jueves, 21 de noviembre de 2019

El partido

Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.






Apenas había comenzado a lloviznar cuando Edythe dobló la esquina para entrar en mi calle. Hasta ese momento, no había albergado duda alguna de que me acompañaría las pocas horas de interludio hasta el partido que iba a pasar en el mundo real.
Entonces vi el coche negro, un Ford desvencijado, aparcado en el camino de entrada a la casa de Charlie, y oí a Edythe mascullar algo, enfurecida, en voz baja.
Julie Black estaba de pie detrás de la silla de ruedas de su padre, al abrigo de la lluvia, debajo del estrecho saliente del porche. El rostro de Billy se mostraba tan impasible como la piedra mientras Edythe aparcaba la camioneta en el bordillo. Jules clavaba la mirada en el suelo; parecía mortificada.
–Esto… –la voz baja de Edythe sonaba furiosa–. Esto es pasarse de la raya.
–¿Han venido a avisar a Charlie? –aventuré, más horrorizada que enfadada.
Edythe se limitó a asentir, respondiendo con los ojos entornados a la mirada de Billy a través de la lluvia.
Se me aflojaron las piernas de alivio al saber que Charlie no había llegado aún.
–Déjame arreglarlo a mí –sugerí, ansiosa al ver la mirada llena de odio de Edythe, parecía demasiado… seria.
Me sorprendió que accediera.
–Quizá sea lo mejor, pero, de todos modos, ten cuidado. La niña no sabe nada.
–¿Niña? Sabes que Jules no es mucho más joven que yo, ¿verdad?
Entonces, me miró, y su ira desapareció. Me sonrió.
–Sí, ya lo sé.
Suspiré y puse la mano en la manija de la puerta.
–Haz que entren a la casa para que me pueda ir –me dijo–. Volveré hacia el atardecer.
–¿Quieres llevarte el coche? –pregunté mientras me cuestionaba cómo le iba a explicar su falta a Charlie.
Edythe puso los ojos en blanco.
–Puedo llegar a casa mucho más rápido de lo que puede llevarme este coche.
–No tienes por qué irte –dije con pena.
Me acarició el ceño fruncido y sonrió.
–He de hacerlo –fulminó a los Black con la mirada–. Una vez que te liberes de ellos, debes preparar a Charlie para presentarle a tu nueva novia.
Se rio de la cara que puse.
–Muchas gracias –refunfuñé.
No es que no quisiera que Charlie supiera lo de Edythe. Sabía que le caían bien los Cullen y, ¿cómo no iba a caerle bien Edythe? Probablemente se mostraría impresionado, por razones obvias… quizás incluso hasta niveles insultantes. Pero me daba la sensación de que era intentar forzar demasiado mi suerte. Intentar bajar esa fantasía, que era casi demasiado buena para ser verdad, al lodazar de la aburrida vida mundana parecía poco prudente. ¿Cómo podrían coexistir ambas realidades a largo plazo?
–Volveré pronto –me prometió.
Sus ojos volaron de nuevo al porche y entonces se acercó rápidamente para posar sus labios contra el costado de mi cuello. El corazón se me desbocó alocado y yo también eché una mirada al porche. El rostro de Billy ya no estaba tan impasible, y sus manos se aferraban a los brazos de la silla.
–Pronto –remarqué, al abrir la puerta y saltar hacia la lluvia.
Podía sentir sus ojos en mi espalda conforme me apresuraba hacia la tenue luz del porche.
–Hola Billy. Hola Jules –los saludé con todo el entusiasmo del que fui capaz–. Charlie se ha marchado para todo el día, espero que no lleven esperándolo mucho tiempo.
–No mucho –contestó Billy con tono apagado; sus ojos negros me traspasaron–. Solo queríamos traerle esto –señaló la bolsa de papel marrón que llevaba en el regazo.
–Gracias –le dije, aunque no tenía ni idea de lo que podía ser–. ¿Por qué no entran un momento y se secan?
Intenté mostrarme indiferente al intenso escrutinio de Billy mientras abría la puerta y les hacía señas para que me siguieran.
–Dámelo –le ofrecí mientras me giraba para cerrar la puerta. Intercambié una última mirada con Edythe, que estaba completamente inmóvil mientras esperaba con ojos serios.
–Deberías ponerlo en el frigorífico –comentó Billy mientras me tendía la bolsa–. Es pescado frito casero de Harry Clearwater, el favorito de Charlie. En el frigorífico estará más seco.
Billy se encogió de hombros.
–Gracias –repetí, aunque ahora lo agradecía de corazón–. Ando en busca de nuevas recetas para el pescado y seguro que traerá más esta noche a casa.
–¿Se ha ido de pesca otra vez? –Preguntó Billy con un sutil destello en la mirada–. ¿Allí abajo, donde siempre? Quizás me acerque a saludarlo.
–No –mentí rápidamente, endureciendo la expresión–. Se ha ido a un sitio nuevo…, y no tengo ni idea de dónde está.
Se percató del cambio operado en mi expresión y se quedó pensativo.
–Julie –dijo sin dejar de observarme–. ¿Por qué no vas al coche y traes el nuevo cuadro de Aaron? Se lo dejaré a Charlie también.
–¿Dónde está? –preguntó Jules, con voz apagada.
La miré, pero tenía la vista fija en el suelo, con sus negras cejas unidas en un gesto contrariado.
–Creo haberlo visto en el maletero, a lo mejor tienes que rebuscar un poco.
Julie se encaminó hacia la lluvia con paso marcial.
Billy y yo nos encaramos en silencio. Después de unos segundos, el silencio se hizo embarazoso, por lo que me dirigí hacia la cocina. Oí el chirrido de las ruedas mojadas de su silla mientras me seguía.
Empujé la bolsa dentro del estante más alto del frigorífico, ya atestado, y me di la vuelta para hacerle frente. Su rostro de rasgos marcados era inescrutable.
–Charlie no va a volver hasta dentro de un buen rato –espeté con tono casi grosero.
Billy asintió con la cabeza, pero no dijo nada.
–Gracias otra vez por el pescado frito –repetí.
Continuó asintiendo, yo suspiré y crucé los brazos sobre el pecho. Pareció darse cuenta de que yo había dado por finalizada nuestra pequeña charla.
–Bella –comenzó, y luego dudó. Esperé.
–Bella –volvió a decir–, Charlie es uno de mis mejores amigos.
–Sí.
–Me he dado cuenta de que estás con una de los Cullen.
Pronunció cada palabra cuidadosamente, con su voz resonante.
–Sí –repetí de manera cortante.
Sus ojos se achicaron.
–Quizás no sea asunto mío, pero no creo que sea buena idea.
–Llevas razón, no es asunto tuyo.
Arqueó las cejas, que ya empezaban a encanecer.
–Tal vez lo ignores, pero la familia Cullen goza de mala reputación en la reserva.
–La verdad es que estaba al tanto –le expliqué con voz seca; aquello le sorprendió–. Sin embargo, esa reputación podría ser inmerecida, ¿no? Que yo sepa los Cullen nunca han puesto un pie en la reserva, ¿o sí?
Me percaté de que se detenía en seco ante la escasa sutileza de mi alusión al acuerdo que vinculaba y protegía su tribu.
–Es cierto –admitió, mirándome con prevención–. Pareces… bien informada sobre los Cullen, más de lo que esperaba.
–Quizás incluso más que tú –dije, mirándole desde mi altura. Frunció los gruesos labios mientras lo encajaba.
–Podría ser –concedió, aunque un brillo de astucia iluminaba sus ojos–. ¿Está Charlie tan bien informado?
Había encontrado el punto débil de mi defensa.
–A Charlie le gustan mucho los Cullen –declaré, y él percibió con claridad mi movimiento evasivo. No parecía muy satisfecho, pero tampoco sorprendido.
–Ósea, que no es asunto mío, pero quizá sí de Charlie.
–Sí creo que incumbe o no a mi padre, también es asunto mío. ¿De acuerdo?
Me pregunté si habría captado la idea a pesar de mis esfuerzos por embarullarlo todo y no decir nada comprometedor. Parecía que sí. La lluvia repiqueteaba sobre el tejado, era el único sonido que rompía el silencio mientras Billy reflexionaba sobre el tema.
–Sí –se rindió finalmente–. Imagino que es asunto tuyo.
–Gracias, Billy –suspiré aliviada.
–Piensas bien en lo que haces, Bella –me urgió.
–Ok –respondí con rapidez.
Volvió a fruncir el ceño.
–Lo que quería decir es que dejaras de hacer lo que haces.
Le miré a los ojos, llenos de sincera preocupación por mí, y no se me ocurrió ninguna contestación. En ese preciso momento, la puerta se abrió de un fuerte golpe y me sobresalté con el ruido.
A Julie le procedió su voz quejumbrosa:
–No había ninguna pintura en el coche.
Apareció por la esquina de la cocina con los hombros mojados por la lluvia y el largo cabello chorreante.
–Hmm –gruñó Billy, separándose de mí súbitamente y girando la silla para encarar a su hija–. Supongo que me lo dejé en casa.
–Estupendo.
Julie levantó los ojos al cielo de forma teatral.
–Bueno, Bella, dile a Charlie… –Billy se detuvo antes de continuar–, que hemos pasado por aquí, ¿sí?
–Lo haré –murmuré.
Julie estaba sorprendida.
–¿Pero nos vamos ya?
–Charlie va a llegar tarde –explicó al tiempo que hacia rodar las ruedas de la silla y sobre pasaba a Julie.
–Vaya –Julie parecía molesta–. Bueno, entonces supongo que ya te veré otro día, Bella.
–Claro –afirmé.
–Ten cuidado –me advirtió Billy; no le contesté.
Julie ayudó a su padre a salir por la puerta. Les despedí con un ligero movimiento del brazo mientras contemplaba mi coche, ahora vació, con atención. Cerré la puerta antes de que desaparecieran de mi vista.
Permanecí de pie en la entrada durante un minuto, escuchando el sonido del coche mientras daba marcha atrás y se alejaba. Me quedé allí, a la espera de que se me pasaran la irritación y la angustia. Cuando al fin conseguí relajarme un poco, subí las escaleras para cambiarme la elegante ropa que me había puesto para salir.
Me probé un par de tops, no muy segura de que debía esperar de esta noche. Estaba tan concentrada en lo que ocurriría que lo que acababa de suceder perdió todo interés para mí. Ahora que me encontraba lejos de la influencia de Jasper y Edythe intenté convencerme de que lo que había pasado no me debía asustar. Deseché rápidamente la idea de ponerme otro conjunto y elegí una vieja camisa se franela y unos vaqueros, ya que, de todos modos, llevaría puesto el impermeable toda la noche.
Sonó el teléfono y eché a correr escaleras abajo para responder. Solo había una voz que quería oír; cualquier otra me molestaría. Pero imaginé que si ella hubiera querido hablar conmigo, probablemente solo habría tenido que materializarse en mi habitación.
–¿Diga? –pregunté sin aliento.
–¿Bella? Soy yo –dijo Jessica.
–Ah, hola, Jess –luché durante unos momentos para descender de nuevo a la realidad. Me parecían que había pasado meses en vez de días desde la última vez que hablé con ella–. ¿Qué tal te fue en el baile?
–¡Me lo pasé genial! –parloteó Jessica, que, sin necesidad de más invitación, se embarcó en una descripción pormenorizada de la noche pasada. Murmuré unos cuantos «hmm» y «ah» en los momentos adecuados, pero me costaba concentrarme. Jessica, Mike, el baile y el instituto se me antojaban extrañamente irrelevantes en esos momentos. Mis ojos volvían una y otra vez hacia la ventana, intentando juzgar el grado de luz real a través de las nubes espesas.
–¿Has oído lo que te he dicho, Bella? –me preguntó Jess, irritada.
–Lo siento, ¿qué?
–¡Te he dicho que Mike me besó! ¿Te lo puedes creer?
–Eso es estupendo, Jessica.
–¿Y qué hiciste tú ayer? –me desafió Jessica, todavía molesta por mi falta de atención. O quizás estaba enfadada porque no le había preguntado por los detalles.
–No mucho, la verdad. Solo di un garbeo por ahí para disfrutar del sol.
Oí entrar el coche de Charlie en el garaje.
–Oye, ¿y has sabido algo de Edythe Cullen?
La puerta principal se cerró de un portazo y escuché a Charlie  avanzar dando tropezones cerca de las escaleras, mientras guardaba el aparejo de pesca.
–Hmm –dudé, sin saber qué más contarle.
–¡Hola, cielo! ¿Estás ahí? –me saludó Charlie al entrar en la cocina. Le devolví el saludo por señas.
Jess oyó su voz.
–Ah, vaya, ha llegado tu padre. No importa, hablamos mañana. Nos vemos en Trigonometría.
–Nos vemos, Jess –le respondí y luego colgué.
–Hola, papá –dije mientras él se lavaba las manos en el fregadero–. ¿Qué tal te ha ido la pesca?
–Bien, he metido el pescado en el congelador.
–Voy a sacar un poco antes de que se congele. Billy trajo pescado frito del de Harry Clearwater esta tarde –hice un esfuerzo por sonar alegre.
–Ah, ¿eso hizo? –los ojos de Charlie se iluminaron–. Es mi favorito.
Se lavó mientras yo preparaba la cena. No tardamos mucho en sentarnos a la mesa y cenar en silencio. Charlie disfrutaba de su comida, y entretanto yo me preguntaba desesperadamente cómo cumplir mi misión, esforzándome por hallar la manera de abordar el tema.
–¿Qué has hecho hoy? –me preguntó, sacándome bruscamente de mí ensoñación.
–Bueno, esta tarde anduve de aquí para allá por la casa –en realidad, solo había sido la última parte de la tarde. Intenté mantener mi voz animada, pero sentía un vacío en el estómago–. Y esta mañana me pasé por la casa de los Cullen.
Charlie dejó caer el tenedor.
–¿La casa del doctor Cullen? –inquirió atónito. Hice como que no me había dado cuenta de su reacción –¿A qué fuiste allí?
Aún no había levantado su tenedor.
–Bueno, tenía una especie de cita con Edythe Cullen esta noche, y ella quería presentarme a sus padres… ¿Papá?
Parecía como si Charlie estuviera sufriendo un aneurisma.
–Papá, ¿estás bien?
–Estas saliendo con Edythe Cullen –tronó.
–Pensaba que te gustaban los Cullen.
–Sí, pero… me refiero a que… Edythe es una de las chicas, ¿verdad?
Se veía confundido, aunque me esperaba que fuera así.
–Sí, Edythe es una chica –confirmé
–¿Has hablado de esto con tu madre? Digo, no es que sea algo malo, no para mí, menos, pero capaz que tu madre… –de detuvo y cerró los ojos con fuerza en busca de las palabras correctas.
–Ya he hablado con mamá del tema. No tiene problema de que salga con un chico o una chica, siempre y cuando yo este cómoda con hacerlo.
–Espera… –hizo una pausa–. ¿Cuál de ellas es Ellie?
–Edythe es la más joven, la de pelo cobrizo.
La más hermosa, divina…, pensé en mi fuero interno.
–Ah, ya, eso está… –se debatía –mejor. No me gusta la pinta de la rubia. Seguro que será una buena chica y todo eso, pero parece demasiado… madura para ti. ¿Significa esto que Ellie es tu novia?
–Se llama Edythe, papá.
–¿Y lo es?
–Algo así, supongo.
–Pues la otra noche me dijiste que no te interesaba ningún… ninguna persona del pueblo –al verle tomar de nuevo el tenedor empecé a pensar que había pasado lo peor.
–Bueno, tú preguntaste por un chico, y claramente Edythe no es un chico. Además, ella no vive en el pueblo, papá.
Me miró con displicencia mientras masticaba.
–Y de todos modos –continué–, estamos empezando todavía, ya sabes. No me hagas pasar un mal rato con todo ese sermón sobre las relaciones y tal, ¿ok?
–Te gustan las chicas –murmuró para sí.
–¿Eso es demasiado para ti, papá?
El miedo comenzó a hacer su aparición, si él no aceptaba mi relación con Edythe…
–No, cariño –se apresuró a decir–. Lo siento, solo debes darme un tiempo para que me acostumbre a la idea, ¿de acuerdo?
–Sí, lo siento. Supongo que tendrías que haberlo sabido antes.
–Ya… ¿Cuándo vendrá a recogerte?
–Llegará dentro de unos minutos.
–¿A dónde te va a llevar?
–Espero que te vayas olvidando ya de comportarte como un inquisidor, ¿ok? –Gruñí en voz alta–. Vamos a jugar al béisbol con su familia.
Arrugó la cara y luego, finalmente, rompió a reír entre dientes.
–¿Qué tú vas a jugar al béisbol?
–Bueno, más bien creo que voy a mirar la mayor parte del tiempo.
–Pues sí que tiene que gustarte… esa chica –comentó mientras me miraba con gesto de sospecha.
Suspiré y puse los ojos en blanco para que me dejara en paz.
Escuché el rugido del motor, y luego lo sentí detenerse justo en frente de la casa. Pegué un salto en la silla y empecé a fregar los platos.
–Deja los platos, ya los lavaré yo luego. Me tienes demasiado mimado.
Sonó el timbre y Charlie se dirigió a abrir la puerta. Yo lo rodeé corriendo y llegué ante que él a la puerta.
–Estas un poco mandona, ¿no? –murmuró en voz baja.
No me había dado cuenta de que fuera caían chuzos de punta. Edythe estaba de pie, aureolada por la luz del porche, con el mismo aspecto de una modelo en un anuncio de impermeables.
Escuché como Charlie contenía la respiración de puro asombro. Me preguntaba si alguna vez la habría visto tan de cerca. Resultaba bastante desconcertante… incluso cuando estabas acostumbrado.
–Entra, Edythe.
Respiré aliviada al ver que Charlie no se había equivocado con el nombre.
–Gracias, jefe Swan –dijo ella con voz respetuosa.
–Puedes llamarme Charlie. No estoy de servicio. Ven, dame la campera.
–Gracias, Charlie.
Edythe desplegó sus hoyuelos y mi padre se quedó pasmado
Tardó un segundo en reponerse.
–Hmm… Siéntate aquí, Edythe.
Hice una mueca.
Edythe se sentó con un ágil movimiento en la única silla que había, obligándome a sentarme al lado del jefe Swan en el sofá. Le lancé una mirada y ella me giño un ojo a espaldas de Charlie.
–Entonces, hmm… Tengo entendido que van a jugar al béisbol esta noche.
El que llueva a cántaros no parecía ser ningún impedimento para hacer deporte al aire libre. Esto solo ocurre aquí, en Washington.
–Sí, esa es la idea. –no pareció sorprendida de que le hubiera contado a mi padre la verdad. Aunque también podría haber estado escuchando, claro.
–Bueno, eso es llevarla a tu terreno, supongo ¿no?
Ambos rieron, pero yo le clavé la mirada mi padre.
–Estupendo –me levanté–. Ya basta de bromitas a mi costa. Vámonos.
Volví al recibidor y me puse la campera. Ellos me siguieron.
–No vuelvas demasiado tarde, Bella.
–No, volveremos a una hora razonable.
–Bueno, ven a vernos cuando quieras, Edythe.
–Ha sido muy agradable conocerte, Charlie.
Le tendí la chaqueta a Edythe y luego ambas salimos por la puerta. La seguí hasta el porche y, entonces, me paré en seco.
Allí, detrás de mi coche, había un jeep gigantesco. Las llantas me llegaban por encima de la cintura, protectores metálicos recubrían las luces traseras y delanteras, además de llevar cuatro enormes faros antiniebla sujetos al guardabarros. El techo era de color rojo brillante.
Charlie dejó escapar un silbido por lo bajo.
–Pónganse cinturón, niñas –advirtió.
Edythe me siguió hasta la puerta del copiloto y la abrió. Calculé la distancia hasta el asiento y me preparé para saltar. Edythe suspiró y me alzó con una sola mano. Esperaba que Charlie no se hubiera dado cuenta.
Mientras regresaba al lado del conductor, a un paso normal, humano, intenté ponerme el cinturón, pero había demasiadas hebillas.
–¿Qué es todo esto? –le pregunté cuando abrió la puerta.
–Un arnés para conducir a campo traviesa.
–Hmm.
Intenté encontrar los sitios donde se tenían que enganchar todas las hebillas, pero iba demasiado despacio. Y entonces sus manos vinieron al rescate, moviéndose a una velocidad apenas perceptible, y desaparecieron de nuevo.
Me alegraba de que la lluvia fuera tan espesa como para que no pudiéramos distinguir a Charlie con claridad en el porche. Eso quería decir que él tampoco podía vernos bien.
–Este, gracias.
–De nada.
Edythe giró la llave y el motor arrancó; al fin nos alejamos de la casa.
–Esto es… hmm… ¡Vaya pedazo de Jeep que tienes!
–Es de Emmett. Me lo prestó para que no tuviéramos que correr todo el camino.
–¿Dónde guardan este tanque?
–Hemos remodelado uno de los edificios exteriores para convertirlo en garaje.
–¿No te vas a poner el cinturón?
Puso sus ojos en blanco, sin responderme.
Entonces caí en la cuenta del significado de sus palabras.
–¿Correr todo el camino? Ósea, ¿Qué una parte si la vamos a hacer corriendo?
Mi voz se elevó varias octavas y ella frunció los labios como si estuviera intentando reprimir una sonrisa.
–No serás tú quien corra.
–Me voy a marear.
–Si cierras los ojos, seguro que estarás bien.
Me mordí el labio, intentando luchar contra el pánico, y estiré la mano para alcanzar la suya.
–Te he echado de menos.
Ella rio, y su risa era una experiencia emocionante, no muy humana.
–Yo también te he echado de menos. ¿No es raro?
–Raro, ¿por qué?
–Pensaba que había aprendido a ser más paciente en los últimos cien años. Pero aquí estoy, sintiendo que es muy difícil pasar una tarde separada de ti.
–Me alegro de no ser la única.
Se inclinó para besarme la mejilla y entonces se apartó rápidamente y suspiró. Le miré sorprendida.
–Hueles aún mejor bajo la lluvia.
–Pero, ¿bien o mal? –pregunté con precaución.
–De las dos maneras –suspiró–. Siempre de las dos maneras.
Entre la penumbra y el diluvio, no sé cómo encontró el camino, pero de algún modo llegamos a una carretera secundaria, con más aspecto de un camino forestal que de carretera. La conversación resultó imposible durante un buen rato, dado que yo iba rebotando arriba y abajo en el asiento como un martillo pilón. Sin embargo, Edythe parecía disfrutar del paseo, ya que no dejó de sonreír en ningún momento.
Y entonces fue cuando llegamos al final de la carretera; los arboles formaban grandes muros verdes en tres de los cuatro costados del Jeep. La lluvia se había convertido en llovizna poco a poco y el cielo brillante asomaba entre las nubes.
–Lo siento, Bella, pero desde aquí tenemos que ir a pie.
–¿Sabes qué? Que casi mejor te espero aquí.
–Pero, ¿qué le ha pasado a tu coraje? Estuviste estupenda esta mañana.
–Todavía no se me ha olvidado la última vez.
Parecía increíble que aquello solo hubiera sucedido ayer. Se acercó tan rápidamente a mi lado del coche que apenas pude apreciar una imagen borrosa. Empezó a desarmar el arnés.
–Ya los suelto yo; tú vete –protesté en vano.
Antes de que pudiera pronunciar la última palabra, ya había terminado.
Me quedé sentada en el coche, mirándola.
–¿No confías en mí? –me preguntó, dolida o, al menos, haciendo como que lo estaba.
–Ese no es el problema. La confianza y la tendencia a marearse no tienen absolutamente ninguna relación.
Se me quedó mirando durante un minuto, y yo empecé a sentirme idiota allí sentada en el Jeep, pero lo único que en lo que podía pensar era en el que había sido el paseo en montaña rusa más mareante de mi vida.
–¿Recuerdas lo que te dije sobre que la mente domina a la materia? –me preguntó.
–Sí…
–Tal vez si te concentraras en otra cosa…
–¿Cómo qué?
De repente, se metió en el Jeep conmigo, con una rodilla apoyada en el asiento que había junto a mi pierna y las manos apoyadas en mis hombros. Su rostro quedaba a unos centímetros de distancia.
Experimenté un levísimo paro cardiaco.
–No dejes de respirar –me indicó.
–¿Cómo? –Su efluvio ya había desorganizado todos mis procesos mentales.
Ella sonrió, y luego volvió a adoptar una expresión seria.
–Cuando estemos corriendo, y sí, me temo que esa parte no es negociable, quiero que te concentres en esto.
Se acercó a mí muy lentamente y ladeó la cara para que nuestras mejillas se tocaran, posando sus labios contra mi oreja. Una de sus manos se deslizó por mi brazo hacia mi cadera.
–Solo tienes que pensar en nosotros… Así…
Sus labios tironearon suavemente el lóbulo de mi oreja y se desplazaron muy despacio por mi mandíbula, descendiendo a continuación por mi cuello.
–Respira, Bella –murmuró.
Aspiré una honda y ruidosa bocanada.
Me besó en el borde de la mandíbula, y luego en la mejilla.
–¿Sigues preocupada?
–¿Eh?
Ella rio para sí. Ahora sus manos sostenían mi rostro, y me besó delicadamente primero un párpado y luego el otro.
–Edythe –jadeé.
Entonces, sus labios se abalanzaron sobre los míos, casi con rudeza y me besó en serio, moviendo sus labios insistentes contra los míos.
Realmente no había excusa para mi comportamiento. Ahora lo veo más claro, como es lógico. De cualquier modo, parecía que no podía dejar de comportarme exactamente como lo hice la primera vez. En vez de quedarme quieta, a salvo, mis brazos se alzaron para envolver su cintura, y me quedé de pronto soldada a su cuerpo, duro como la piedra. Suspiré y mis labios se entreabrieron, aspirando su aroma con cada aliento.
–¡Maldita sea, Bella!
Y entonces desapareció, desligándose con gran facilidad de mi abrazo y, cuando parpadeé para volver a la realidad, la vi de pie a tres metros de mí fuera del coche.
–Lo siento –jadeé.
Ella me miró con receló, con unos ojos tan enormes que el blanco destacaba contra el dorado. Me bajé como pude del coche y me apoyé en él, buscando apoyo.
–Eres mi perdición, Bella, te juro que lo eres –dijo en voz baja.
–Eres indestructible –mascullé, intentando recuperar el aliento.
–Eso creía antes de conocerte. Ahora será mejor que salgamos de aquí rápido antes de que cometa alguna estupidez de verdad –murmuró.
Me dio la espalda y me miró por encima del hombro con expresión de: «Súbete».
Me encaramé a su espalda, enroscando mis piernas en su cintura y busqué seguridad al sujetarme a su cuello con un abrazo casi estrangulador.
–Mantén los ojos cerrados –me advirtió, y empezó a correr.
Hundí la cabeza en su espalda, por debajo de mi brazo, y cerré con fuerza los ojos.
No podía decir realmente si nos movíamos o no. Sentía la sensación del vuelo a lo largo de mi cuerpo, pero el movimiento era tan suave que igual hubiéramos podido estar dando un paseo por la acera. Estuve tentada de echar un vistazo, solo para comprobar si estábamos volando de verdad a través del bosque igual que antes, pero me resistí. No merecía la pena ganarme un mareo tremendo. Me contenté con sentir su respiración acompasada.
No estuve completamente segura de que habíamos parado hasta que no alzó el brazo hacia atrás y me tocó el pelo.
–Ya pasó, Bella.
Me atreví a abrir los ojos y era cierto, ya nos habíamos detenido. Medio entumecida, deshice la presa estranguladora sobre su cuerpo y me deslicé al suelo, cayéndome de espaldas.
–¡Ay! –grité enfadada cuando me golpeé contra el suelo mojado.
Se me quedó mirando un segundo como si no estuviera totalmente segura de sí podía reírse a mi costa en esta situación, pero finalmente se decantó por el sí y rompió a reír a mandíbula batiente, con la cabeza echada hacia atrás y agarrándose el vientre con ambas manos.
Me levanté, ignorándole, y me puse a limpiar de barro y ramitas la parte posterior de mi chaqueta. Eso solo sirvió para que se riera aún más. Enfadada, empecé a andar a zancadas hacia el bosque.
Algo enganchó la parte trasera de mi chaqueta.
–¿A dónde vas, Bella?
–A ver un partido de béisbol. Ya que tú no pareces interesada en jugar, voy a asegurarme de que los demás se diviertan sin ti.
–Es por el otro lado.
Me di la vuelta sin mirarle, y seguí andando a zancadas en la dirección opuesta. Me atrapó la mano con la suya.
–Siento haberme reído –se oía honesta, por lo que bajé un poco mi enfado.
–Yo también me habría reído.
–No, es que estaba un poco… nerviosa. Necesitaba dejarme ir.
Caminamos en silencio unos segundos.
–Dime al menos que ha funcionado el experimento para que la mente se imponga a la materia.
–Pues… no me he mareado.
–Ajá. ¿Pero?
–Pero no estaba pensando… en el coche. Estaba pensando en lo que ha pasado después.
Ella no dijo nada.
–Sé que ya me he disculpado, pero, de nuevo, lo siento. Aprenderé a controlarme mejor, sé que…
–Bella, para. Por favor, me haces sentir aún más culpable cuando me pides perdón.
Yo giré para mirarla. Ambas nos detuvimos.
–¿Por qué te ibas a sentir culpable?
Ella se carcajeó de nuevo, pero esta vez sus carcajadas tenían una nota casi histérica.
–Ah, claro. ¿Por qué iba a sentirse yo culpable?
La oscuridad de sus ojos me inquietó. Había sufrimiento en ellos, y no sabía cómo hacer que desapareciera. Toqué su mejilla con la yema de mis dedos.
–Edythe, no entiendo a qué te refieres.
Ella cerró los ojos.
–Es que parece que no puedo dejar de ponerte en peligro. Creo que puedo controlarme y, entonces, vuelvo a estar otra vez tan cerca de… No sé cómo dejar de ser lo que soy –con los ojos aún cerrados, hizo gesto para señalarse a sí misma–. Mi propia existencia ya supone un peligro para ti. Algunas veces, de verdad que me odio a mí misma. Debería ser más fuerte, debería ser capaz de…
Le tapé la boca con la mano.
–No lo digas.
Abrió los ojos. Apartó mi mano de su boca y se la llevó de nuevo a la mejilla.
–Te quiero –dijo–. Es una excusa muy pobre para todo lo que te hago pasar, pero es la pura verdad.
Era la primera vez que me decía que me quería, al menos con tantas palabras. Tal vez no se hubiera dado cuenta, pero yo ya lo creo que sí.
–Yo también te quiero –le dije cuando recobré el aliento–. Y no quiero que seas nada distinto a lo que eres.
Edythe suspiró.
–Ahora, se una buena niña –dijo y se pegó a mi cuerpo.
Me quedé muy quieta, mostrando dignidad, mientras rozaba suavemente sus labios contra los míos. Entonces suspiré.
–Le aseguraste al jefe Swan que volvería a una hora razonable, ¿recuerdas? Así que será mejor que nos pongamos en marcha.
–Como órdenes.
Me dio la mano y me llevó unos cuantos metros más adelante, a través de unos altos helechos y rodeando un enorme abeto, y de pronto nos encontramos allí, al borde de un inmenso campo abierto en la ladera de una montaña. Tenía dos veces el tamaño de un estadio de béisbol.
Allí vi a los demás; Esme, Emmett y Rosalie, sentados en una lisa roca salediza, eran los que se hallaban más cerca de nosotros, a unos cien metros. Aún más lejos, a unos cuatrocientos metros, se veía a Jasper y a Alice, que parecían lanzarse algo el uno al otro, aunque no vi la bola en ningún momento. Parecía que Carlisle estuviera marcando las bases, pero ¿realmente podía estar poniéndolas tan separas unas de las otras?
Los tres que se encontraban sobre la roca se levantaron cuando estuvimos a la vista. Esme se acercó hacia nosotros y Emmett la siguió después de echar una larga ojeada a la espalda de Rosalie, que se había levantado con gracia y avanzaba a grandes pasos hacia el campo sin mirar en nuestra dirección. En respuesta, mi estómago se agitó incómodo.
–¿Es a ti a quien hemos oído, Edythe? –preguntó Esme conforme se acercaba.
–Sonaba como si se estuviera ahogando una hiena –aclaró Emmett.
Sonreí tímidamente a Esme.
–Era ella.
–Bella estaba resultando muy cómica –explicó Edythe.
Alice había abandonado su posición y corría, o más bien se podía decir que danzaba, hacia nosotros. Avanzó a toda velocidad para detenerse con gran desenvoltura a nuestro lado.
–Es la hora –anunció.
El hondo estruendo de un trueno sacudió el bosque de en frente apenas hubo terminado de hablar. A continuación retumbó hacia el oeste, en dirección a la ciudad.
–Raro, ¿a qué si? –dijo Emmett con un guiño, como si nos conociéramos de toda la vida.
–Vamos, vamos…
Alice tomó a Emmett de la mano y desaparecieron como flechas en dirección al gigantesco campo.
Ella corría como una gacela; él, lejos de ser grácil, sin embargo le igualaba en velocidad, aunque nunca se le podría comparar a una gacela.
–¿Te gustaría jugar una bola? –me preguntó Edythe con los ojos brillantes.
Era difícil no mostrar entusiasmo por algo que era evidente que la hacía feliz.
–¡Ve con los demás!
Rió, me pasó los dedos por el cabello y corrió tras los otros dos. Su forma de correr era más agresiva que cualquiera de las anteriores, pero igualmente elegante y sobrecogedoramente hermosa. Pronto les dio alcance y los dejó atrás.
–¿Bajamos? –inquirió Esme con su voz melodiosa y suave.
En ese instante, me di cuenta de que le estaba mirando boquiabierta. Rápidamente controle mi expresión y asentí. Esme estaba a un metro escaso de mí y me pregunté si seguía actuando con cuidado para no asustarme. Acompasó su paso al mío, sin impacientarse por mi ritmo lento.
–¿No vas a jugar con ellos? –le pregunté con timidez.
–No, prefiero arbitrar; alguien debe evitar que hagan trampas y a mí me gusta –me explicó.
–Entonces, ¿les gusta hacer trampas?
–Oh, ya lo creo que sí, ¡tendrías que oír sus explicaciones! Bueno, espero que no sea así, de lo contrario pensaras que se han criado en una manada de lobos.
–Te pareces a mi madre –reí, sorprendida, y ella se unió a mis risas.
–Bueno, me gusta pensar en ellos como si fueran hijos míos, en más de un sentido. Me cuesta mucho controlar mis instintos maternales. ¿No te contó Edythe que había perdido un bebé?
–No –murmuré aturdida, esforzándome por comprender a qué periodo de su vida se estaría refiriendo.
–Sí, mi primer y único hijo murió a los pocos días de haber nacido, mi pobre cosita –suspiró–. Me rompió el corazón y por eso me arrojé por el acantilado, como ya sabrás –añadió con toda naturalidad.
–Edythe solo me dijo que te caíste –tartamudeé.
–Ah, Edythe, siempre tan educada –esbozó una sonrisa–. Edythe fue la primera de mis nuevos hijos. Siempre pienso en ella de ese modo, incluso aunque, en cierto modo, sea mayor que yo –me sonrió cálidamente–. Por eso me alegra tanto que te haya encontrado, corazón –aquellas cariñosas palabras sonaron muy naturales en sus labios–. Ha sido un bicho raro durante demasiado tiempo; me dolía verla tan sola.
–Entonces, ¿no te importa? –Pregunté, dubitativa otra vez–. ¿Qué yo no sea… buena para él?
–No –se quedó pensativa–. Tú eres lo que ella quiere. No sé cómo, pero esto va a salir bien –me aseguró, aunque su frente estaba fruncida por la preocupación. Se oyó el estruendo de otro trueno.
En ese momento Esme se detuvo. Por lo visto, habíamos llegado a los límites del campo. Al parecer, ya se habían formado los equipos. Edythe estaba en la parte izquierda del camp, bastante lejos; Carlisle se encontraba entre la primera y la segunda base, y Alice tenía la bola en su poder, en lo que debía ser la base de lanzamiento.
Emmett hacía girar un bate de aluminio, solo perceptible por su sonido silbante, ya que era casi imposible seguir su trayectoria en el aire con la vista. Esperaba que se acercara a la base de meta, pero ya estaba allí, a una distancia inconcebible de la base de lanzamiento, adoptando la postura de bateo para cuando me quise dar cuenta. Jasper se situó detrás, a un metro escaso, para atrapar la bola para el otro equipo. Como era de esperar, ninguno llevaba guantes.
–De acuerdo –Esme habló con voz clara, y supe que Edythe la había oído a pesar de estar muy alejada–, batea.
Alice permanecía erguida, aparentemente inmóvil. Su estilo parecía que estaba más cerca de la astucia, de lo furtivo, que de una técnica de lanzamiento intimidatorio. Sujetó la bola con ambas manos cerca de su cintura; luego, su brazo derecho se movió como el ataque de una cobra y la bola impactó en la mano de Jasper.
–¿Ha sido un strike? –le pregunté a Esme.
–Si no la golpean, es un strike –me contestó.
Jasper lanzó de nuevo la bola a la mano de Alice, que se permitió una gran sonrisa antes de estirar el brazo para efectuar otro nuevo lanzamiento.
Esta vez el bate consiguió, sin saber muy bien cómo, golpear la bola invisible. El chasquido del impacto fue tremendo, atronador. Entendí con claridad la razón por la que necesitaban una tormenta para jugar cuando las montañas devolvieron el eco del golpe. La bola sobrevoló el campo como un meteorito para irse a perder en lo profundo del bosque circundante.
–Carrera completa –murmuré.
–Espera –dijo Esme con cautela, escuchando atenta y con la mano alzada.
Emmett era una figura borrosa que corría de una base a otra y Carlisle, la sombra que lo seguía. Me di cuenta de que Edythe no estaba.
¡Out! –cantó Esme con su voz clara.
Contemplé con incredulidad como Edythe saltaba desde la linde del bosque con la bola en la mano alzada. Incluso yo puse ver su brillante sonrisa.
–Emmett será el que batea más fuerte –me explicó Esme–, pero Edythe corre al menos igual de rápido.
Las entradas se sucedieron ante mis ojos incrédulos. Era imposible mantener contacto visual con la bola teniendo en cuenta la velocidad a la que volaba y el ritmo al que se movían alrededor del campo los corredores de base.
Comprendí el otro motivo por el cual esperaban a que hubiera una tormenta para jugar cuando Jasper bateó una roleta, una de esas pelotas que van rodando por el suelo, hacia la posición de Carlisle en un intento de evitar la infalible defensa de Edythe.
Carlisle corrió a la bola y luego se lanzó en pos de Jasper, que iba disparado hacia la primera base. Cuando chocaron, el sonido fue como el de la colisión de dos enormes masas de roca. Preocupada, me incorporé de un salto para ver lo sucedido, pero habían resultado ilesos.
–Están bien –anunció Esme con voz tranquila.
El equipo de Emmett iba una carrera por delante. Rosalie se la apañó para revolotear sobre las bases después de aprovechar uno de los larguísimos lanzamientos de Emmett, cuando Edythe consiguió el tercer out. Se acercó de un salto hasta donde estaba yo, sonriendo de entusiasmo.
–¿Qué te parece? –inquirió.
–Una cosa es segura: no volveré a sentarme otra vez a ver esa vieja y aburrida Liga Nacional de Béisbol.
–Ya, suena como si lo hubieras hecho antes muchas veces –rio Edythe.
–Pero estoy un poco decepcionada –bromeé.
–¿Por qué?
–Bueno, sería estupendo encontrar una sola cosa que no hagas mejor que cualquier otra persona en este planeta.
Me dedicó sus hoyuelos, dejándome sin aliento.
–Ya voy –dijo al tiempo que se encaminaba hacia la base del bateador.
Jugó con mucha astucia al optar por una bola baja, fuera del alcance de la excepcionalmente rápida mano de Rosalie, que defendía en la parte exterior del campo y, veloz, como el rayo, ganó dos bases antes de que Emmett pusiera volver a poner la bola en el juego. Carlisle golpeó una tan lejos fuera del campo –con un estruendo que me hirió en los oídos–, que Edythe y él completaron la carrera. Alice chocó las palmas con ellos.
El tanteo cambiaba continuamente conforme avanzaba el partido y se gastaban bromas unos a otros como otros jugadores callejeros al ir pasando todos por la primera posición. De vez en cuando, Esme tenía que llamarles la atención. Otro trueno retumbó, pero seguíamos sin mojarnos, tal y como había predicho Alice.
Carlisle estaba a punto de batear con Edythe como receptor cuando Alice, de pronto, profirió un grito sofocado que sonó muy fuerte. Yo miraba a Edythe, como siempre, y entonces le vi dase la vuelta para mirarla. Las miradas de ambas se encontraron y en un instante circuló entre ellos un flujo misterioso. Edythe ya estaba a mi lado antes de que los demás pudieran preguntar a Alice que iba mal.
–¿Alice? –preguntó Esme con voz tensa.
–No lo he visto con claridad, no podría decirles… –susurró ella. Para entonces ya se habían reunido todos.
–¿Qué pasa, Alice? –le preguntó Carlisle a su vez con voz tranquila, cargada de autoridad.
–Viajan mucho más rápido de lo que pensaba. Creo que me he equivocado en eso –murmuró.
Jasper se inclinó sobre ella con ademán protector.
–¿Qué es lo que ha cambiado? –le preguntó.
–Nos han oído jugar y han cambiado de dirección –señaló, contrita, como si se sintiera responsable de lo que fuera que la había asustado.
Siete pares de rápidos ojos se posaron en mi cara de forma fugaz y se apartaron.
–¿Cuánto tardarán en llegar? –inquirió Carlisle, volviéndose hacia Edythe. Una mirada de intensa concentración cruzó por su rostro y respondió con gesto contrariado:
–Menos de cinco minutos. Vienen corriendo, quieren jugar.
–¿Puedes hacerlo? –le preguntó Carlisle, mientras sus ojos se posaban sobre mí brevemente.
–No, con carga, no –resumió ella–. Además, lo que menos necesitamos es que capten el olor y comiencen la caza.
–¿Cuántos son? –preguntó Emmett a Alice.
–Tres –contestó con laconismo.
–¡Tres! –exclamó Emmett con tono de mofa. Flexionó los músculos de acero de sus imponentes brazos–. Déjalos que vengan.
Carlisle lo consideró durante una fracción de segundo que pareció más larga de lo que fue en realidad. Sólo Emmett parecía impasible; el resto miraba fijamente el rostro de Carlisle con los ojos llenos de ansiedad.
–Nos limitaremos a seguir jugando –anunció finalmente Carlisle con tono frío y desapasionado–. Alice dijo que sólo sentían curiosidad.
Pronunció las dos frases en un torrente de palabras que duró unos segundos escasos. Escuché con atención  y conseguí captar la mayor parte, aunque no conseguir oír lo que Esme le estaba preguntando en ese momento a Edythe con una vibración silenciosa de sus labios. Solo atisbé la imperceptible negativa por parte de Edythe y el alivio en las facciones de Esme.
–Intenta atrapar tú la bola, Esme. Yo me encargo de prepararla –dijo Edythe.
Ella permaneció a mi lado mientras los otros volvieron al campo, barriendo el bosque con la mirada. Alice y Esme parecían intentar orientarse alrededor de donde yo me encontraba.
–Suéltate el pelo –pidió Edythe con voz tranquila y baja.
Obedientemente, me quité la goma del pelo y lo sacudí hasta extenderlo todo a mí alrededor.
Comenté lo que me parecía evidente.
–Los otros vienen ya para acá.
–Sí, quédate inmóvil, permanece callada –intentó ocultar bastante bien el nerviosismo de su voz, pero pude captarlo–, y no te apartes de mí lado, por favor.
Tiró de mi melena hacia delante, y la enrolló alrededor de mi cara. Alice apuntó en voz baja:
–Eso no servirá de nada. Yo podría olerla incluso desde el otro lado del campo.
–Lo sé –espetó Edythe.
Carlisle se quedó de pie en el prado mientras el resto retomaba el juego con desgana.
–Edythe, ¿qué te preguntó Esme? –susurré.
Vaciló un momento antes de contestarme.
–Qué si estaban sedientos.
Pasaron unos segundos y el juego progresaba, ahora con apatía, ya que nadie tenía ganas de golpear fuerte. Emmett, Rosalie y Jasper merodeaban por el área interior del campo.
A pesar de que el miedo me nublaba el entendimiento, fui consciente más de una vez de la mirada fija de Rosalie en mí. Era inexpresiva, pero de algún modo, por la forma en que plegaba los labios, me hizo pensar que estaba enfadada.
Edythe no prestaba ninguna atención al juego, sus ojos y su mente se encontraban inspeccionando el bosque.
–Lo siento, Bella –murmuró ferozmente–. Exponerte de este modo ha sido estúpido e irresponsable por mi parte. ¡Cuánto lo siento!
Noté como contenía la respiración y fijaba los ojos abiertos como platos en la esquina oeste del campo. Avanzó medio paso, interponiéndose entre lo que se acercaba y yo.
Carlisle, Emmett y los demás se volvieron en la misma dirección en cuanto oyeron el ruido de su avance, que a mí me llegaba mucho más apagado.


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