jueves, 21 de noviembre de 2019

La caza

Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.






Aparecieron de uno en uno en la linde del bosque a doce metros de nuestra posición. La primera mujer en entrar al claro se apartó inmediatamente para que otra tomara el mando, y se colocó detrás de ella, alta de cabello oscuro, de un modo que evidenciaba con claridad quién lideraba el grupo. El tercer integrante era un hombre; desde aquella distancia, solo alcanzaba a ver que su pelo era de un rojo flameante.
Cerraron filas conforme avanzaban con cautela hacia donde se hallaba la familia de Edythe, mostrando el natural recelo de una manada de depredadores ante un grupo desconocido y más numeroso de su propia especie.
Comprobé cuánto diferían de los Cullen cuando se acercaron. Su paso era gatuno, andaban de forma muy similar a la de un felino al acecho. Se vestían con el típico equipo de un excursionista: vaqueros y una sencilla camisa de cuello abotonado y gruesa tela impermeable. Las ropas se veían deshilachadas por el uso e iban descalzos. Tenían el cabello lleno de hojas y otros restos del bosque.
Sus ojos agudos se apercibieron del aspecto más urbano y pulido de Carlisle, que, alerta, flanqueado por Emmett y Jasper, salió a su encuentro. Sin que aparentemente se hubieran puesto de acuerdo, todos habían adoptado una postura erguida y de despreocupación. La líder de los recién llegados era sin duda la más agraciada. Tenía la piel pálida, pero de un tono oliváceo, y su cabello era de un brillantísimo negro. No era muy alta, pero parecía fuerte, aunque no tanto como Emmett. Esbozó una sonrisa agradable que permitió entrever unos deslumbrantes dientes blancos.
El hombre tenía un aspecto más salvaje. Su mirada iba y venía incesantemente de uno a otro de los Cullen y su postura era extrañamente felina. La segunda mujer permanecía en la retaguardia sin inmiscuirse. Era más pequeña que la líder y tanto su rostro como su pelo castaño claro eran anodinos. Sus ojos eran los más tranquilos, los más inmóviles. Sin embargo, yo tuve la extraña sensación de qué veía más que los otros dos.
Lo que más los diferenciaba de los Cullen eran sus ojos. No eran dorados o negros, como los ojos de los vampiros que yo me había acostumbrado a ver, sino de un intenso color rojo vivo.
La morena dio un paso hacia Carlisle, sin dejar de sonreír.
–Creíamos haber oído jugar a alguien –dijo. Tenía un leve acento francés–. Me llamo Lauren, y estos son Víctor y Joss.
–Yo soy Carlisle y esta es mi familia: Emmett y Jasper; Rosalie, Esme y Alice; Edythe y Bella –nos identificaba en grupos, intentando deliberadamente no llamar la atención hacia ningún individuo. Me sobresalté cuando me nombró.
–¿Hay sitio para unos pocos jugadores más? –inquirió Lauren.
–Bueno, lo cierto es que acabamos de terminar el partido. Pero estaríamos verdaderamente encantados en otra ocasión. ¿Piensan quedarse mucho tiempo en la zona?
–En realidad, vamos hacia el norte, aunque hemos sentido curiosidad por lo que había por aquí. No hemos tenido compañía durante mucho tiempo.
–No, esta región suele estar vacía si exceptuamos a mi grupo y algún visitante ocasional, como ustedes.
La tensa atmosfera había evolucionado hacia una conversación distendida; supuse que Jasper estaba usando su peculiar don para controlar la situación.
–¿Cuál es su territorio de caza? –preguntó Lauren, como quien no quiere la cosa.
Carlisle ignoró la presunción que implicaba la pregunta.
–Esta, los montes Olympic, y algunas veces la Coast Rangers de una punta a la otra. Tenemos una residencia aquí. También hay otro asentamiento permanente como el nuestro cerca de Denali.
Lauren se balanceó, descansando el peso del cuerpo sobre los talones, y preguntó con viva curiosidad:
–¿Permanente? ¿Y cómo han conseguido algo así?
–¿Por qué no nos acompañan a nuestra casa y charlamos más cómodos? –Los invitó Carlisle–. Es una larga historia.
Joss y Víctor intercambiaron una mirada de sorpresa cuando Carlisle mencionó la palabra «casa», pero Lauren controló mejor su expresión.
–Es muy interesante y hospitalario de su parte –sonrió–. Hemos estado de caza todo el camino desde Ontario –estudió a Carlisle con la mirada, examinando su ropa–. No hemos tenido ocasión de asearnos un poco.
–Por favor, no se ofendan, pero he de rogarles que se abstengan de cazar en los alrededores de esta zona. Debemos pasar desapercibidos, ya me entienden –explicó Carlisle.
–Claro –asintió Lauren–. No pretendemos disputarles el territorio. De todos modos, acabamos de alimentarnos en las afueras de Seattle.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando Lauren rompió a reír.
–Les mostraremos el camino si quieren venir con nosotros. Emmett, Alice, vayan con Edythe y Bella a recoger el Jeep –añadió sin darle importancia.
Mientras Carlisle hablaba, ocurrieron tres cosas a la vez. La suave brisa despeinó mi cabello, Edythe se envaró y la segunda mujer. Joss, movió su cabeza repentinamente de un lado a otro, buscando, para luego centrar en mí su escrutinio, agitando las aletas de la nariz.
Todos se pusieron rígidos cuando Joss se adelantó un paso y se agazapó. Edythe exhibió los dientes y se enarcó en una postura defensiva al tiempo que emitía un rugido bestial que parecía desgarrarle la garganta. No tenía nada que ver con los sonidos juguetones que le había escuchado esta mañana. Era lo más amenazante que había oído en mi vida y me estremecí de los pies a la cabeza.
–¿Qué ocurre? –exclamó Lauren, asombrada. Ni Joss ni Edythe relajaron sus agresivas poses. Joss fintó ligeramente hacia un lado y Edythe respondió al movimiento.
–Ella está con nosotros.
El firme desafío de Carlisle se dirigía a Joss. Lauren parecía percibir mi olor con menos fuerza, pero pronto se dio cuenta y el descubrimiento se reflejó también en su rostro.
–¿Nos han traído un aperitivo? –inquirió con voz incrédula, mientras, sin darse cuenta, daba un paso adelante.
Edythe rugió con mayor dureza, curvando el labio superior sobre sus deslumbrantes dientes desnudos. Lauren retrocedió el paso que había dado.
–He dicho que está con nosotros –replicó Carlisle con sequedad.
–Pero es humana –protestó Lauren. No lo dijo de un modo agresivo; simplemente parecía sorprendida.
Emmett se reclinó hacia delante, de repente muy presente al lado de Carlisle.
–Sí… –dijo con los ojos fijos en Joss, que se irguió muy despacio y volvió a su posición normal, aunque las aletas de su nariz seguían dilatadas y no me perdía de vista. Edythe continuaba agazapada delante de mí.
–Parece que tenemos mucho que aprender unos de otros.
Lauren hablaba con un tono tranquilizador en un intento de suavizar la repentina hostilidad.
–Sin duda –la voz de Carlisle todavía era fría.
–Aún nos gustaría aceptar su invitación –sus ojos se movieron rápidamente hacia mí y retornaron a Carlisle–. Y, claro, no le haremos daño a la chica humana. No cazaremos en su territorio, como les he dicho.
Joss miró a Lauren con incredulidad e irritación, e intercambió una breve mirada con Víctor, cuyos ojos seguían errando nerviosos de rostro en rostro.
Carlisle evaluó la franca expresión de Lauren durante un momento antes de hablar.
–Les mostraremos el camino. Jasper, Rosalie, Esme –llamó, y se reunieron todos delante de mí, ocultándome de la vista de los recién llegados. Alice estuvo a mi lado en un momento y Emmett se situó lentamente a mi espalda, con sus ojos trabados en los de Joss mientras esta retrocedía unos pasos.
–Vámonos, Bella –ordenó Edythe, con voz baja y sombría.
Parecía como si durante todo ese tiempo hubiera echado raíces en el suelo, porque me quedé totalmente inmóvil y aterrorizada. Edythe tuvo que agarrarme del codo y tirar bruscamente de mí para sacarme del trance. Alice y Emmett estaban muy cerca de mi espalda, ocultándome. Tropecé con Edythe, todavía aturdida por el miedo, y no pude oír si todo el grupo se había marchado ya. La impaciencia de Edythe casi se podía palpar mientras andábamos a paso humano hacia el borde del bosque.
–Yo soy más rápida –dijo de repente, contestando al pensamiento de alguien.
Entonces, cuando llegamos a los árboles, Edythe pasó uno de mis brazos alrededor de su cuello mientras avanzábamos en una semicarrera. Me percaté de lo que quería y demasiado conmocionada para sentirme cohibida, me sujeté con la mayor fuerza posible cuando se lanzó a tumba abierta con los otros pegados a sus talones. Mantuve la cabeza baja, pero no podía cerrar los ojos, los tenía dilatados por el pánico. Los Cullen se zambulleron como espectros en el bosque, ahora en una absoluta penumbra. La sensación de júbilo que habitualmente embargaba a Edythe al correr había desaparecido por completo, sustituida por una furia que la consumía y le hacía ir aún más rápido. Incluso conmigo a su espalda, los otros casi le perdieron de vista.
Llegamos al Jeep en cuestión de segundos. Edythe apenas se paró, simplemente dio media vuelta y me depositó en el asiento trasero.
–Sujétala –ordenó a Emmett, que se deslizó a mi lado.
Alice se había sentado ya en el asiento delantero y Edythe puso en marcha el coche. El motor rugió al encenderse y el vehículo giró en redondo para encarar el tortuoso camino.
Edythe gruñó algo tan rápido que no comprendí lo que decía, pero sonaba bastante a una sarta de blasfemias.
El traqueteo fue mucho peor esta vez a causa de la oscuridad. Emmett y Alice miraban por las ventanillas laterales.
Llegamos a la carretera principal y entonces pude ver mejor por dónde íbamos, aunque había aumentado la velocidad. Se dirigía al sur, en dirección contraria a Forks.
–¿A dónde vamos? –pregunté.
Nadie contestó. Ni siquiera me miraron.
–¡Maldita sea, Edythe! ¿A dónde me llevas?
–Debemos sacarte de aquí, lo más lejos posible y ahora mismo.
Mientras hablaba no apartó los ojos de la carretera. El velocímetro marcaba más de ciento noventa kilómetros por hora.
–¿Cómo? ¡Pero tengo que volver a casa…!
–No puedes volver a casa, Bella.
Por como lo dijo, parecía algo irreversible.
–¡No entiendo, Edythe! ¡¿Qué quieres decir!?
–Edythe, dirígete al arcén –Alice habló por primera vez.
Ella la miró con cara de pocos amigos, y luego aceleró.
–Edythe, considera las distintas opciones –dijo Alice–. Tenemos que pensarlo bien.
Había un tono de advertencia en su voz, y me pregunté qué estaría viendo en su mente, qué le estaría mostrando a Edythe.
–No lo entiendes –rugió frustrada. El velocímetro rebasaba los doscientos por hora–. ¡Es una rastreadora, Alice! ¿Es que no te has dado cuenta? ¡Es una rastreadora!
Sentí como Emmett se tensaba a mi lado y me pregunté la razón por la que reaccionaba de ese modo ante esa palabra. Significaba algo para ellos, pero no para mí; quería entenderlo, pero no podía preguntar.
–Para en el arcén, Edythe.
El tono de Alice era razonable, pero había en él un matiz de autoridad que yo no había oído antes. El velocímetro rebasó los doscientos veinte.
–Hazlo –vociferó.
–Escúchame, Alice. Le he leído la mente. El rastreo es su pasión, su obsesión, y la quiere a ella, Alice, a ella en concreto. La cacería ya ha empezado.
–No sabe dónde…
–¿Cuánto tiempo crees que va a necesitar para captar el olor de Bella en el pueblo? Lauren ya había trazado el plan en su mente antes de decir lo que dijo.
Ahogué un grito al comprender adonde le conduciría mi olor.
–¡Charlie! ¡No pueden dejarlo allí! ¡No pueden dejarle!
Empecé a manipular los cierres que me mantenían en mi sitio hasta que Emmett me agarró por las muñecas, intentando retenerlas mientras yo intentaba desasirme de aquellas esposas de carne que parecían forjadas en hormigón.
–¡Edythe, da media vuelta! –grité.
–Bella tiene razón –observó Alice.
El coche redujo la velocidad ligeramente.
–No tardaremos demasiado en considerar todas la opciones –intentó persuadirle Alice.
El coche redujo nuevamente la velocidad, en esta ocasión de forma más patente, y entonces frenó con un chirrido en el arcén de la autopista. Salí disparada hacia delante, precipitándome contra el arnés, para luego caer hacia atrás y chocar contra el asiento.
–No hay ninguna opción –gruñó Edythe.
–¡No voy a abandonar a Charlie! –chillé.
Me ignoró completamente.
–Tenemos que llevarla a casa –intervino Emmett finalmente.
–No.
–Joss no puede compararse con nosotros, Edy. No podrá tocarle.
–Esperará
Emmett esbozó una sonrisa gélida, extrañamente ansiosa.
–Yo también puedo esperar.
Edythe dejó escapar un resoplido, exasperada.
–Ustedes no lo han visto. ¿Es que no lo entienden? No va a cambiar de idea una vez que se haya entregado a la caza. Tendremos que matarla.
A Emmett no pareció disgustarle la idea.
–Es una opción.
–Y también tendremos que matar al hombre. Está con ella. Si luchamos, la líder del grupo también los acompañará.
–Somos suficientes para ellos.
–Hay otra opción –dijo Alice con serenidad.
Edythe se revolvió contra ella furiosa. Su voz fue un rugido devastador cuando dijo:
–¡No-hay-otra-opción!
Emmett y yo le miramos aturdidos, pero Alice no parecía sorprendida. El silencio se prolongó durante más de un minuto, mientras Edythe y Alice se miraban fijamente la una a la otra.
Yo lo rompí.
–¿Querría alguien escuchar mi plan?
–No –gruñó Edythe.
Alice la fulminó con la mirada.
–Escucha –supliqué–. Llévame de vuelta.
–¡No!
–¡Sí! Me llevas de vuelta y le digo a mi padre que quiero irme a casa, a Phoenix. Hago las maletas, nos aseguramos que la rastreadora esté observando y entonces huimos. Nos seguirá y dejará a Charlie tranquilo. Entonces me podrás llevar a cualquier maldito lugar que se te ocurra.
Me miraron sorprendidos.
–Pues realmente no es una mala idea en absoluto.
Emmett parecía tan sorprendido que resultaba insultante.
–Podría funcionar, y desde luego no podemos dejar desprotegido al padre de Bella. Tú lo sabes –dijo Alice.
Todos miramos a Edythe.
–Es muy peligroso… Y no le quiero cerca de ella ni a cien kilómetros a la redonda.
Emmett rebosaba en autoconfianza.
–Edythe, ella no va a acabar con nosotros.
Alice se concentró durante un minuto.
–No la veo atacando. Es de las que prefiere dar un rodeo antes de abordar un ataque frontal. Va a esperar a que le dejemos desprotegida.
–No le llevará mucho tiempo darse cuenta que eso no va a suceder –dijo Edythe.
–Exijo que me lleves a casa –intenté sonar decidida.
Edythe presionó los dedos contra las sienes y cerró los ojos con fuerza durante un segundo. Luego clavó sus ojos en mí. Cuando Edythe habló, su voz sonaba como si las palabras salieran en contra de su voluntad.
–Te marchas esta noche, tanto si la rastreadora te ve como si no. Le dirás a Charlie lo que te dé la gana, con tal de que sea rápido. Guarda en una maleta lo primero que tengas a mano y métete después en tu coche. Me da exactamente igual lo que Charlie te diga. Dispones de quince minutos. Quince minutos a contar desde el momento que pongas el pie en el umbral de la puerta o te saco a rastras.
El Jeep volvió a la vida con un rugido y las rudas chirriaron cuando describió un brusco giro. La aguja del velocímetro comenzó a subir de nuevo.
–¿Emmett? –pregunté con intención, mirándome las manos.
–Ah, perdón –dijo, y me soltó.
Transcurrieron varios minutos en silencio, sin que se oyera otro sonido que el del motor. Entonces, Edythe habló de nuevo.
–Vamos a hacerlo de esta manera. Cuando lleguemos a la casa, si la rastreadora no está allí, la acompañaré a la puerta –me miró a través del retrovisor–. Dispones de quince minutos a partir de ese momento. Emmett, tu controlarás el exterior de la casa. Alice, tu llevaras el coche, yo estaré dentro con ella todo el tiempo. En cuanto salga, llevarán el jeep a casa y se lo cuentan a Carlisle.
–De ninguna manera –le contradijo Emmett–. Iré contigo.
–Piénsalo bien, Emmett. No sé cuánto tiempo estaré fuera.
–Hasta que no sepamos en qué puede terminar este asunto, estaré contigo.
Edythe suspiró.
–Si la rastreadora está allí –continuó inexorablemente–, seguiré conduciendo.
–Vamos a llegar antes que ella –dijo Alice con confianza.
Edythe pareció aceptarlo. Fuera cual fuera el roce que hubiera tenido con Alice, no dudaba de ella.
–¿Qué vamos a hacer con el jeep? –preguntó ella.
Su voz sonaba dura y afilada.
–Tú lo llevarás a casa.
–No, no lo haré –replicó ella con calma.
La retahíla inentendible de blasfemias volvió a comenzar.
–No cabemos en mi coche –susurré.
Edythe no pareció escucharme.
–Creo que debería dejarme marchar sola– dije en voz baja, mucho más tranquila. Ella lo oyó.
–Bella, por favor, hagamos esto a mi manera, sólo por esta vez –dijo con los dientes apretados.
–Escucha, Charlie no es ningún imbécil –protesté–. Si mañana no estás en el pueblo, va a sospechar.
–Eso es irrelevante. Nos aseguraremos de que se encuentre a salvo y eso es lo único que importa.
–Bueno, ¿y qué pasa con la rastreadora? Vio la forma en que actuaste esta noche. Pensará que estás conmigo, estés donde estés.
Emmett me miró, inusualmente sorprendido otra vez.
–Edythe, escúchala –le urgió–. Creo que tiene razón.
–Sí, estoy de acuerdo –comentó Alice.
–No puedo hacer eso –la voz de Edythe era helada.
–Emmett podría quedarse también –continué–. Le ha tomado bastante ojeriza.
–¿Qué? –Emmett se volvió hacia mí.
–Si te quedas, tendrás más posibilidades de ponerle la mano encima –acordó Alice.
Edythe la miró con incredulidad.
–¿Y tú te crees que la voy a dejar irse sola?
–Claro que no –dijo Alice–. La acompañaremos Jasper y yo.
–No puedo hacer eso –repitió Edythe, pero esta vez su voz mostraba signos evidentes de derrota. La lógica estaba haciendo de las suyas con ella.
Intenté ser persuasiva.
–Déjate ver por aquí durante una semana –vi su expresión en el retrovisor y rectifiqué–. Bueno, unos cuantos días. Deja que Charlie vea que no me has secuestrado y que Joss se vaya de caza inútilmente. Cerciórate por completo de que no tenga ninguna pista; luego, te vas y me buscas, tomando una ruta que la despiste, claro. Entonces, Jasper y Alice podrán volver a casa.
Vi que empezaba a considerarlo.
–¿Dónde te iría a buscar?
–A Phoenix –respondí sin dudar.
–No. Ella oirá que es allí donde vas –replicó con impaciencia.
–Y tú le harás creer que es un truco, claro. Es consciente de que sabemos que nos está escuchando. Jamás creerá que me dirija de verdad a donde anuncié que voy.
–Esta chica es diabólica –rió Emmett entre dientes.
–¿Y si no funciona?
–Hay varios millones de personas en Phoenix –le informé.
–No es tan difícil usar una guía telefónica.
–No iré a casa.
–¿Ah, no? –preguntó con una nota peligrosa en la voz.
–Ya soy bastante mayorcita para para buscarme un sitio por mi cuenta.
–Edythe, estaremos con ella –le recordó Alice.
–¿Y qué vas a hacer tú en Phoenix? –le preguntó ella mordazmente.
–Quedarme bajo techo.
–Ya lo creo que voy a disfrutar –Emmett pensaba seguramente en arrinconar a Joss.
–Cállate, Emmett.
–Mira, si intentamos detenerle mientras ella anda por aquí, hay muchas más posibilidades de que alguien termine herido…, tanto ella como tú al intentar protegerla. Ahora, si la pillamos sola… –Emmett dejó la frase inconclusa y lentamente empezó a sonreír. Yo había acertado.
El jeep avanzaba más lentamente conforme entrabamos al pueblo. A pesar de mis palabras valientes, sentí cómo se me ponía el vello de punta. Pensé en Charlie, solo en casa, e intenté hacer acopio de valor.
–Bella –dijo Edythe en voz baja. Alice y Emmett miraban por las ventanillas–, si te pones en peligro y te pasa cualquier cosa, cualquier cosa, te haré personalmente responsable. ¿Lo has comprendido?
–Sí –tragué saliva.
Se volvió a Alice.
–¿Va a poder Jasper manejar este asunto?
–Confía un poco en él, Edythe. Lo está haciendo bien, muy  bien, teniendo todo en cuenta.
–¿Podrás manejarlo tú? –preguntó ella.
La pequeña y grácil Alice echó hacía atrás sus labios en una mueca horrorosa y dejó salir un gruñido gutural que me hizo encogerme en el asiento del terror.
Edythe le sonrió, más de repente musitó:
–Pero guárdate tus opiniones.


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