sábado, 3 de junio de 2023

Una ocasión especial

Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.



—¿Estás segura de que esto es buena idea? —preguntó ella.
—Debería estar por aquí.
—Avísame si empieza a sobrepasarte.
Asentí.
Estábamos a unos treinta metros de altura, en las ramas de un alto abeto, sentadas la una al lado de la otra sobre una de las ramas gruesas. Yo le rodeaba el brazo mientras ella me sostenía la mano libre entre las suyas. Notaba sus ojos, cargados de preocupación, fijos en mi rostro.
La rama se mecía a merced del viento bajo nosotras.
A unos cinco kilómetros, una caravana de coches se dirigía a Calawah Way con todos los faros encendidos, aunque era de día. Nos encontrábamos al sudeste y a barlovento, en una ubicación cuidadosamente elegida para no tener a nadie cerca. Estábamos demasiado lejos como para que Edythe pudiera escuchar mucho de lo que la gente pensaba, pero tampoco importaba. Estaba segura de que podía imaginarme la mayor parte.
El primer vehículo era el coche fúnebre. Justo después iba el coche patrulla. Mi madre iba en el asiento del copiloto, y Phil en el trasero. Reconocí prácticamente todos los vehículos qué seguían la caravana.
No pude presenciar el funeral en sí, porque se había celebrado en el interior de una iglesia. Tendría que conformarme con el entierro.
La visión del coche fúnebre resultaba devastadora. Lo poco del cadáver que habían encontrado en la carrocería calcinada de mi camioneta no era suficiente como para llenar un féretro. Si hubiera podido discutirlo con mis padres, les habría aconsejado qué no malgastaran el dinero y que se conformaran con una urna. Pero supuse que aquello quizá les consolaría. Tal vez deseaban tener una verdadera tumba qué visitar.
Conocía con anterioridad el lugar en el que me iban a enterrar, o más bien dónde iban a depositar el cuerpo de quien pensaban que era yo. Habían cavado el agujero el día anterior, justo al lado de las tumbas del abuelo y la abuela Swan. Ambos habían muerto cuando yo era pequeña, así que nunca llegué a conocerlos bien. Esperaba que no les importara tener a una completa extraña enterrada junto a ellos.
No sabía cómo se llamaba la extraña. No quise conocer los detalles de cómo Alice y Emmett habían simulado mi muerte. Solo sabía que alguien más o menos de mi tamaño, que ya había sido enterrada recientemente, ocupaba mi lugar en el que debía ser mi último viaje. Asumí que habían destruido todas las vías a través de las cuales podrían identificarme: los dientes, las huellas dactilares, etcétera. Me sentía bastante mal por aquella pobre mujer, pero supuse que tampoco le importaría demasiado. No había sentido ningún dolor cuando había volcado en algún lugar de Nevada y mi camioneta se había prendido fuego. Su familia ya le había velado. Tenían una tumba con su nombre en algún lugar… igual que, ahora, la tenían mis padres.
Tanto Charlie como mi madre formaban parte del grupo de portadores del féretro. Incluso desde la lejanía percibí qué mi padre parecía haber envejecido veinte años y que mi madre avanzaba como si estuviera sonámbula. Si no estuviera aferrándose al féretro, no creo que hubiera podido caminar en línea recta por la pradera del cementerio. Reconocí el vestido negro que llevaba: lo había comprado para una fiesta formal y pensaba que le hacía parecer mayor, así que terminó asistiendo a la fiesta vestida de rojo. Charlie llevaba un traje qué nunca le había visto puesto. Supuse que era bastante antiguo: parecía que no le abrochaba, y la corbata era demasiado ancha.
Phil también los ayudaba, así como Ángela y su padre, el reverendo Weber. Jessica caminaba detrás de Ángela. Incluso Billy Black sostenía una de las asas de latón mientras Jules empujaba su silla de ruedas.
En la multitud, vi a casi todas las personas que conocía del instituto. La mayoría vestía de negro, y muchos se abrazaban y lloraban. Lo cierto es que me sorprendió, porque a muchos ni siquiera los conocía demasiado bien. Supuse que lloraban porque, en general, que alguien muera con tan solo diecisiete años es una situación triste. Probablemente les hacía reflexionar sobre su propia existencia efímera y esas cosas.
Había un grupo de gente que destacaba: Carlisle, Esme, Alice, Jasper, Rosalie y Emmett, todos vestidos de gris claro. Estaban más erguidos qué nadie, e incluso desde la distancia se percibía qué su piel era claramente distinta… al menos a los ojos de un vampiro.
Daba la sensación de que todo se demoraba una eternidad: el descenso del ataúd, aquella especie de discurso que daba el reverendo —¿sería un sermón?—, la caída de las flores que mi madre y mi padre arrojaron al agujero de la tumba una vez que el féretro estuvo dentro, la incómoda cola qué todo el mundo hacía para dar las condolencias a mis padres. Deseé qué dejaran marcharse a mi madre. Se apoyaba contra Phil, y yo sabía que necesitaba tumbarse. Charlie lo estaba soportando mejor, pero parecía frágil. Jules empujó la silla de Billy hasta que quedó junto a él, un poco desplazado a un lado. Billy se estiró y palmeó el brazo de Charlie. Tuve la sensación de que eso le aliviaba un poco. Aquello dejó a Jules en una posición en la que podía apreciar perfectamente su rostro, pero hubiera preferido no tener esa posibilidad.
Carlisle y el resto de los Cullen estaban casi al final de la cola. Los Observamos mientras se dirigían lentamente hasta el principio. Llegaron rápidamente hasta mi madre, a quién no conocían. Alice trajo una silla para que ella se sentara y Phil se lo agradeció. Me pregunté si habría visualizado qué estaba a punto de caerse.
Carlisle pasó más tiempo con Charlie. Sabía que se estaba disculpando por la ausencia de Edythe, explicándole que estaba demasiado conmocionada como para asistir. Aquella era una excusa más que válida para que Edythe pudiera quedarse conmigo aquel día, pero también servía para fundamentar una coartada: durante el siguiente curso escolar Edythe seguiría sintiéndose tan afectada qué Esme decidiría darle clases particulares en casa.
Observé que, cuando Billy y Jules ya se hubieron marchado, Charlie aún seguía hablando con Carlisle. Billy les dedicó una mirada sombría a los Cullen y, de repente, clavó la vista en el lugar donde yo me encontraba.
Evidentemente, no podía vernos. Miré a nuestro alrededor, intentando averiguar hacia dónde se dirigían sus ojos. Me di cuenta de que Emmett también nos estaba observando, aunque a él no le costaba ningún trabajo localizarnos, y se esforzaba por reprimir una sonrisa: Emmett nunca se tomaba nada demasiado en serio. Billy debía de haber adivinado que Emmett nos estaba mirando.
Billy apartó la vista transcurridos unos segundos y le dijo algo a Jules. Ambas continuaron hacia su coche.
Los Cullen se marcharon después de los Black. La fila disminuyó y, por fin, mis padres quedaron libres. Phil se llevó a mi madre a toda prisa; el reverendo se ofreció a llevarlos en su coche. Charlie se quedó solo hasta que los empleados de la funeraria llenaron la tumba de arena, pero no observó el proceso. Se sentó en la misma silla que había ocupado mi madre y se quedó con la mirada perdida orientada hacia el norte.
Noté que los músculos de mi cara intentaban encontrar una expresión acorde a mi dolor. Tenía los ojos demasiado secos, y parpadeé para apartar aquella desagradable sensación. Cuando inspiré una nueva bocanada de aire, se me atascó en la garganta, como si me estuviera asfixiando con él.
Los brazos de Edythe me envolvieron con fuerza. Yo enterré mi rostro en su hombro.
—Lo siento, Bella. Nunca quise esto para ti.
Yo me limité a asentir.
Nos quedamos así sentadas un largo rato.
Me dio un toque cuando Charlie se marchó para que pudiera ver cómo se alejaba con el coche.
—¿Quieres ir a casa?
—Tal vez en un rato.
—De acuerdo.
Nos quedamos mirando el cementerio casi vacío. Estaba empezando a anochecer. Unos cuantos empleados recogían las sillas y la basura. Uno de ellos apartó una foto mía, la que me habían tomado al principio del año escolar durante mi primer curso de secundaria en Phoenix. Nunca me había gustado mucho. Me costó reconocer a aquella chica de ojos cafés llenos de incertidumbre y una sonrisa poco entusiasta. Me resultaba muy difícil recordar haber sido ella. Y me costaba mucho más imaginar qué aspecto habría tenido para Edythe al principio de todo aquello.
—Nunca quisiste esto para mí —dije lentamente—, pero ¿qué querías? ¿Cómo pensabas que iban a ser las cosas, teniendo en cuenta que yo siempre iba a estar enamorada de ti?
—¿En el mejor de los casos? —suspiró—. Hubiera deseado… ser lo suficientemente fuerte como para poder estar juntas mientras tu seguías siendo humana. Que pudiéramos ser… algo más que novias. Que algún día, si no te cansabas de mí, hubiéramos podido ser algo más que esposas. No habríamos podido envejecer juntas, pero yo hubiera permanecido a tu lado mientras tú lo hacías. Habría pasado contigo todos los días de tu vida —calló un segundo—. Y, entonces, cuando tu vida hubiera terminado… no habría querido seguir existiendo. Se me habría ocurrido la manera de seguirte.
Se sobresaltó cuando me eché a reír. No fue una risa fuerte, pero me sorprendí de lo agradable qué resultaba.
—Era una idea completamente horrible —le dije—. ¿Te imaginas cómo hubiera sido cuando la gente pensara que era tu madre? ¿Tu abuela? Lo más probable es que me hubieran metido en la cárcel.
—A mí eso no me hubiera importado —dijo con una sonrisa vacilante—. Y si te hubieran metido en la cárcel, yo te habría sacado.
—¿Y te habrías casado conmigo? —le pregunté—. ¿En serio?
Ahora su sonrisa se ensanchó.
—Y aún lo haré. Alice lo ha visto.
Parpadeé un par de veces.
—Guau. Me siento muy alagada. ¿De verdad quieres casarte conmigo, Edythe?
—¿Me estás proponiendo matrimonio?
Lo medité durante medio segundo.
—Sí. ¿Quieres hacerlo?
Me rodeó con sus brazos.
—Por supuesto que sí. Cuando tú quieras.
—Guau —repetí. La abracé—. Aunque creo que podría haber sido mejor en la otra versión de la historia. Más épico.
Ella se recostó para mirarme, y su rostro parecía de nuevo triste.
—Cualquier otra versión también habría terminado aquí.
—Pero podría haberme… despedido mejor.
No quería pensar en las últimas palabras que le había dicho a Charlie, pero no conseguía qué abandonaran mi mente. Era de lo que más me arrepentía. Me alegraba de que el recuerdo no fuera muy vivido, y solo podía esperar que se fuera desvaneciendo con el tiempo.
—¿Y si nos hubiéramos casado? Ya sabes, si nos hubiéramos graduado a la vez, hubiéramos ido unos cuantos años a la universidad y luego hubiéramos organizado una gran boda a la que habríamos invitado a todos nuestro conocidos para que pudieran hablar de como dos chicas se han atrevido a tanto. Daríamos discursos empalagosos, inventarnos un motivo para decirles a todos lo mucho que los queríamos. Y luego volver a marcharnos para continuar la universidad en algún lugar lejano…
—Eso suena bien —suspiró—. Pero al final terminarías con un funeral por partida doble.
—Tal vez. O tal vez podríamos haber fingido estar muy ocupadas durante un año, y cuando hubiera sido una vampira madura y bajo control, hubiera podido volver a verlos…
—Sí, claro —dijo ella, poniendo los ojos en blanco—. Y lo único de lo que nos tendríamos que haber preocupado habría sido de no envejecer nunca y de no provocar la ira de los Vulturis… Seguro que habría terminado bien.
—De acuerdo, de acuerdo, tienes razón. No hay otra versión posible.
—Lo siento —volvió a decir en voz baja.
—De todas maneras, Edythe, si no hubiera sido tan estúpida como para escaparme e ir en busca de la rastreadora —ella siseó, pero yo seguí hablando—, solo habríamos retrasado los acontecimientos. Habríamos terminado donde estamos. Tú eres la vida que elijo.
Ella sonrió, al principio muy lentamente, pero de repente su sonrisa fue enorme y desplegó sus hoyuelos.
—Siento como si mi vida nunca hubiera tenido sentido hasta que te encontré.
Tomé su rostro entre mis manos y la besé mientras la rama se balanceaba de adelante atrás bajo nosotras. Nunca me habría imaginado una vida como aquella. Había qué pagar un precio muy alto, pero habría elegido hacerlo aunque hubiera tenido todo el tiempo del mundo para pensármelo.
Ambas lo notamos cuando su teléfono vibró en su bolsillo.
Me imaginé que sería Emmett para preguntar con sarcasmo si nos habíamos perdido de vuelta a casa, pero entonces Edythe contestó el teléfono.
—¿Carlisle?
Escuchó durante apenas un segundo y abrió mucho los ojos. Escuché la voz de Carlisle trinando al otro lado de la línea a toda velocidad. Edythe descendió de la rama, con el teléfono aún en la mano.
—Voy para allá —prometió mientras descendía al suelo, rompiendo alguna rama aquí y allá en la bajada. Yo me desprendí de la rama con un balanceo inmediatamente después. Cuándo alcancé el suelo, ella ya estaba corriendo, y no aminoró la velocidad para que pudiera alcanzarla.
Debía de ser algo muy grave.
Corrí a toda velocidad, haciendo uso de la fuerza extraordinaria qué poseía por ser neófita. Fue suficiente para no perderla de vista mientras corría veloz por la ruta más corta de regreso a la casa. Mis zancadas eran casi el triple de largas que las suyas pero, aun así, correr tras ella era como perseguir un relámpago.
Solo cuando estuvimos cerca de la casa me permitió alcanzarla.
—Ten cuidado —me advirtió—. Tenemos visitas.
Y, entonces, partió de nuevo. Me impulsé aún más para intentar igualar su velocidad. Aquellos visitantes no me daban buena espina. No quería que se encontrara con ellos sin estar yo presente.
Escuché los rugidos antes incluso de que llegáramos al río. Edythe dio un salto bajo y horizontal, precipitándose hacia la pradera. Las verjas metálicas estaban bajadas frente a la pared de cristal. Rodeó la casa corriendo por el lado este. Me mantuve pegada a sus talones todo el camino.
Llegó al porche saltando por encima de la barandilla. Todos los Cullen estaban ahí, reunidos en un cerrada pose defensiva. Carlisle estaba unos cuantos metros por delante, aunque era evidente que a ninguno le agradaba su posición. Estaba agazapado frente a los escalones, con la vista al frente y una expresión implorante en el rostro. Edythe se agazapó junto a él y algo rugió en la oscuridad frente a la casa.
Me lancé al porche, y Emmett tiró de mi brazo para hacerme retroceder cuando intenté acercarme a Edythe.
—Déjala traducir —murmuró Emmett.
Dispuesta a arrancarme de sus garras —ni siquiera Emmett era suficientemente fuerte para detenerme mientras fuera neófita— miré más allá de donde se encontraba Carlisle para ver a los vampiros a los que nos enfrentábamos. No sé que esperaba ver. Un grupo grande, tal vez, ya que los Cullen parecían tan a la defensiva.
Lo que desde luego no esperaba era encontrarme con aquellos lobos del tamaño de caballos.
En aquel momento no rugían, pero sus gigantescas cabezas estaban alzadas y todos los hocicos apuntaban hacia mí.
El que parecía al mando —negro como la noche y más grande que cualquiera de los otros, aunque todos eran tres veces más grande de lo que pensaba que podría llegar a ser un lobo— dio un paso al frente, mostrando los dientes.
—Sam —espetó bruscamente Edythe. La cabeza del lobo osciló para encararse a ella—. No tienes derecho a estar aquí. No hemos violado el tratado.
El monstruoso lobo negro gruñó hacía ella.
—No han atacado —le dijo Carlisle a Edythe—. No sé que es lo que quieren.
—Quieren que nos vayamos. Están intentando ahuyentarnos.
—Pero ¿por qué? —preguntó Carlisle.
Daba la sensación de que los lobos escuchaban atentamente cada palabra. ¿Estarían entendiendo?
—Creen que hemos violado el tratado. Que hemos matado a Bella.
El gran lobo dejó escapar un grave y prolongado gruñido. Sonaba como si alguien estuviera aserrando una cadena metálica.
—Pero… —empezó a decir Carlisle.
—Evidentemente —contestó Edythe antes de que Carlisle pudiera terminar—, siguen pensando que hemos violado el tratado, qué fuimos nosotros quienes decidimos convertirla.
Carlisle miró a los lobos.
—Puedo prometerles que no fue eso lo que sucedió.
El lobo al qué Edythe había llamado Sam sostuvo el grave rugido. De sus colmillos expuestos goteaban chorros de saliva.
—Bella —murmuró Edythe—, ¿puedes contárselo tú? A nosotros no van a creernos.
Yo había estado petrificada todo el tiempo. Intenté desembarazarme de la conmoción mientras me movía para colocarme junto a Edythe.
—No lo entiendo. ¿Qué son? ¿De qué tratado están hablando?
Susurré las palabras a gran velocidad, pero por el aspecto que tenían los lobos, con las orejas tiesas y los ojos alerta, era evidente que estaban escuchando. ¿Los lobos entendían nuestro idioma? Emmett había dicho que Edythe estaba traduciendo. ¿Acaso hablaba ella el idioma lobuno?
—Bella —dijo Edythe en voz más alta—. Estos son los lobos quileutes. ¿Recuerdas la historia?
—La… —me quedé mirando a aquellos gigantescos animales—. ¿Son los licántropos?
El lobo negro rugió más alto, pero el del pelaje castaño en la retaguardia dejó escapar un sonido muy semejante a una carcajada.
—No exactamente —dijo Edythe—. Hace mucho tiempo, establecimos el tratado con el líder de otra manada. Piensan que lo hemos violado. ¿Puedes contarles como te transformaste?
—Eh, de acuerdo —miré al lobo negro, el que parecía estar al mando—. Esto, yo… Bella Swan…
—Sabe quien eres. Estuviste con ella una vez, en la playa de La Push.
Ella. Mis turbios recuerdos humanos me distrajeron durante un breve segundo. Recordaba a la mujer alta de La Push. Y Jules había dicho que las lobas eran sus hermanas. Que su tatarabuela había firmado un tratado con los fríos.
—Ah —dije.
—Tan solo explícale lo que pasó.
—De acuerdo —miré de nuevo a la loba, intentando imaginar que, de algún modo, en su interior habitaba la alta mujer quileute—. Pues, hace unas pocas semanas, pasó por la zona una rastreadora, que se sintió atraída por mi olor. Los Cullen le advirtieron que se retirara, y se marchó, pero Edythe sabía que estaba planeando matarme. Volví a Phoenix para esconderme hasta que los Cullen pudieran…, bueno, ocuparse de ella, ya saben. Pero la rastreadora descubrió dónde estaba y se comunicó conmigo. Para ella solo era un juego con los Cullen, y yo no era más que un peón. Pero matarme no era lo único que quería. Ella… supongo que podríamos decir que quería jugar con la comida antes de comérsela. Los Cullen me encontraron antes de que pudiera matarme, pero ya me había mordido. Oye, ¿seguimos teniendo el video?
Me di la vuelta para mirar a Edythe, que tenía la vista fija en las lobas. Ella negó con la cabeza. Yo volví a enfrentar a Sam.
—Es una pena. La rastreadora lo grabó todo en video. Podríamos haberles mostrado exactamente cómo sucedió.
Las lobas se miraron entre sí. Edythe entornó los ojos, concentrada en lo que estaban pensando. De repente, la loba negra se la quedó mirando.
—Eso es razonable —dijo Edythe—. ¿Dónde?
La loba negra resopló y, a continuación, las tres se alejaron de la casa caminando hacia atrás. Cuando llegaron a la linde de los árboles, se dieron media vuelta y se adentraron corriendo al bosque.
Todos los Cullen convergieron hacia Edythe.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Carlisle.
—No saben bien que hacer —dijo Edythe—. Les han pedido que nos echen de aquí. Sam es la verdadera jefa de la tribu, pero solo en la clandestinidad. No es descendiente directa de la jefa con la que sellamos el trato. Quieren que hablemos con el jefe en activo, el verdadero tataranieto de la última jefa loba.
—Pero ¿ese no sería Billy? —dije reprimiendo un grito.
Edythe me miró.
—Sí. Quieren que nos reunamos en un lugar neutral para que Billy pueda verte y tomar una decisión.
—¿Verme? Pero no puedo acercarme tanto…
—Puedes hacerlo, Bella —dijo Edythe—. Eres la neófita más racional que he visto nunca.
—Es cierto —concordó Carlisle—. Nunca he visto a nadie adaptarse tan fácilmente. Si no supiera que no es así, diría que tienes por lo menos una década.
No es que pensara que me estuvieran mintiendo, pero tal vez no se dieran cuenta de la magnitud de lo que me estaban proponiendo.
—Pero es Billy. Es el mejor amigo de mi padre. ¿Y si lo hiero?
—Estaremos allí —dijo Emmett—. No permitiremos que hagas ninguna estupidez.
—En realidad… —dijo Edythe.
Emmett se la quedó mirando sorprendida.
—Han pedido que no superemos en número a la manada. Solo tres vampiros. Yo ya he aceptado. Bella tiene que ser la otra, y el restante debe ser Carlisle.
Emmett estaba claramente ofendido.
—¿Eso es seguro? —preguntó Esme.
Edythe se encogió de hombros.
—No es una emboscada.
—O quizá aún no han decidido qué lo sea —dijo Jasper.
Había adoptado una actitud protectora junto a Alice, a quien parecía que le pasaba algo. Daba la sensación de estar un poco aturdida.
—¿Alice? —pregunté.
Nunca la había visto como si… se sintiera un poco perdida en lugar de estar por delante de los acontecimientos.
—No las he visto —susurró—. No sabía que iban a venir. Y ahora tampoco puedo ver. No visualizo el encuentro. Es como si no existiera.
Me percaté de que yo era la única para la que aquello era una novedad. El resto lo habían sabido antes de que nosotras llegáramos y Edythe se lo había leído en la mente.
—¿Y eso que significa? —pregunté.
—No lo sabemos —contestó Edythe con rudeza—. Y tampoco tenemos tiempo de averiguarlo. Queremos estar allí antes de que lleguen. No queremos que tengan oportunidad de cambiar de idea.
—Saldrá bien —les dijo Carlisle a los demás, con los ojos clavados en Esme—. Las lobas solo están intentando proteger a su gente. Son las heroínas, no las villanas.
—Ellas piensan que los villanos somos nosotros —observó Rosalie—. Tanto si son heroínas como si no, Carlisle, aún tenemos que aceptar que son nuestras enemigas.
—No tiene por qué ser así —susurró Carlisle.
—Y, de todos modos, eso no importa esta noche —dijo Edythe—. Esta noche Bella tiene que darle una explicación a Billy para que no tengamos que elegir entre marcharnos de Forks y levantar sospechas o combatir con tres lobas qué apenas acaban de cumplir la mayoría de edad y solo están intentando proteger a su tribu.
—Alice no puede ver si estarán en peligro —le recordó Jasper.
—Estaremos bien. Billy no querrá hacer daño a Bella.
—No sé si eso sigue siendo así. Y se que no tendrá ningún problema en hacerte daño a ti.
—Yo sigo escuchando perfectamente los pensamientos de las lobas. Y no nos tomarán desprevenidos.
—Dinos adónde ir —dijo Emmett—. Guardaremos las distancias y solo acudiremos si nos llaman.
—He hecho una promesa y no hay motivo para romperla. Necesitamos que vean que pueden confiar en nosotros, ahora más que nunca. ¡No! —respondió Edythe cuando aparentemente a Jasper se le ocurrió otro argumento para rebatirla—. No tenemos tiempo. Volveremos pronto.
Emmett rezongó, pero Edythe lo ignoró.
—Bella, Carlisle, vamos.
Yo salí corriendo tras ella y escuché que Carlisle nos imitaba. Edythe no corrió muy deprisa esta vez, y ambos pudimos seguirle el ritmo.
—Pareces muy segura de lo que dices —le dijo Carlisle a Edythe.
—He echado un buen vistazo a sus mentes. Ellas tampoco desean librar esta batalla. Nosotros somos ocho. Saben que no ganarán si llega a haber derramamiento de sangre.
—No lo habrá. Yo no les haré daño.
—No disiento al respecto. Pero, si nos marchamos ahora, será problemático.
—Lo sé.
Yo los escuché, pero mis pensamientos estaban muy lejos y se centraban en Billy y en Charlie y en el hecho de que no debía acercarme a ningún ser humano. Los demás me habían contado muchas historias sobre sus años neófitos, sobre todo Jasper, y no estaba preparada para ser la primera excepción a la regla. Era cierto que no me había costado aprender muchas cosas, y que a todo el mundo le sorprendía lo… tranquila que estaba, pero aquello era diferente. Edythe se había esforzado mucho para que no tuviera que ponerme a prueba en el aspecto más importante: no matar a nadie. Y, si lo fastidiaba todo aquella noche, no solo destruiría el universo de mi padre —que ahora más que nunca necesitaba un amigo—, sino que también comenzaría una especie de guerra entre los Cullen y las gigantescas licántropas.
Nunca me había sentido torpe con mi nuevo cuerpo, pero, de repente, aquella familiar sensación de muerte inminente volvía a planear sobre mí. Aquella era mi oportunidad de estropearlo todo de una manera realmente espectacular.
Edythe nos guio al nordeste. Cruzamos la autovía en el punto donde giraba hacia Port Angeles y continuamos rumbo al norte durante un rato más, siguiendo una carretera segundaria. Edythe se detuvo en un terreno baldío, a un lado de la carretera a oscuras, un gran claro del bosque obra de los leñadores.
—Edythe, no creo que pueda hacer esto.
Ella me dio la mano.
—Estamos a barlovento. Carlisle y yo intentaremos detenerte si pasa algo. Solo tienes que intentar no resistirte a nosotros.
—¿Y si no puedo controlarme? ¿Y si les hago daño?
—No temas, Bella, sé que puedes hacerlo. Contén la respiración. Huye si se vuelve insoportable.
—Pero Edythe…
Ella se llevó el dedo a los labios y dirigió la mirada hacia el sur.
No tardaron mucho en aparecer los faros del automóvil.
Tenía la esperanza de que el coche pasara de largo. Al fin y al cabo, las lobas no podían caber en aquel pequeño sedán, pero se fue deteniendo lentamente no muy lejos de donde nosotros estábamos esperando, y me di cuenta de que dentro iban Billy y otra persona en el asiento del conductor.
Entonces aparecieron dos de las lobas, procedentes del bosque qué quedaba al extremo opuesto de la carretera. Se separaron para flanquear el vehículo por ambos lados, en actitud defensiva. La mujer que ocupaba el asiento del conductor salió y rodeó el coche para sacar a Billy. Estaba segura de que no era Sam, aunque llevaba el pelo igual de corto que ella. Me la quedé mirando, preguntándome si la había visto en la playa, pero su rostro no me resultaba conocido. Al igual que Sam, era muy alta y parecía fuerte.
Claramente, no solo lo parecía: tomó a Billy en brazos y cargó con él como si el hombre no pesará nada. Se parecía al modo en que los Cullen me habían llevado de un lado para otro, como si fuera un almohadón de plumas. Quizás las lobas —porque, evidentemente, aquella era la loba gris que faltaba en el trío original— fueran más fuertes que los seres humanos corrientes.
Sam y la loba de pelaje castaño se pusieron a la cabeza mientras la mujer alta cargaba a Billy tras ellas. Sam se detuvo a unos buenos treinta metros de donde estábamos.
—No veo tan bien como ustedes —escuché que Billy se quejaba con aspereza.
Sam avanzó otros diez metros.
—Hola, Billy —dijo Carlisle.
—No veo, Paulette —se quejó de nuevo Billy.
Su voz me sonaba áspera y débil: hace un mes que solo escuchaba voces de vampiros. La manada mitad humana y mitad lobuna avanzó lentamente, hasta que quedaron a apenas diez metros de nosotros. Yo contuve la respiración, aunque la suave brisa aún soplaba a mi espalda.
—Carlisle Cullen —dijo Billy con frialdad—. Debería haber atado cabos antes. Hasta que no te vi en el funeral, no me di cuenta de lo que había pasado.
—Pero estas equivocado —dijo Edythe.
—Eso es lo que Sam dice —respondió Billy—. No estoy seguro de que esté en lo cierto —los ojos de Billy se posaron en mí con un estremecimiento.
—Lo único que podemos aportar es nuestra palabra y la de Bella. ¿Creerás a alguno? —preguntó Edythe.
Billy carraspeó, pero no contestó.
—Por favor —dijo Carlisle, usando un tono mucho más amable qué todos los que se habían usado hasta el momento—. Nunca hemos hecho daño a nadie aquí, y tampoco lo haremos ahora. Lo más conveniente sería no marcharnos inmediatamente, pero, de lo contrario, nos iremos sin rechistar.
—No quieren parecer culpables —concordó Billy con sarcasmo.
—No, preferiríamos evitarlo —dijo Carlisle—. Y en realidad, no hemos incumplido el trato.
Billy me miró.
—Entonces, ¿dónde está Bella? ¿Pretenden que crea que está dentro de esa cosa que guarda un leve parecido con ella?
El dolor en su voz era palpable, como también lo era el odio. Me sorprendió su reacción. ¿Realmente tenía un aspecto tan distinto, como si ni siquiera estuviera allí?
—Billy, soy yo —dije.
Él puso una mueca al escuchar mi voz.
Me quedé sin aire. Aferré la mano de Edythe e inspiré muy superficialmente. Seguíamos a barlovento, así que todo iba bien.
—Sé que mi aspecto y mi voz son un poco diferentes, pero sigo siendo yo, Billy.
—Eso es lo que tú dices.
Levanté mi mano libre en gesto de rendición.
—No sé cómo convencerte. Lo que le dije a Sam es cierto: fue otra vampira quién me mordió. También me habría matado, si los Cullen no hubieran llegado a tiempo. No hicieron nada malo. En todo momento intentaron protegerme.
—Si no se hubieran mezclado contigo, ¡esto nunca habría pasado! La vida de Charlie no estaría destrozada y tú seguirías siendo la chica que yo conocí.
Ya había tenido aquella discusión antes, y estaba preparada.
—Billy, hay otra cosa que no sabes sobre mí… Solía tener un olor muy apetecible para los vampiros.
Él dio un respingo.
Si los Cullen no hubieran estado aquí, estos otros vampiros habrían pasado por Forks de todos modos. Tal vez hubieran matado a más personas durante su estancia aquí, pero puedo asegurarte que, si Charlie hubiera sobrevivido, me estaría echando de menos exactamente igual que lo hace ahora. Y no quedaría absolutamente nada de la chica que solías conocer. Puede que quizá no lo percibas, Billy, pero sigo aquí.
Billy sacudió la cabeza, aunque me dio la sensación de que menos enfadado. Y más triste. Miro a Carlisle.
—Admito que el tratado está intacto. ¿Vas a informarme de cuáles son sus planes?
—Nos quedaremos un año más. Nos marcharemos cuando Edythe y Alice se gradúen. De este modo, parecerá natural.
Billy asintió.
—De acuerdo. Esperaremos. Me disculpo por la infracción de esta noche. Yo… —suspiró—. Ha sido un error. Estaba… demasiado nervioso.
—Lo entendemos —dijo Carlisle con suavidad—. No se ha producido ningún mal…, y tal vez sí algo de bien. Es mejor que nos entendamos mutuamente en la medida de lo posible. Tal vez incluso podríamos volver a hablar otra…
—El tratado está intacto —dijo Billy con dureza—. No pidan nada más por nuestra parte.
Carlisle asintió una vez.
Billy volvió a mirarme y su rostro se descompuso.
La brisa cambió de dirección.
Edythe y Carlisle me agarraron ambos brazos al mismo tiempo. Los ojos de Billy se abrieron, asombrados, y luego los entornó con gesto iracundo. Sam soltó un gruñido.
—¿Qué le están haciendo? —exigió saber Billy.
—Protegerte —espetó Edythe.
La loba castaña avanzó medio metro.
Yo inspiré rápidamente y me preparé para huir si la situación se ponía muy mal.
Y lo hizo.
El aroma de Billy me escocía como el fuego al descender por mi garganta, pero la sensación no solo era dolorosa. Era un olor mil veces más atractivo que el de cualquiera de los animales que había cazado, y ni siquiera podía incluirse en la misma categoría. Era como si alguien estuviera agitando un filet mignon en su punto frente a mí después de haberme estado alimentando de galletas rancias durante un año. Pero era mucho más que eso. Jamás había probado las drogas, pero pensé que la comparación de Edythe con la heroína debía de ser bastante acertada.
Y, aun así, aunque quería saciar mi sed desesperadamente, supe de inmediato que no tenía por qué hacerlo si no quería. No quería acercarme un solo centímetro más a ella, de ninguna manera, pero estaba bastante segura de que, incluso si tenía que hacerlo, podría soportarlo. Creía que cuando mi instinto de neófita asomara su feo rostro no sería capaz ni de pensar ni de decidir. Que dejaría de ser una persona para convertirme en una animal.
Pero seguía siendo yo. Una versión de mi muy sedienta, pero yo después de todo.
Solo tardé medio segundo en dilucidar todo aquello.
—No, no te preocupes, Billy —me apresuré a decir—. Soy nueva en todo esto, y no quieren que… me descontrole, ¿sabes? Pero estoy bien.
Billy mantuvo sus ojos entornados, pero pude ver que también estaba confundido. Tal vez no esperaba que mi comportamiento fuera tan propio de mí. Decidí aprovechar aquella inesperada oportunidad. Aspiré otra bocanada de aire y, aunque me dolió exactamente igual que antes, supe que lo soportaría.
—Así que parece que no volveré a tener oportunidad de hablar contigo —dije—, y lamento que sea así. Supongo que todavía no entiendo bien las reglas. Pero, ya que estás aquí, si me permitieras pedirte un único favor…
Su rostro volvió a endurecerse.
—¿Cuál?
—Mi padre —volvió a dar la sensación de que el aire se me quedaba atascado en la garganta y tuve que hacer una pausa de un segundo antes de proseguir—. Por favor, cuídale. No le dejes pasar demasiado tiempo solo. Nunca quise hacerle esto a él… ni a mi madre. Esta es la parte más dura. Para mí, está bien. Yo estoy bien. Si tan solo hubiera una manera de poder hacer qué esto fuera menos duro para ellos, lo haría, pero no puedo. ¿Podrías por favor cuidar de él?
El rostro de Billy se quedó inexpresivo un minuto. Fui incapaz de interpretar sus facciones. Deseé poder leerle el pensamiento como hacia Edythe.
—Lo habría hecho de todos modos —dijo Billy al fin.
—Lo sé, pero no podía evitar pedírtelo. ¿Crees que… podrías informarme si hay algo que yo pueda hacer? Ya sabes, desde las sombras.
Él asintió lentamente.
—Supongo que, después de todo, sí que queda en ti algo de la Bella original.
Suspiré. No me creería si le decía que mi ser estaba intacto. Y que simplemente se le había añadido algo nuevo en la superficie.
—¿Hay algo más que pueda hacer por ti?
Me quedé paralizada durante una décima de segundo, sorprendida por la oferta. Me di cuenta de que Carlisle y Edythe tampoco daban crédito. Pero, efectivamente, deseaba una cosa más.
—Sí… —empecé a decir—. ¿Alguna vez le contarás a Jules algo de todo esto? —miré a las enorme lobas que lo flanqueaban—. ¿O simplemente será un secreto?
No entendí la mirada que cruzó su rostro.
—Jules lo sabrá muy pronto.
—Ah, de acuerdo. Entonces, si puede saber de mí, ¿podrías decirle que soy feliz? Esto de ser vampiro tampoco es tan malo.
Billy se estremeció.
—Le transmitiré tus palabras.
—Gracias, Billy.
Él asintió y luego miró a la enorme chica que cargaba con él y levantó la barbilla, indicando la dirección por la que habían venido.
Cuando se dieron media vuelta, vi que por el rabillo del ojo se le escapaba una lágrima. Las lobas también se alejaron de nosotros, dando marcha atrás.
Esperaba que aquella no fuera la última vez que viera a Billy. Esperaba que, cuando Jules supiera el secreto, también se me permitiera verla a ella. O, al menos, poder volver a hablar con ella. Esperaba que quizá algún día las lobas se dieran cuenta de que los Cullen también eran héroes.
El coche de Billy se alejó por la carretera. Las lobas se fundieron con los árboles. Esperé hasta que Edythe hubo terminado de escuchar su partida.
—Cuéntamelo todo —le dije.
—Lo haré cuando lleguemos a casa —sonrió—, para no tener que repetirlo. Demasiada información.
Sacudió la cabeza para negar, como si no diera crédito.
Empezamos a correr, pero no tan deprisa como antes.
—Vaya, verdaderas licántropas. Este mundo es todavía más raro de lo que yo pensaba —dije.
—Estoy de acuerdo —dijo Edythe.
—Es verdad, ustedes pensaban que ya no quedaban licántropas por aquí. Debe haber sido una pequeña conmoción.
—No ha sido lo más chocante que he presenciado esta noche.
Me la quedé mirando, y luego miré a Carlisle. Este último sonrió como si él también captara el chiste.
—O sea, sabía que eras especial, Bella, pero lo que ha pasado ahí atrás ha sido mucho más que eso. Jasper no va a poder creérselo.
—Ah, pero… —me la quedé mirando—. Tú dijiste que sabias que podía hacerlo.
Ella me mostró sus hoyuelos.
—Bueno, tenía bastante confianza en que el viento no cambiaría de rumbo.
Carlisle rió, y entonces intercambió una mirada con Edythe. Él aceleró mientras que Edythe aminoraba la velocidad. En cuestión de segundos nos quedamos solas.
Yo mantuve el ritmo de Edythe, y me detuve cuando ella lo hizo. Edythe llevó sus manos a ambos lados de mi cara.
—Ha sido un día muy largo. Y muy duro. Pero quiero que sepas que eres extraordinaria y que te amo.
Yo la atraje hacia mí.
—Mientras estés a mi lado, puedo con cualquier cosa.
Ella envolvió mi cuello con sus brazos.
—Entonces, aquí estaré.
—Para siempre —dije.
—Para siempre —asintió ella.
Me acerqué hasta que mis labios encontraron los suyos.
La eternidad iba a ser maravillosa.



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