sábado, 27 de mayo de 2023

La llamada

 Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.


 




En cuanto me desperté me di cuenta de que era demasiado temprano. Estaba invirtiendo el horario del día y la noche. La tele estaba encendida; era la única luz que iluminaba la habitación, pero el sonido estaba desactivado. El reloj que había sobre la televisión marcaba las dos de la madrugada. Escuché un murmullo de voces hablando a toda velocidad y en voz muy baja, y supuse que sería eso lo que me había despertado. Me quedé tumbada en el sofá durante un minuto esperando que mis ojos y oídos se acostumbraran. Resultaba muy extraño que hablaran lo bastante alto como para que los escuchara. Bajé rápidamente los pies y me incorporé.

Alice y Jasper se sentaban juntos. Alice estaba dibujando otra vez, Jasper miraba el boceto por encima del hombro de esta. Estaban tan absortos en el trabajo de Alice que no miraron cuando me acerqué.

Me arrastré hasta el lado de Jasper para echar un vistazo.

—Ha visto algo más —le dije en voz baja a Jasper.

—Sí. Algo ha hecho regresar a la rastreadora a la habitación donde estaba el video, y ahora está iluminada —respondió.

Observé a Alice dibujar una habitación cuadrada con vigas oscuras en el techo bajo. Las paredes estaban cubiertas con paneles de madera, un poco más oscuros de la cuenta, pasados de moda. Una oscura alfombra estampada cubría el suelo. Había una ventana grande en la pared oeste, un vano que daba a una sala de estar. Uno de los lados de esta entrada era de piedra y en él se abría una gran chimenea de color canela que daba a ambas habitaciones. Desde este punto de vista, el centro de la imagen lo ocupaban un televisor y un video —en equilibrio un tanto inestable sobre un soporte de madera demasiado pequeño para los dos—, que se encontraban en la esquina sudoeste de la habitación. Un viejo sofá de módulos se curvaba en frente de la televisión con una mesita de café redonda delante.

—El teléfono está allí —susurré e indiqué el lugar.

Ambos me miraron.

—Es la casa de mi madre.

Alice ya estaba en la otra punta de la habitación  con el móvil en la mano; empezó a marcar. Contemplé ensimismada la fiel interpretación de mi sala de estar. Jasper se acercó aún más a mí, cosa rara en él, y me puso la mano suavemente en el hombro. El contacto físico acentuó su influjo tranquilizador. La sensación de pánico se difuminó y no llegó a tomar forma.

Los labios de Alice eran una mancha borrosa, hablaba tan deprisa que su voz no era más que un sordo zumbido imposible de entender.

—Bella —me llamó Alice. Le miré atontada—. Bella, Edythe viene de camino. Emmett, Carlisle y ella te van a recoger para esconderte durante un tiempo.

—¿Edythe está viniendo?

—Sí. Va a tomar el primer vuelo que salga de Seattle. La recogeremos en el aeropuerto y te irás con ella.

—Pero, mi madre… —aunque Jasper me estaba tocando, noté como el pánico se expandía por mi pecho—. ¡La rastreadora ha venido por mi madre, Alice!

—Jazz y yo nos aseguraremos de que esté a salvo.

—No podemos ganar a la larga, Alice. No pueden proteger a toda la gente que conozco durante toda la vida. ¿No ves lo que está haciendo? No me persigue directamente a mí, pero encontrará y hará daño a cualquier persona que yo ame… Alice, no puedo…

—La atraparemos, Bella.

—¿Y si te hiere, Alice? ¿Crees que eso me va a parecer bien? ¿Crees que solo puede hacerme daño a través de mi familia humana?

Alice miró a Jasper de forma significativa. Una espesa niebla de agotamiento se apoderó de mí y los ojos se me cerraron sin que pudiera evitarlo. Luché contra la niebla, consciente de lo que estaba pasando. Forcé a mis ojos para que se abrieran y me levanté, alejándome de la mano de Jasper.

—No necesito dormir —espeté enfadada.

Volví a la habitación y cerré la puerta, en realidad, casi di un portazo para dejarme caer en la cama, hecha pedazos, con cierta privacidad. Alice no me siguió en esta ocasión, tal y como esperaba. Quizás hubiera visto cómo iba a recibirle. Estuve contemplando la pared durante casi cuatro horas, hecha un ovillo, meciéndome. Mi mente vagabundeaba en círculos, intentando salir de alguna manera de aquella pesadilla. No veía ninguna escapatoria, y solo un final posible. La única cuestión era cuánta gente iba a resultar herida antes de que eso ocurriera.

El único consuelo, la única esperanza que me quedaba era saber que pronto vería a Edythe. Quizá, sería capaz de hallar la solución que ahora me rehuía solo con volverla a ver.

Regresé al salón, sintiéndome un poco culpable por mi comportamiento, cuando sonó el móvil. Esperaba no haber ofendido a nadie, que se dieran cuenta de que solo podía estar agradecida por los sacrificios que hacían por mí.

Alice hablaba a toda velocidad por teléfono de nuevo. Miré alrededor, pero Jasper no estaba. El reloj decía que eran las cinco y media de la mañana.

—Acaban de subir al avión. Aterrizarán a las nueve cuarenta y cinco —dijo Alice.

Solo tenía que intentar no desmoronarme durante unas cuanta horas más, hasta que ella llegara.

—¿Dónde está Jasper?

—Ha ido a reconocer el terreno.

—¿No se van a quedar aquí?

—No, nos vamos a instalar más cerca de la casa de tu madre.

Sentí ganas de vomitar, pero el móvil sonó de nuevo. Alice miró el número y me tendió el teléfono. Yo se lo arranqué de la mano.

—¿Mamá?

—¿Bella? ¿Bella? —era la voz de mi madre, con ese timbre familiar que le había oído miles de veces en mi infancia cada vez que me acercaba demasiado al borde de la acera o me alejaba demasiado de su vista en un lugar atestado de gente. Era el timbre del pánico.

—Tranquilízate, mamá —contesté, con la más sosegada de las voces, mientras me separaba lentamente de Alice y me encaminaba de vuelta a la habitación. No estaba segura de poder mentir de forma convincente con sus ojos fijos en mí—. Todo va bien, ¿de acuerdo? Dame un minuto nada más y te lo explicaré todo, te lo prometo.

Hice una pausa, sorprendida de que no me hubiera interrumpido ya.

—¿Mamá?

—Ten mucho cuidado de no soltar una palabra más hasta que haya dicho todo lo que tengo para decir —la voz que acababa de escuchar me fue tan poco familiar como inesperada. Era una voz de mujer, pero no la de mi madre. Era una suave voz de soprano, muy agradable e impersonal, la clase de voz que se oye de fondo en los anuncios deportivos de lujo. Hablaba muy deprisa—. Bien, no tengo por qué hacer daño a tu madre masi que, por favor, haz exactamente lo que te diga y no le pasará nada —hizo una pausa de un minuto mientras yo escuchaba, muda de horror—. Muy bien —me felicitó—. Ahora repite mis palabras, y procura que parezca natural. Por favor, di: «No, mamá, quédate donde estás».

—No, mamá, quédate donde estás —mi voz apenas sobrepasaba el volumen de un susurro.

—Empiezo a darme cuenta de que esto no va a ser fácil —la voz parecía divertida, todavía agradable y amistosa—. ¿Por qué no entras en otra habitación para que la expresión de tu rostro no lo eche todo a perder? No hay motivo para que tu madre sufra. Mientras caminas, por favor, di: «Mamá, por favor, escúchame». ¡Vamos, dilo ya!

—Mamá, por favor, escúchame —supliqué.

Me encaminé despacio hacia el dormitorio sin dejar de sentir la mirada preocupada de Alice clavada en mi espalda.

Cerré la puerta al entrar mientras intentaba pensar con claridad a pesar del pavor que incapacitaba mi mente.

—¿Hay alguien donde te encuentras ahora? Contesta solo sí o no.

—No.

—Pero todavía pueden oírte, estoy segura.

—Sí.

—Está bien, entonces —continuó la voz amigable—, repite: «Mamá, confía en mí».

—Mamá, confía en mí.

—Esto ha salido bastante mejor de lo que yo creía. Estaba dispuesta a esperar, pero tu madre ha llegado antes de lo previsto. Es más fácil de este modo, ¿no crees? Menos suspenso y menos ansiedad para ti.

Esperé.

Ahora, quiero que me escuches con mucho cuidado. Necesito que te alejes de tus amigos, ¿crees que podrías hacerlo? Contesta sí o no.

—No.

—Lamento mucho oír eso. Esperaba que fueras un poco más imaginativa. ¿Crees que te sería más fácil separarte de ellos si la vida de tu madre dependiera de ello? Contesta sí o no.

No sabía cómo, pero debía encontrar la forma.

—Sí —musité.

—Muy bien, Bella. Esto es lo que has de hacer. Quiero que vayas a la casa de tu madre. Hay un número junto al teléfono. Llama y te diré a dónde tienes que ir desde allí —me hacía una idea de a dónde iría y dónde terminaría aquel asunto, pero, a pesar de todo, pensaba seguir las instrucciones con exactitud—. ¿Puedes hacerlo? Contesta sí o no.

—Sí.

—Y que sea antes del mediodía, por favor, Bella. No tengo todo el día —pidió.

—¿Dónde está Phil? —siseé.

—Ah, y ten cuidado, Bella. Espera hasta que yo te diga cuándo puedes hablar, por favor.

Esperé.

—Es muy importante ahora que no hagas sospechar a tus amigos cuando vuelvas con ellos. Diles que ha llamado tu madre, pero que la has convencido de que no puedes ir a casa por lo tarde que es. Ahora, responde después de mí: «Gracias, mamá. Te veré pronto». Dilo ya.

—Te quiero, mamá —estuve a punto de ahogarme—. Te veré pronto —prometí.

—Adiós, Bella. Estoy deseando verte de nuevo.

Y colgó.

Mantuve el móvil pegado al oído. El miedo me había agarrotado los dedos y no conseguía estirar la mano para soltarlo.

Sabía que debía ponerme a pensar, pero el sonido de la voz aterrada de mamá ocupaba toda mi mente. Transcurrieron varios segundos antes de que recobrara el control.

Despacio, muy despacio, mis pensamientos consiguieron romper el espeso muro del dolor. Planes, tenía que hacer planes, aunque ahora no me quedaba más opción que ir a la habitación del espejo y morir. No había ninguna garantía de que hacer lo que me pedía fuera a mantener a mi madre con vida. Mi única esperanza era que Joss se diera por satisfecha con ganar la partida, que derrotar a Edythe fuera suficiente. La desesperación se cernía como un nudo corredizo alrededor de mi cuello, porque no había nada con lo que pudiera negociar, nada que le importara para ofrecer o retener. Pero por muchas vueltas que le diera no había ninguna otra opción. Tenía que intentarlo.

Situé el pánico en un segundo plano lo mejor que pude. Había tomado la decisión. No servía para nada perder tiempo angustiándome por ella. Debía pensar con claridad, porque Alice y Jasper me estaba esperando y era esencial, aunque parecía imposible, conseguir que pensaran que todo iba bien.

Me sentí repentinamente agradecida de que Jasper no estuviera. Hubiera sentido la angustia de los últimos cinco minutos de haber estado en la habitación del hotel, y en tal caso, ¿cómo iba a engañarlos? Luché contra el miedo y el horror y traté de cubrirlos con una tapadera. No podía permitírmelos ahora, ya que no sabía cuándo volvería Jasper.

Intenté concentrarme en la fuga, pero inmediatamente me di cuenta de que no podía planear nada. Tenía que permanecer indecisa. Sin duda, Alice no tardaría en percibir el cambio, si es que no lo había visto ya. No podía permitir que viera cómo sucedía. Si es que sucedía. ¿Cómo iba a conseguir escapar? Sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera podía pensar en ello.

Quise ver qué conclusiones había sacado Alice de todo aquello —si es que ya había percibido algún cambio—, pero tenía que resolver en soledad otra cosa más antes de que Jasper volviera.

Debía aceptar que no volvería a ver a Edythe nunca más, ni siquiera una última mirada que levarme a la habitación del espejo. Iba a herirla y no podía decirle adiós. Era como si me estuvieran torturando. Me consumí en la angustia un minuto, dejando que me quebrara por dentro. Y luego tuve que recomponerme para enfrentarme a Alice.

La única expresión que podía adoptar sin meter la pata era la de una muerta, con gesto vacuo, pero me pareció que podía ser una expresión comprensible. Me dirigí a la sala de estar, con el guion de mi actuación preparado.

Alice estaba doblada sobre el escritorio, aferrándose al borde con ambas manos.

Su rostro…

En un primer momento el pánico atravesó mi máscara y salté rodeando el sofá para llegar hasta ella. Mientras aún me dirigía hacia allí, caí en la cuenta de lo que debía estar viendo, y me detuve en seco cuando estaba a apenas unos metros de ella.

—Alice —dije inexpresiva.

No reaccionó cuándo mencioné su nombre, pero movía la cabeza de un lado a otro.

Su expresión me hizo volver a sentir pánico: tal vez su reacción no tuviera que ver conmigo, sino con mi madre.

Avancé un paso más, estirando la mano para tocarle el brazo.

—¡Alice! —exclamó Jasper con voz temblorosa desde la puerta.

Él ya se hallaba a su lado, justo detrás, cubriéndole las manos con las suyas y soltando la presa que le aferraba a la mesa.

Al otro lado de la sala de estar, la puerta de la habitación se cerró sola con un suave chasquido.

—¿Qué es? —Exigió saber—. ¿Qué ves?

Ella apartó el inexpresivo rostro de mí y miró a Jasper a los ojos como si no pudiera verlo.

—Bella —dijo Alice.

—Estoy aquí —repliqué.

Aunque con una expresión ausente, Alice giró la cabeza hasta que nuestras miradas se engarzaron. Comprendí que no me hablaba a mí, sino que había respondido a la pregunta de Jasper.



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