar la última palabra, ya había terminado.
Me
quedé sentada en el coche, mirándola.
–¿No
confías en mí? –me preguntó, dolida o, al menos, haciendo como que lo estaba.
–Ese
no es el problema. La confianza y la tendencia a marearse no tienen
absolutamente ninguna relación.
Se
me quedó mirando durante un minuto, y yo empecé a sentirme idiota allí sentada
en el Jeep, pero lo único que en lo que podía pensar era en el que había sido
el paseo en montaña rusa más mareante de mi vida.
–¿Recuerdas
lo que te dije sobre que la mente domina a la materia? –me preguntó.
–Sí…
–Tal
vez si te concentraras en otra cosa…
–¿Cómo
qué?
De
repente, se metió en el Jeep conmigo, con una rodilla apoyada en el asiento que
había junto a mi pierna y las manos apoyadas en mis hombros. Su rostro quedaba
a unos centímetros de distancia.
Experimenté
un levísimo paro cardiaco.
–No
dejes de respirar –me indicó.
–¿Cómo?
–Su efluvio ya había desorganizado todos mis procesos mentales.
Ella
sonrió, y luego volvió a adoptar una expresión seria.
–Cuando
estemos corriendo, y sí, me temo que esa parte no es negociable, quiero que te
concentres en esto.
Se
acercó a mí muy lentamente y ladeó la cara para que nuestras mejillas se
tocaran, posando sus labios contra mi oreja. Una de sus manos se deslizó por mi
brazo hacia mi cadera.
–Solo
tienes que pensar en nosotros… Así…
Sus
labios tironearon suavemente el lóbulo de mi oreja y se desplazaron muy
despacio por mi mandíbula, descendiendo a continuación por mi cuello.
–Respira,
Bella –murmuró.
Aspiré
una honda y ruidosa bocanada.
Me
besó en el borde de la mandíbula, y luego en la mejilla.
–¿Sigues
preocupada?
–¿Eh?
Ella
rio para sí. Ahora sus manos sostenían mi rostro, y me besó delicadamente
primero un párpado y luego el otro.
–Edythe
–jadeé.
Entonces,
sus labios se abalanzaron sobre los míos, casi con rudeza y me besó en serio,
moviendo sus labios insistentes contra los míos.
Realmente
no había excusa para mi comportamiento. Ahora lo veo más claro, como es lógico.
De cualquier modo, parecía que no podía dejar de comportarme exactamente como
lo hice la primera vez. En vez de quedarme quieta, a salvo, mis brazos se
alzaron para envolver su cintura, y me quedé de pronto soldada a su cuerpo,
duro como la piedra. Suspiré y mis labios se entreabrieron, aspirando su aroma
con cada aliento.
–¡Maldita
sea, Bella!
Y
entonces desapareció, desligándose con gran facilidad de mi abrazo y, cuando
parpadeé para volver a la realidad, la vi de pie a tres metros de mí fuera del
coche.
–Lo
siento –jadeé.
Ella
me miró con receló, con unos ojos tan enormes que el blanco destacaba contra el
dorado. Me bajé como pude del coche y me apoyé en él, buscando apoyo.
–Eres
mi perdición, Bella, te juro que lo eres –dijo en voz baja.
–Eres
indestructible –mascullé, intentando recuperar el aliento.
–Eso
creía antes de conocerte. Ahora será mejor que salgamos de aquí rápido antes de
que cometa alguna estupidez de verdad –murmuró.
Me
dio la espalda y me miró por encima del hombro con expresión de: «Súbete».
Me
encaramé a su espalda, enroscando mis piernas en su cintura y busqué seguridad
al sujetarme a su cuello con un abrazo casi estrangulador.
–Mantén
los ojos cerrados –me advirtió, y empezó a correr.
Hundí
la cabeza en su espalda, por debajo de mi brazo, y cerré con fuerza los ojos.
No
podía decir realmente si nos movíamos o no. Sentía la sensación del vuelo a lo
largo de mi cuerpo, pero el movimiento era tan suave que igual hubiéramos
podido estar dando un paseo por la acera. Estuve tentada de echar un vistazo,
solo para comprobar si estábamos volando de verdad a través del bosque igual
que antes, pero me resistí. No merecía la pena ganarme un mareo tremendo. Me
contenté con sentir su respiración acompasada.
No
estuve completamente segura de que habíamos parado hasta que no alzó el brazo
hacia atrás y me tocó el pelo.
–Ya
pasó, Bella.
Me
atreví a abrir los ojos y era cierto, ya nos habíamos detenido. Medio
entumecida, deshice la presa estranguladora sobre su cuerpo y me deslicé al
suelo, cayéndome de espaldas.
–¡Ay!
–grité enfadada cuando me golpeé contra el suelo mojado.
Se
me quedó mirando un segundo como si no estuviera totalmente segura de sí podía
reírse a mi costa en esta situación, pero finalmente se decantó por el sí y
rompió a reír a mandíbula batiente, con la cabeza echada hacia atrás y
agarrándose el vientre con ambas manos.
Me
levanté, ignorándole, y me puse a limpiar de barro y ramitas la parte posterior
de mi chaqueta. Eso solo sirvió para que se riera aún más. Enfadada, empecé a
andar a zancadas hacia el bosque.
Algo
enganchó la parte trasera de mi chaqueta.
–¿A
dónde vas, Bella?
–A
ver un partido de béisbol. Ya que tú no pareces interesada en jugar, voy a
asegurarme de que los demás se diviertan sin ti.
–Es
por el otro lado.
Me
di la vuelta sin mirarle, y seguí andando a zancadas en la dirección opuesta.
Me atrapó la mano con la suya.
–Siento
haberme reído –se oía honesta, por lo que bajé un poco mi enfado.
–Yo
también me habría reído.
–No,
es que estaba un poco… nerviosa. Necesitaba dejarme ir.
Caminamos
en silencio unos segundos.
–Dime
al menos que ha funcionado el experimento para que la mente se imponga a la
materia.
–Pues…
no me he mareado.
–Ajá.
¿Pero?
–Pero
no estaba pensando… en el coche. Estaba pensando en lo que ha pasado después.
Ella
no dijo nada.
–Sé
que ya me he disculpado, pero, de nuevo, lo siento. Aprenderé a controlarme
mejor, sé que…
–Bella,
para. Por favor, me haces sentir aún más culpable cuando me pides perdón.
Yo
giré para mirarla. Ambas nos detuvimos.
–¿Por
qué te ibas a sentir culpable?
Ella
se carcajeó de nuevo, pero esta vez sus carcajadas tenían una nota casi
histérica.
–Ah,
claro. ¿Por qué iba a sentirse yo culpable?
La
oscuridad de sus ojos me inquietó. Había sufrimiento en ellos, y no sabía cómo
hacer que desapareciera. Toqué su mejilla con la yema de mis dedos.
–Edythe,
no entiendo a qué te refieres.
Ella
cerró los ojos.
–Es
que parece que no puedo dejar de ponerte en peligro. Creo que puedo controlarme
y, entonces, vuelvo a estar otra vez tan cerca de… No sé cómo dejar de ser lo
que soy –con los ojos aún cerrados, hizo gesto para señalarse a sí misma–. Mi
propia existencia ya supone un peligro para ti. Algunas veces, de verdad que me
odio a mí misma. Debería ser más fuerte, debería ser capaz de…
Le
tapé la boca con la mano.
–No
lo digas.
Abrió
los ojos. Apartó mi mano de su boca y se la llevó de nuevo a la mejilla.
–Te
quiero –dijo–. Es una excusa muy pobre para todo lo que te hago pasar, pero es
la pura verdad.
Era
la primera vez que me decía que me quería, al menos con tantas palabras. Tal
vez no se hubiera dado cuenta, pero yo ya lo creo que sí.
–Yo
también te quiero –le dije cuando recobré el aliento–. Y no quiero que seas
nada distinto a lo que eres.
Edythe
suspiró.
–Ahora,
se una buena niña –dijo y se pegó a mi cuerpo.
Me
quedé muy quieta, mostrando dignidad, mientras rozaba suavemente sus labios
contra los míos. Entonces suspiré.
–Le
aseguraste al jefe Swan que volvería a una hora razonable, ¿recuerdas? Así que
será mejor que nos pongamos en marcha.
–Como
órdenes.
Me
dio la mano y me llevó unos cuantos metros más adelante, a través de unos altos
helechos y rodeando un enorme abeto, y de pronto nos encontramos allí, al borde
de un inmenso campo abierto en la ladera de una montaña. Tenía dos veces el
tamaño de un estadio de béisbol.
Allí
vi a los demás; Esme, Emmett y Rosalie, sentados en una lisa roca salediza,
eran los que se hallaban más cerca de nosotros, a unos cien metros. Aún más
lejos, a unos cuatrocientos metros, se veía a Jasper y a Alice, que parecían
lanzarse algo el uno al otro, aunque no vi la bola en ningún momento. Parecía
que Carlisle estuviera marcando las bases, pero ¿realmente podía estar
poniéndolas tan separas unas de las otras?
Los
tres que se encontraban sobre la roca se levantaron cuando estuvimos a la
vista. Esme se acercó hacia nosotros y Emmett la siguió después de echar una
larga ojeada a la espalda de Rosalie, que se había levantado con gracia y
avanzaba a grandes pasos hacia el campo sin mirar en nuestra dirección. En
respuesta, mi estómago se agitó incómodo.
–¿Es
a ti a quien hemos oído, Edythe? –preguntó Esme conforme se acercaba.
–Sonaba
como si se estuviera ahogando una hiena –aclaró Emmett.
Sonreí
tímidamente a Esme.
–Era
ella.
–Bella
estaba resultando muy cómica –explicó Edythe.
Alice
había abandonado su posición y corría, o más bien se podía decir que danzaba,
hacia nosotros. Avanzó a toda velocidad para detenerse con gran desenvoltura a
nuestro lado.
–Es
la hora –anunció.
El
hondo estruendo de un trueno sacudió el bosque de en frente apenas hubo
terminado de hablar. A continuación retumbó hacia el oeste, en dirección a la
ciudad.
–Raro,
¿a qué si? –dijo Emmett con un guiño, como si nos conociéramos de toda la vida.
–Vamos,
vamos…
Alice
tomó a Emmett de la mano y desaparecieron como flechas en dirección al
gigantesco campo.
Ella
corría como una gacela; él, lejos de ser grácil, sin embargo le igualaba en
velocidad, aunque nunca se le podría comparar a una gacela.
–¿Te
gustaría jugar una bola? –me preguntó Edythe con los ojos brillantes.
Era
difícil no mostrar entusiasmo por algo que era evidente que la hacía feliz.
–¡Ve
con los demás!
Rió,
me pasó los dedos por el cabello y corrió tras los otros dos. Su forma de
correr era más agresiva que cualquiera de las anteriores, pero igualmente
elegante y sobrecogedoramente hermosa. Pronto les dio alcance y los dejó atrás.
–¿Bajamos?
–inquirió Esme con su voz melodiosa y suave.
En
ese instante, me di cuenta de que le estaba mirando boquiabierta. Rápidamente
controle mi expresión y asentí. Esme estaba a un metro escaso de mí y me
pregunté si seguía actuando con cuidado para no asustarme. Acompasó su paso al
mío, sin impacientarse por mi ritmo lento.
–¿No
vas a jugar con ellos? –le pregunté con timidez.
–No,
prefiero arbitrar; alguien debe evitar que hagan trampas y a mí me gusta –me
explicó.
–Entonces,
¿les gusta hacer trampas?
–Oh,
ya lo creo que sí, ¡tendrías que oír sus explicaciones! Bueno, espero que no
sea así, de lo contrario pensaras que se han criado en una manada de lobos.
–Te
pareces a mi madre –reí, sorprendida, y ella se unió a mis risas.
–Bueno,
me gusta pensar en ellos como si fueran hijos míos, en más de un sentido. Me
cuesta mucho controlar mis instintos maternales. ¿No te contó Edythe que había
perdido un bebé?
–No
–murmuré aturdida, esforzándome por comprender a qué periodo de su vida se
estaría refiriendo.
–Sí,
mi primer y único hijo murió a los pocos días de haber nacido, mi pobre cosita
–suspiró–. Me rompió el corazón y por eso me arrojé por el acantilado, como ya
sabrás –añadió con toda naturalidad.
–Edythe
solo me dijo que te caíste –tartamudeé.
–Ah,
Edythe, siempre tan educada –esbozó una sonrisa–. Edythe fue la primera de mis
nuevos hijos. Siempre pienso en ella de ese modo, incluso aunque, en cierto
modo, sea mayor que yo –me sonrió cálidamente–. Por eso me alegra tanto que te
haya encontrado, corazón –aquellas cariñosas palabras sonaron muy naturales en
sus labios–. Ha sido un bicho raro durante demasiado tiempo; me dolía verla tan
sola.
–Entonces,
¿no te importa? –Pregunté, dubitativa otra vez–. ¿Qué yo no sea… buena para él?
–No
–se quedó pensativa–. Tú eres lo que ella quiere. No sé cómo, pero esto va a
salir bien –me aseguró, aunque su frente estaba fruncida por la preocupación.
Se oyó el estruendo de otro trueno.
En
ese momento Esme se detuvo. Por lo visto, habíamos llegado a los límites del
campo. Al parecer, ya se habían formado los equipos. Edythe estaba en la parte
izquierda del camp, bastante lejos; Carlisle se encontraba entre la primera y
la segunda base, y Alice tenía la bola en su poder, en lo que debía ser la base
de lanzamiento.
Emmett
hacía girar un bate de aluminio, solo perceptible por su sonido silbante, ya
que era casi imposible seguir su trayectoria en el aire con la vista. Esperaba
que se acercara a la base de meta, pero ya estaba allí, a una distancia
inconcebible de la base de lanzamiento, adoptando la postura de bateo para
cuando me quise dar cuenta. Jasper se situó detrás, a un metro escaso, para
atrapar la bola para el otro equipo. Como era de esperar, ninguno llevaba
guantes.
–De
acuerdo –Esme habló con voz clara, y supe que Edythe la había oído a pesar de
estar muy alejada–, batea.
Alice
permanecía erguida, aparentemente inmóvil. Su estilo parecía que estaba más
cerca de la astucia, de lo furtivo, que de una técnica de lanzamiento
intimidatorio. Sujetó la bola con ambas manos cerca de su cintura; luego, su
brazo derecho se movió como el ataque de una cobra y la bola impactó en la mano
de Jasper.
–¿Ha
sido un strike? –le pregunté a Esme.
–Si
no la golpean, es un strike –me contestó.
Jasper
lanzó de nuevo la bola a la mano de Alice, que se permitió una gran sonrisa
antes de estirar el brazo para efectuar otro nuevo lanzamiento.
Esta
vez el bate consiguió, sin saber muy bien cómo, golpear la bola invisible. El
chasquido del impacto fue tremendo, atronador. Entendí con claridad la razón
por la que necesitaban una tormenta para jugar cuando las montañas devolvieron
el eco del golpe. La bola sobrevoló el campo como un meteorito para irse a
perder en lo profundo del bosque circundante.
–Carrera
completa –murmuré.
–Espera
–dijo Esme con cautela, escuchando atenta y con la mano alzada.
Emmett
era una figura borrosa que corría de una base a otra y Carlisle, la sombra que
lo seguía. Me di cuenta de que Edythe no estaba.
–¡Out! –cantó Esme con su voz clara.
Contemplé
con incredulidad como Edythe saltaba desde la linde del bosque con la bola en
la mano alzada. Incluso yo puse ver su brillante sonrisa.
–Emmett
será el que batea más fuerte –me explicó Esme–, pero Edythe corre al menos
igual de rápido.
Las
entradas se sucedieron ante mis ojos incrédulos. Era imposible mantener
contacto visual con la bola teniendo en cuenta la velocidad a la que volaba y
el ritmo al que se movían alrededor del campo los corredores de base.
Comprendí
el otro motivo por el cual esperaban a que hubiera una tormenta para jugar
cuando Jasper bateó una roleta, una de esas pelotas que van rodando por el
suelo, hacia la posición de Carlisle en un intento de evitar la infalible
defensa de Edythe.
Carlisle
corrió a la bola y luego se lanzó en pos de Jasper, que iba disparado hacia la
primera base. Cuando chocaron, el sonido fue como el de la colisión de dos
enormes masas de roca. Preocupada, me incorporé de un salto para ver lo
sucedido, pero habían resultado ilesos.
–Están
bien –anunció Esme con voz tranquila.
El
equipo de Emmett iba una carrera por delante. Rosalie se la apañó para
revolotear sobre las bases después de aprovechar uno de los larguísimos
lanzamientos de Emmett, cuando Edythe consiguió el tercer out. Se acercó de un
salto hasta donde estaba yo, sonriendo de entusiasmo.
–¿Qué
te parece? –inquirió.
–Una
cosa es segura: no volveré a sentarme otra vez a ver esa vieja y aburrida Liga
Nacional de Béisbol.
–Ya,
suena como si lo hubieras hecho antes muchas veces –rio Edythe.
–Pero
estoy un poco decepcionada –bromeé.
–¿Por
qué?
–Bueno,
sería estupendo encontrar una sola cosa que no hagas mejor que cualquier otra
persona en este planeta.
Me
dedicó sus hoyuelos, dejándome sin aliento.
–Ya
voy –dijo al tiempo que se encaminaba hacia la base del bateador.
Jugó
con mucha astucia al optar por una bola baja, fuera del alcance de la excepcionalmente
rápida mano de Rosalie, que defendía en la parte exterior del campo y, veloz,
como el rayo, ganó dos bases antes de que Emmett pusiera volver a poner la bola
en el juego. Carlisle golpeó una tan lejos fuera del campo –con un estruendo
que me hirió en los oídos–, que Edythe y él completaron la carrera. Alice chocó
las palmas con ellos.
El
tanteo cambiaba continuamente conforme avanzaba el partido y se gastaban bromas
unos a otros como otros jugadores callejeros al ir pasando todos por la primera
posición. De vez en cuando, Esme tenía que llamarles la atención. Otro trueno
retumbó, pero seguíamos sin mojarnos, tal y como había predicho Alice.
Carlisle
estaba a punto de batear con Edythe como receptor cuando Alice, de pronto,
profirió un grito sofocado que sonó muy fuerte. Yo miraba a Edythe, como
siempre, y entonces le vi dase la vuelta para mirarla. Las miradas de ambas se
encontraron y en un instante circuló entre ellos un flujo misterioso. Edythe ya
estaba a mi lado antes de que los demás pudieran preguntar a Alice que iba mal.
–¿Alice?
–preguntó Esme con voz tensa.
–No
lo he visto con claridad, no podría decirles… –susurró ella. Para entonces ya
se habían reunido todos.
–¿Qué
pasa, Alice? –le preguntó Carlisle a su vez con voz tranquila, cargada de
autoridad.
–Viajan
mucho más rápido de lo que pensaba. Creo que me he equivocado en eso –murmuró.
Jasper
se inclinó sobre ella con ademán protector.
–¿Qué
es lo que ha cambiado? –le preguntó.
–Nos
han oído jugar y han cambiado de dirección –señaló, contrita, como si se
sintiera responsable de lo que fuera que la había asustado.
Siete
pares de rápidos ojos se posaron en mi cara de forma fugaz y se apartaron.
–¿Cuánto
tardarán en llegar? –inquirió Carlisle, volviéndose hacia Edythe. Una mirada de
intensa concentración cruzó por su rostro y respondió con gesto contrariado:
–Menos
de cinco minutos. Vienen corriendo, quieren jugar.
–¿Puedes
hacerlo? –le preguntó Carlisle, mientras sus ojos se posaban sobre mí
brevemente.
–No,
con carga, no –resumió ella–. Además, lo que menos necesitamos es que capten el
olor y comiencen la caza.
–¿Cuántos
son? –preguntó Emmett a Alice.
–Tres
–contestó con laconismo.
–¡Tres!
–exclamó Emmett con tono de mofa. Flexionó los músculos de acero de sus
imponentes brazos–. Déjalos que vengan.
Carlisle
lo consideró durante una fracción de segundo que pareció más larga de lo que
fue en realidad. Sólo Emmett parecía impasible; el resto miraba fijamente el
rostro de Carlisle con los ojos llenos de ansiedad.
–Nos
limitaremos a seguir jugando –anunció finalmente Carlisle con tono frío y
desapasionado–. Alice dijo que sólo sentían curiosidad.
Pronunció
las dos frases en un torrente de palabras que duró unos segundos escasos.
Escuché con atención y conseguí captar
la mayor parte, aunque no conseguir oír lo que Esme le estaba preguntando en
ese momento a Edythe con una vibración silenciosa de sus labios. Solo atisbé la
imperceptible negativa por parte de Edythe y el alivio en las facciones de
Esme.
–Intenta
atrapar tú la bola, Esme. Yo me encargo de prepararla –dijo Edythe.
Ella
permaneció a mi lado mientras los otros volvieron al campo, barriendo el bosque
con la mirada. Alice y Esme parecían intentar orientarse alrededor de donde yo
me encontraba.
–Suéltate
el pelo –pidió Edythe con voz tranquila y baja.
Obedientemente,
me quité la goma del pelo y lo sacudí hasta extenderlo todo a mí alrededor.
Comenté
lo que me parecía evidente.
–Los
otros vienen ya para acá.
–Sí,
quédate inmóvil, permanece callada –intentó ocultar bastante bien el
nerviosismo de su voz, pero pude captarlo–, y no te apartes de mí lado, por
favor.
Tiró
de mi melena hacia delante, y la enrolló alrededor de mi cara. Alice apuntó en
voz baja:
–Eso
no servirá de nada. Yo podría olerla incluso desde el otro lado del campo.
–Lo
sé –espetó Edythe.
Carlisle
se quedó de pie en el prado mientras el resto retomaba el juego con desgana.
–Edythe,
¿qué te preguntó Esme? –susurré.
Vaciló
un momento antes de contestarme.
–Qué
si estaban sedientos.
Pasaron
unos segundos y el juego progresaba, ahora con apatía, ya que nadie tenía ganas
de golpear fuerte. Emmett, Rosalie y Jasper merodeaban por el área interior del
campo.
A
pesar de que el miedo me nublaba el entendimiento, fui consciente más de una
vez de la mirada fija de Rosalie en mí. Era inexpresiva, pero de algún modo,
por la forma en que plegaba los labios, me hizo pensar que estaba enfadada.
Edythe
no prestaba ninguna atención al juego, sus ojos y su mente se encontraban inspeccionando
el bosque.
–Lo
siento, Bella –murmuró ferozmente–. Exponerte de este modo ha sido estúpido e
irresponsable por mi parte. ¡Cuánto lo siento!
Noté
como contenía la respiración y fijaba los ojos abiertos como platos en la
esquina oeste del campo. Avanzó medio paso, interponiéndose entre lo que se
acercaba y yo.
Carlisle,
Emmett y los demás se volvieron en la misma dirección en cuanto oyeron el ruido
de su avance, que a mí me llegaba mucho más apagado.
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