sábado, 27 de mayo de 2023

Impaciencia

Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.

 





Me desperté confusa. Me llevó más tiempo de lo habitual recordar dónde me hallaba.

La habitación era demasiado impersonal para pertenecer en ningún otro sitio que no fuera un hotel. Las lamparitas estaban atornilladas a las mesillas de noche y las cortinas eran del mismo material que la colcha.

Intenté recordar cómo había llegado allí, sin conseguirlo al principio.

Luego me acordé del coche negro con los cristales de las ventanillas aún más oscuros que los de las limusinas. Apenas si se oyó el motor, a pesar de que durante la noche habíamos corrido al doble del límite de velocidad permitida por la autovía.

También recordaba a Alice, sentada junto a mí en lugar de en el asiento delantero con Jasper. Recordaba haberme percatado de pronto de que estaba allí en calidad de guardaespaldas y que el asiento delantero no le quedaba lo suficientemente cerca de mí. Aquello debería haber acrecentado la sensación de amenaza inminente que, sin embargo, a mí me parecía a millones de kilómetros de allí. El peligro que me acechaba a nivel particular no era el que más me preocupaba.

Yo era el motivo de que Alice hubiera mantenido un extraño flujo de consciencia pre-cognitiva durante toda la noche. Me interesaban hasta los detalles de los más nimios. Me relató paso a paso como Edythe, Carlisle y Esme avanzaban por el bosque y, aunque no conocía ninguno de los puntos de referencia que mencionaba, escuchaba cada palabra con suma atención. Y luego retrocedía y narraba la misma secuencia de modo distinto, cuando alguna decisión repentina redefinía el futuro. Aquello sucedía constantemente, y era imposible seguir el hilo, pero me dio igual. Siempre que el futuro no colocara  Joss y Edythe en el mismo plano, yo podría seguir respirando.

A veces, cuando se lo pedía, Alice se centraba en Esme. Esme y Rosalie iban en mi camioneta, en dirección este. Lo que significaba que el hombre pelirrojo aún les seguía el rastro.

A Alice le costaba ver a Charlie.

—Es más difícil con los humanos que con los vampiros —me dijo.

Recordaba que Edythe había dicho una vez algo parecido refiriéndose a mí. Me daba la sensación de que hacía años de aquello, aunque en realidad solo habían transcurrido algunos días. Recordaba sentirme desorientada por mi incapacidad de calcular el tiempo.

Recordaba haber visto surgir el amanecer por detrás de un pico de escasa altura en algún lugar de California. La luz me hirió los ojos, pero intenté no cerrarlos. Cuando lo hacía, las imágenes que afloraban tras mis parpados, inamovibles como diapositivas, me sobrepasaban. Prefería que se me quemaran las retinas a tener que revivirlas. La expresión desolada de Charlie, los dientes de Edythe, la mirada furiosa de Rosalie, los ojos carmesí de la rastreadora clavados en mí, la mirada apagada de los ojos de Edythe tras apartarse de mí.

Mantuve los ojos abiertos, y el sol fue surcando el cielo.

Recordaba haber sentido la cabeza pesada y ligera a la vez cuando atravesamos un ancho paso montañoso y el astro rey, ahora a nuestras espaldas, se reflejó en los techos de teja de mi ciudad. Ya no me quedaba la suficiente sensibilidad para sorprenderme de que hubiéramos efectuado un viaje de tres días en uno solo. Miré inexpresivamente la ciudad que se extendía ante mí, y lentamente fue calando en mi mente la idea de que aquello debería despertar algún sentimiento en mí. Los arbustos de creosota, las palmeras, las amebas verdes de los campos de golf y los manchones turquesa de las piscinas: se suponía que todo aquello debía resultarme familiar. Se suponía que debía sentirme en casa.

Las sombras de las farolas se inclinaban sobre la autopista interestatal con líneas más definidas de lo que yo recordaba. La oscuridad era inexistente. No había donde esconderse en esas sombras.

—¿Cuál es el camino al aeropuerto? —preguntó Jasper. Era la primera vez que hablaba desde que estábamos en el coche.

—No te salgas de la I-10 —contesté automáticamente—. Pasaremos justo al lado.

Me llevó un par de segundos más de lo habitual procesar las implicaciones que tenía su pregunta. Mi cerebro estaba nublado a causa del agotamiento.

—¿Vamos a volar a algún sitio? —le pregunté a Alice.

No era capaz de recordar el plan, pero aquello no sonaba parte de él.

—No, pero es mejor estar cerca, solo por si acaso.

Después vino a mi memoria el comienzo de la curva alrededor de Sky Harbos International…, pero en mi recuerdo no llegué a terminarla. Supongo que debió de ser entonces cuando mi cerebro decidió que ya era bastante.

Aunque, ahora que recuperaba los recuerdos, tenía la vaga impresión de haber salido del coche cuando el sol estaba en el horizonte, siendo sujetada por Alice mientras yo tropezaba en mí caminar bajo las sombras cálidas y secas. No recordaba esta habitación.

Miré el reloj digital en la mesilla de noche. Los números en rojo indicaban las tres, pero no había manera de saber si eran a.m. o p.m. A través de las espesas cortinas no pasaba la luz exterior, aunque las lámparas iluminaban la habitación.

Me levanté entumecida y me tambaleé hasta la ventana para apartar las cortinas.

Era de noche, así que debían ser las tres de la madrugada. La habitación daba a una zona despejada de la autovía y al nuevo aparcamiento de estacionamiento prolongado del aeropuerto. Aunque muy levemente, me sentí algo mejor al saber dónde me encontraba y qué hora era.

Me miré. Seguía llevando puesto el suéter de Esme y sus pantalones. Recorrí la habitación con la mirada y me alegré al descubrir mi petate en lo alto de un pequeño armario.

Me sobresaltó un ligero golpecito en la puerta.

—¿Puedo entrar? —preguntó Alice.

Respiré hondo.

—Sí, claro.

Entró y me miró.

—Tienes aspecto de necesitar dormir un poco más.

Negué con la cabeza.

En silencio, se acercó despacio a las cortinas y las cerró.

—Debemos quedarnos dentro —me dijo.

—De acuerdo —mi voz sonaba ronca y se me quebró.

—¿Tienes sed? —me preguntó.

—Me encuentro bien —me encogí de hombros—. ¿Y tú qué tal?

—Nada que no pueda sobrellevarse —sonrió—. Te he pedido algo de comida, la tienes en el saloncito. Edythe me recordó que comes con más frecuencia que nosotros.

Presté más atención en el acto.

—¿Ha llamado?

—No —contestó, y vio cómo aparecía la desilusión en mi rostro—. Fue antes de que saliéramos. Me dio un montón de instrucciones. Ven a comer algo.

Salió de la habitación sin dejarme tiempo para alegar que no estaba hambrienta, y le seguí con lentitud.

Había un saloncito anexo a la suite. De la televisión surgía un zumbido bajo de voces. Jasper estaba sentado en la mesa que había en una esquina, con los ojos puestos en la tele, aunque su expresión no mostraba interés. Alice fue junto a él y le acarició el cabello color miel.

—¿Qué es lo último que sabes? —pregunté.

—Esme y Rosalie están de vuelta en Forks. El pelirrojo se cansó de perseguirlas.

Abrí la boca para decir algo, pero Alice se me adelantó.

—Están vigilando a tu padre. El pelirrojo no podrá con ellas.

—¿Qué está haciendo?

—Inspeccionando el pueblo, buscándote por lo que veo. Ha estado un rato en la escuela.

Los ojos se me salieron de las orbitas.

—¿Le ha hecho algo a alguien?

Alice negó con una sacudida de cabeza.

—Parece que se entregan plenamente a la caza una vez le dan comienzo.

—¿Edythe?

—Parece que está frustrada. Localizaron a la rastreadora, pero ya estaba huyendo. Se dirige hacia el norte. La están persiguiendo.

Me quedé allí de pie, sin saber muy bien que hacer.

Edythe estaba persiguiendo a Joss. Sí, Carlisle y Esme estaban con ella, pero Edythe era la más rápida…

—Come algo, Bella. Edythe se vuelve intratable cuando cree que sus instrucciones no se están siguiendo al pie de la letra.

Había una bandeja de comida en la mesita de café en la que un par de tapas de acero inoxidable cubrían sendos platos. No se me ocurría que hacer aparte de seguir las instrucciones de Alice. Me senté en el suelo al lado de la mesita de café y levanté la primera tapa. Ni siquiera miré la comida, simplemente tomé algo y empecé a comer. Debía de tener hambre, porque no habíamos parado a comer durante el viaje.

Se mantuvieron quietos en silencio mientras comía. Yo miraba la televisión, pero lo que veía no tenía sentido para mí. ¿Era un programa de noticias? ¿Anuncios de la tele-tienda? No estaba segura. Comí hasta vaciar los platos, pero no saboreé absolutamente nada.

Cuando ya no quedó nada de comer, clavé la vista en la pared.

Lo único que veía en mi mente era a Edythe en el bosque, rápida como un guepardo, más veloz que una bala. Era evidente que sería la primera en alcanzar a la rastreadora.

Las palabras de Lauren resonaban en mi cabeza. «No podrán con ella. Es absolutamente letal».

De repente Jasper apareció a mi lado, más cerca de mí de lo habitual.

—Bella —dijo con una voz tranquilizadora—, no hay de qué preocuparse. Aquí estás completamente a salvo.

—Ya lo sé.

—Entonces, ¿de qué tienes miedo? —me preguntó confundido. Aunque podía sentir el tono de mis emociones, no comprendía el motivo.

—Ya oíste a Lauren. Dijo que Joss era mortífera. ¿Qué pasa si algo va mal y se separan? Si les pasa algo a Carlisle, Emmett, Edythe… —se me quebró la voz—. Si ese maniaco pelirrojo le hace daño a Esme, ¿cómo podré vivir sabiendo que fue por mi culpa? Ninguno de ustedes debería arriesgarse por mí.

—Para, Bella, para… —me interrumpió Jasper, pronunciando con tal rapidez que me resultó difícil entenderlo—. Te preocupas por lo que no debes, Bella. Confía en mí en esto: ninguno de nosotros está en peligro. Ya soportas demasiada presión tal como están las cosas, no hace falta que le añadas preocupaciones imaginarias. ¡Escúchame! —Me ordenó, porque yo había vuelto la mirada a otro lado—. Nuestra familia es fuerte y nuestro único temor es perderte.

—Pero, ¿por qué…?

Alice apareció junto a mí entonces, enlazando su brazo alrededor de la cintura de Jasper.

—Edythe lleva sola casi un siglo y ahora te ha encontrado. No sabes cuánto ha cambiado, pero nosotros sí que lo vemos, después de llevar tanto tiempo juntos. ¿Crees que podríamos mirarla a la cara los próximos cien años si te pierde?

La culpa empezó a remitir, pero si bien la calma que se extendía sobre mí parecía completamente natural, como si emanara de mi interior, sabía que no era cierto.

—¿Sabes?, yo habría hecho esto de todos modos —añadió Alice—. Incluso si Edythe no nos lo hubiera pedido.

—¿Por qué?

Ella sonrió.

—Es difícil de explicar sin parecer un poco esquizofrénica. Para mí el tiempo tiene un significado distinto del que tiene para ti, para Jazz, o para cualquier otra persona… —Jasper sonrió y le pellizcó el lóbulo de la oreja—. Así que para ti nada de esto va a tener sentido pero, para mí, es como si fuéramos amigas desde hace mucho tiempo, Bella. Desde el momento en que empezaste a formar parte de la vida de Edythe, para mí es como si hubiéramos compartido cientos de horas. Como si nos hubiéramos reído juntas de las exageraciones de Edythe, como si hubiéramos molestado a Rosalie juntas hasta el punto de obligarla a irse de la casa, como si hubiéramos pasado toda la noche juntas hablando con Carlisle… —me la quedé mirando y ella se encogió de hombros—. Así vivo yo el mundo…

—¿Somos amigas? —pregunté, con la voz rezumante de asombro.

—Mejores amigas —me dijo—. Algún día lo seremos. ¿No te parece un acierto que mi hermana favorita se haya enamorado de mi mejor amiga? Creo que le debo una.

—Ajá —fue lo único que conseguí decir.

Alice rió y Jasper puso los ojos en blanco.

—Muchas gracias, Alice. Acababa de conseguir que se tranquilizara.

—No, estoy bien —les prometí.

Tal vez Alice estuviera mintiendo para hacerme sentir mejor, pero, de todas maneras, funcionó. Si Alice también quería ayudarme genuinamente, si no lo hacía por Edythe, la situación era un poco menos terrible.

—¿Y ahora qué hacemos? —pregunté.

—Esperamos a que algo cambie.

Había sido un día muy largo.

Permanecimos en la habitación. Alice llamó a recepción y les pidió que suspendieran el servicio de limpieza para arreglar el cuarto. Las cortinas permanecieron cerradas, con la televisión encendida, aunque nadie la miraba. Me traían la comida a intervalos regulares.

Resultaba curioso lo cómoda que de repente me sentía con Alice. Era como si, al verbalizar la visión que había tenido sobre nuestra amistad, se hubiera convertido en algo real. Se sentó en la silla que había junto al sofá donde yo estaba tumbada y respondió a las preguntas que no me había atrevido a hacerle antes a causa de los nervios. A veces las contestaba incluso antes de que yo las formulara. Era un poco raro, pero supuse que así se sentía todo el mundo cuando estaba con Edythe.

—Sí —respondió en cuanto la pregunta se formuló en mi mente—. Exactamente así es. Se esfuerza mucho para que no la odiemos por ello.

Me contó cómo era despertar tras convertirse en vampiro.

—Solo recuerdo una cosa, y ni siquiera estoy segura de que sea un recuerdo. Creo recordar que alguien pronunció mi nombre, llamándome Alice. Pero tal vez me estuviera acordando de algo que todavía no había sucedido, viendo que algún día alguien me llamaría Alice —sonrió al ver mi expresión confundida—. Ya lo sé. Es la pescadilla que se muerde la cola, ¿verdad?

»El pelo —se pasó la mano por la cabeza, en absoluto avergonzada. Tenía la longitud suficiente para saber que su cabello era castaño oscuro, casi negro, como sus cejas—. Era un look rompedor para ser 1920. Un poco pronto para el estilo pixie, gracias a Dios. Mis apuestas son que se debió o a una enfermedad o a la mala conducta.

—¿Mala conducta? —pregunté.

—Tal vez estuve en prisión —se encogió de hombros.

—No debías ser mucho mayor que yo —protesté.

—Me gusta imaginar que, si realmente fui una delincuente, debí ser una prodigiosa mente criminal.

Jasper —qué estaba de nuevo sentado a la mesa, en silencio en casi todo momento— rió conmigo.

—No resultó tan confuso como debía haber sido —dijo Alice cuando le pregunté acerca de sus primeras visiones—. Resultaba algo natural: de algún modo era consciente de que lo que estaba viendo no había sucedido aún. Creo que quizá ya viera cosas antes de transformarme. O tal vez sea solo que me adapto muy rápido —sonrió, conocedora de la pregunta que tenía preparada—. Fue Jasper. Él fue lo primero que vi —y luego añadió—. No, no lo conocí en persona hasta mucho después.

Noté en su tono de voz algo que me llevó a preguntarle:

—¿Cuánto?

—Veintiocho años.

—¿Veintiocho…? ¿Tuviste que esperar veintiocho años? ¿No podrías…?

Alice asintió.

—Podría haberlo encontrado antes. Sabía dónde estaba. Pero él aun no estaba preparado para que yo llegara. Si hubiera aparecido demasiado pronto, él me habría matado.

Yo reprimí un grito y me quedé mirándolo. Él me dedicó una ceja enarcada y volvió a mirar a Alice, qué se rió.

—Pero Edythe me dijo que tú fuiste la única que pudo enfrentarse a ella…

Jasper resopló, pero no daba la sensación de que estuviera enfadado, sino más bien hastiado. Lo miré de nuevo y vi que volvía a poner los ojos en blanco.

—Nunca lo sabremos —dijo Alice—. Es imposible saber si Jazz estaba realmente intentando matar a Edythe, o solo estaba jugando. Bueno, Jazz tiene mucha experiencia. Mi capacidad para ver el futuro no es la única razón por la que igualo a Edythe; también es gracias a él, que me enseñó a luchar. Todos los miembros del aquelarre de Lauren estaban pendientes de Emmett, y te aseguro que Emmett es espectacular, pero si hubiéramos tenido que luchar con ellos, Emm no hubiera sido su mayor problema. Si se hubieran fijado mejor en mi amado —dijo, tirándole un beso—, se habrían olvidado inmediatamente del fortachón.

Recordaba la primera vez que había visto a Jasper en la cafetería con su familia. Era hermoso, como los demás, pero había en su belleza un matiz más agresivo. Antes incluso de poder verbalizarlo mentalmente, había percibido qué tenía algo que se correspondía con lo que Alice me estaba contando en aquel momento.

Miré a Alice.

—Se lo puedes preguntar directamente a él —me dijo—. Pero no te lo va a contar.

—¿Quiere conocer mi historia? —supuso Jasper. Dejó escapar una risa de tintes sombríos—. No estas preparada para escucharla, Bella, créeme.

Y, aunque seguía sintiendo curiosidad, le creí.

—Decías que te costaba más con humanos… Pero parece que a mí puedes verme bastante bien —observé.

—Estoy concentrada, y además estás aquí —dijo Alice—. De todos modos, los dos segundos inmediatos al momento en que nos encontramos son siempre pan comido. Las que no suelen sostenerse son las visiones a largo plazo. Las cosas se complican incluso si intento ver a una sola hora de distancia.

Alice me mantenía al tanto de la actividad de los demás, qué era prácticamente nula. A Joss se le daba bien huir. Alice me contó que había algunos trucos que le facilitaban la tarea: los aromas no podían detectarse en el agua, por ejemplo. Joss parecía conocer todas aquellas artimañas. Al menos media docena de veces el rastro guiaba a Carlisle, Edythe y Emmett de vuelta hacia Forks para luego volver a desviarse en dirección contraria. Alice llamó a Carlisle dos veces para darle instrucciones. La primera, mencionó algo relacionado con la dirección a la que Joss se había dirigido en un principio, y, la segunda, le indicó dónde podían recuperar el rastro de su olor al otro lado del río. Por como lo describía, no estaba viendo a la cazadora, sino a Edythe y Carlisle. Supuse que era capaz de ver a su familia con mayor claridad. Quise pedirle el teléfono, pero sabía que no podían perder tiempo simplemente para que yo escuchara la voz de Edythe. Estaban de caza.

También sabía que se suponía que debía desear qué Edythe y los demás tuvieran éxito en su búsqueda, pero no podía evitar sentirme aliviada a medida que la distancia entre Joss y ella aumentaba, a pesar de la ayuda de Alice. Si aquello implicaba tener que quedarme encerrada en aquella habitación de hotel para siempre, no me quejaría. Lo que fuera con tal de que ella estuviera a salvo.

Había una pregunta en concreto qué me moría de ganas por formular, pero vacilaba si hacerla o no. Tenía la sensación de que, si Jasper no hubiera estado presente, quizá la hubiera hecho antes. No sentía la misma comodidad en su presencia qué la qué experimentaba ahora con Alice, aunque probablemente tan solo se debía a que él no estaba interviniendo para que así fuera.

Mientras comía —¿la cena, tal vez? No era capaz de recordar a qué comida del día se correspondía—, empecé a pensar en distintas maneras de formular la pregunta. Y entonces, capté una mirada en el rostro de Alice y me percaté de que ya sabía lo que intentaba preguntarle. A diferencia de las otras decenas de preguntas que ya le había formulado, su elección era no contestar esta.

Entorné los ojos.

—¿Estaba esto incluido en la lista de instrucciones de Edythe? —pregunté con amargura.

Me dio la sensación de escuchar un leve suspiro precedente de la esquina de Jasper. Probablemente le resultaba muy incómodo escuchar solo la mitad de la conversación, pero debía de estar acostumbrado. Me apostaba cualquier cosa a que Edythe y Alice nunca sentían la necesidad de hablar en alto cuando conversaban entre ellas.

—Estaba implícito —respondió Alice.

Pensé en sus discusiones en el Jeep. ¿Tenía algo que ver con aquello?

—Supongo que nuestra futura amistad no es motivo suficiente para traicionar su lealtad.

—Edythe es mi hermana —dijo con el ceño fruncido.

—¿Aunque no estés de acuerdo con ella en este punto en particular?

Nos quedamos mirando un segundo.

—Eso es lo que viste —me percaté. Noté como se me agrandaban los ojos—. Y entonces ella se enfadó muchísimo. Ya lo habías visto, ¿no es así?

—Es solo una posibilidad futura entre muchas. También te vi morir —me recordó.

—Pero lo viste. Es una posibilidad.

Se encogió de hombros.

—¿No te parece que me merezco saberlo, entonces? ¿Aunque solo exista una mínima posibilidad?

Alice me miró largamente, deliberando.

—Sí, te lo mereces —dijo por fin—. Tienes derecho a saberlo.

Aguardé.

—No sabes las cotas qué puede alcanzar la furia de Edythe cuando alguien la decepciona —me advirtió.

—No es de su incumbencia. Esto es entre tú y yo, Alice, te lo estoy pidiendo como amiga.

Ella hizo una pausa y tomó una decisión.

—Puedo contarte como se desarrolla el proceso, pero no recuerdo cómo me sucedió, no lo he hecho ni he visto hacerlo a nadie, así que ten claro que solo te puedo explicar la teoría.

—Ah, así que es eso —murmuró Jasper a mí espalda. Se me había olvidado que estaba escuchando.

Esperé.

—Nuestros cuerpos de depredador disponen de un verdadero arsenal de armas, mucho mayor del qué se necesita para cazar presas fáciles como a los humanos. Fuerza, velocidad, sentidos muy agudos y eso sin tener en cuenta a aquellos de nosotros que, como Edythe, Jasper y yo misma, también poseemos poderes extrasensoriales. Además, resultamos físicamente atractivos a nuestras presas, como una flor carnívora.

Estaba reviviendo mentalmente cómo me había demostrado Edythe eso mismo en el prado.

Esbozó una sonrisa amplia y sus dientes refulgieron.

—Tenemos también otra arma de escasa utilidad. Somos venenosos. Ese veneno no mata, simplemente incapacita. Actúa despacio y se extiende por todo el sistema circulatorio, de modo que ninguna presa se encuentra en condiciones físicas de resistirse y huir de nosotros una vez que la hemos mordido. Es poco útil, como te he dicho, porque no hay víctima qué se nos escape en distancias cortas. A no ser que así lo deseemos, por supuesto.

—Carlisle —dije en voz baja. Las lagunas de la historia que Edythe me había contado estaban empezando a rellenarse—. Así que si se deja que el veneno se extienda…

—Completar la transformación requiere de varios días, depende de cuanto veneno haya en la sangre y cuanto llegue al corazón. El creador de Carlisle lo mordió en la mano a propósito para empeorar el proceso. Mientras el corazón siga latiendo se sigue extendiendo, curando y transformando el cuerpo conforme llega a todos los sitios. La conversión finaliza cuando se para el corazón, pero durante todo ese proceso, la víctima desea la muerte a cada minuto, y la pide a gritos.

Temblé.

—No es agradable, es cierto.

—Edythe me dijo que era muy difícil de hacer… Pero lo que cuentas parece bastante simple.

—En cierto modo nos asemejamos a los tiburones. Una vez que hemos probado la sangre o al menos la hemos olido, da igual, se hace muy difícil no alimentarse. Imposible incluso. Así que, ya ves, morder realmente a alguien y probar la sangre puede iniciar una vorágine. Es difícil para todos: el deseo de sangre por un lado para nosotros, y por otro el dolor horrible de la víctima.

—Suena a algo que costaría olvidar —dije.

—El dolor de la transformación es el recuerdo más nítido qué suelen tener casi todos de su vida humana. No sé por qué soy distinta.

Alice se quedó con la mirada perdida, inmóvil. Me pregunté cómo sería no saber quién eres. Mirarte y no reconocer a la persona cuyo reflejo te devolvía el espejo.

Aunque me costaba creer que Alice hubiera podido ser una criminal: su rostro tenía algo que era intrínsecamente bondadoso. Rosalie era la vanidosa, al qué los chicos de la escuela se quedaban mirando, pero el rostro de Alice encerraba algo que superaba aquella perfección. Era una fuerza absoluta.

—Ser diferente tiene su lado positivo —dijo Alice de repente—. No recuerdo a ninguna de las personas que dejé atrás después de mi muerte. Ese dolor también me lo he ahorrado —me miró con los ojos levemente entornados—. Carlisle, Edythe y Esme perdieron a alguien importante para ellos antes de abandonar su humanidad. Así que hubo pérdida, pero no arrepentimiento. Para los demás fue muy distinto. El dolor físico es algo rápido, en comparación, Bella. Hay maneras mucho más lentas de sufrir…

»Los padres de Rosalie la amaban y dependían de ella, y tenía dos hermanos pequeños a los que adoraba. Nunca pudo volver a verlos tras haber sido transformada. Y, además, los sobrevivió a todos. Ese tipo de dolor actúa de una manera muy, muy lenta…

Me preguntaba si estaría intentando que sintiera compasión por Rosalie, qué le concediera un poco de margen, aunque me odiara. Y bueno…, la verdad es que estaba funcionando.

Sacudió la cabeza, como si fuera consciente de lo que no estaba comprendiendo.

—Es parte del proceso, Bella. Yo no lo he vivido. No puedo explicarte qué se siente, pero forma parte del proceso.

Y entonces entendí a qué se refería.

De nuevo se quedó completamente inmóvil. Apoyé la cabeza sobre su brazo y me quedé mirando el techo.

Sí…, si algún día Edythe quería que me convirtiera… ¿Qué implicaciones tendría eso en mi madre? ¿Y para Charlie?

Había muchas cosas que meditar. Cosas sobre las que ni siquiera sabía qué pensar. Pero había otras que parecían muy evidentes. Por algún motivo, Edythe no quería que reflexionara sobre todo aquello. ¿Por qué? Noté un retorcijón en el estómago cuando intenté encontrar una respuesta para esa pregunta.

Entonces, Alice se incorporó como impulsada por un resorte.

Yo me le quedé mirando, sorprendida por el repentino movimiento, y de nuevo asustada cuando vi la expresión de su cara.

Tenía el rostro completamente impasible, vacío, y la boca entreabierta.

Entonces Jasper apareció a su lado, y la empujó con delicadeza para que volviera a sentarse en la silla.

—¿Qué ves? —le preguntó en voz baja, con tono tranquilizador.

—Algo ha cambiado —respondió Alice, en voz más baja aún si cabe.

Yo me incliné hacia ellos.

—¿Qué es?

—V-veo una gran habitación con espejos por todas partes. El suelo es de madera. Joss se encuentra allí, esperando. Hay algo dorado… una banda dorada qué cruza los espejos.

—¿Dónde está la habitación?

—No lo sé. Aún falta algo, una decisión que no se ha tomado todavía.

—¿Cuánto tiempo queda para qué eso ocurra?

—Es pronto, estará en la habitación del espejo hoy o quizás mañana. Se encuentra a la espera y ahora permanece en la penumbra.

La expresión volvió a borrarse de su rostro.

La voz de Jasper era metódica.

—¿Qué hace ahora?

—Ver la televisión a oscuras en algún sitio… No, es un vídeo.

—¿Puedes ver dónde se encuentra?

—No, la estancia es demasiado oscura.

—¿Hay algún otro objeto en la habitación del espejo?

—Solo veo espejos y una especie de banda dorada qué rodea la habitación. También hay un gran equipo de música y un televisor encima de una mesa negra. Ha colocado allí un vídeo, pero no lo mira de la misma forma que lo hacía en la habitación a oscuras —sus ojos erraron sin rumbo fijo, y luego se centraron en el rostro de Jasper—. Esa es la habitación dónde espera.

—¿No hay nada más?

Alice negó con la cabeza; luego, se miraron el uno al otro, inmóviles.

—¿Qué significa? —pregunté.

Nadie me contestó durante unos instantes; luego, Jasper me miró.

—Significa que la rastreadora ha cambiado de planes y ha tomado la decisión que la llevará a la habitación del espejo y a la sala oscura.

—Pero no sabemos dónde están.

—No.

—Bueno, pero sí que sabemos que no la están persiguiendo en las montañas al norte de Washington. Se les escapará —concluyó Alice lúgubremente.

Respondió al teléfono justo cuando empezaba a vibrar.

—Carlisle —susurró, con los ojos fijos en mí—. Sí —permaneció a la escucha un buen rato y dijo—: Acabo de verla —afirmó, y le describió la reciente visión igual que había hecho con Jasper—. Fuera lo que fuera lo que la hizo tomar ese avión, seguramente la va a conducir a esas habitaciones —hizo una pausa—. Sí —contestó al teléfono, y luego me llamó—. ¿Bella?

Prácticamente se lo arranqué de la mano.

—¿Diga?

—Bella —jadeó Edythe.

—¡Oh, Edythe! —Dije yo —¿Dónde estás?

—En los alrededores de Vancouver. Lo siento, Bella, pero la hemos perdido. Parecía sospechar de nosotros y ha permanecido lo bastante lejos para que no pudiera leerle el pensamiento. Se ha ido, parece que ha tomado un avión. Creemos que ha vuelto a Forks para empezar de nuevo la búsqueda.

Oía detrás de mí como Alice ponía al día a Jasper.

—Lo sé. Alice vio que se había marchado.

—Pero no tienes que preocuparte, no has dejado ningún rastro qué pueda seguir. Solo tienes que quedarte con Alice y esperar a que la encontremos otra vez. Alice podrá localizarla pronto.

—Estaré bien. ¿Está Esme con Charlie?

—Sí, el hombre ha estado en la ciudad. Entró en la casa mientras Charlie estaba en el trabajo. No se le ha acercado. No te preocupes, está a salvo, vigilado por Esme y Rosalie.

Por algún motivo, la presencia de Rosalie no me confortaba demasiado.

—¿Qué crees que está haciendo Víctor?

—Intenta recuperar el rastro. Ha merodeado por la zona toda la noche. Rosalie lo ha seguido hasta el aeropuerto, en Port Angeles, por todas las carreteras alrededor de la ciudad, en la escuela… Está rebuscando por todos lados, Bella, pero no va a encontrar nada.

—¿Estás segura de que Charlie está a salvo?

—Sí, Esme no le pierde de vista; y yo volveré pronto. Si la rastreadora se acerca a Forks, la atraparé.

—Ten cuidado. No te apartes de Carlisle y Emmett —tragué saliva.

—Sé lo que hago.

—Te echo de menos —reconocí.

—Ya lo sé, Bella. Créeme que lo sé. Es como si te hubieras llevado la mitad de mí contigo.

—Ven y recupérala, entonces.

—Pronto, en cuanto pueda, pero antes me aseguraré de dejar esto arreglado —su voz se había endurecido.

—Te quiero.

—¿Me crees si te digo que a pesar de todo lo que te estoy haciendo pasar, también te quiero?

—Claro que te creo.

—Me reuniré contigo enseguida.

—Te esperaré.

La nube de abatimiento volvió a aplastarme en cuanto se cortó la comunicación. Jasper me miró intensamente y la sensación desapareció.

Luego volvió a mirar a Alice. Estaba en el sofá, inclinada sobre la mesa, con el bolígrafo de promoción del hotel en la mano. Me acerqué a mirar qué estaba haciendo.

Dibujaba un boceto en un trozo de papel con el membrete del hotel. Me incliné sobre el respaldo del sofá para mirar por encima de su hombro.

Había pintado una habitación grande y rectangular, con una pequeña sección cuadrada al fondo. Dibujó líneas para mostrar como las tablas de madera del suelo se extendían a lo largo de toda la estancia. En la parte inferior de las paredes había unas líneas qué atravesaban horizontalmente los espejos, y también una banda larga, a la altura de la cintura, qué recorría las cuatro paredes. Alice había dicho que era una banda dorada.

—Es un estudio de ballet —dije, al reconocer de pronto el aspecto familiar del cuarto.

Me miraron sorprendidos.

—¿Conoces esta habitación?

La voz de Jasper sonaba calmada, pero debajo fluía una corriente subterránea de algo que no pude identificar. Alice se acercó un poco más al papel, haciendo volar su mano por la página; en la pared del fondo fue tomando forma una salida de emergencia justo donde yo sabía que estaría y un equipo de música al fondo, en la esquina de la derecha.

—Se parece a una academia en la que mi madre solía dar clases de baile, aunque no lo hizo durante mucho tiempo. Tenía el mismo aspecto —toqué la página donde destacaba la sección cuadrada, qué luego se estrechaba en la parte trasera de la habitación—. Aquí se encontraba el baño, y esa puerta daba a otra clase, pero el aparato de música estaba aquí —señalé la esquina izquierda—. Era más viejo, y no había televisor. También había una ventana en la sala de espera: al mirar a través de ella se podía ver la habitación con esta perspectiva.

Alice y Jasper me miraban fijamente.

—¿Estás segura de que es la misma habitación? —me preguntó Jasper con aquella tranquilidad tan poco natural.

—No, no del todo. Bueno, es que todos los estudios de danza son muy parecidos, todos tienen espejos y barras —me recliné sobre el sofá y deslicé un dedo a lo largo de la barra de ballet situada junto a los espejos—. Solo digo que su aspecto me resulta familiar.

—¿Tendría algún sentido que quisieras ir allí ahora? —me preguntó Alice.

—No, no he puesto un pie allí desde que mi madre dejó el trabajo, hace por lo menos diez años.

—¿Y no puede guardar algún tipo de relación contigo ahora? —inquirió Alice con suma atención.

Sacudí la cabeza.

—No, ni siquiera creo que siga perteneciendo a la misma persona. Estoy segura de que debe ser otro estudio en cualquier otro sitio.

—¿Dónde está el estudio en el que trabajaba tu madre? —me preguntó Jasper con un tono mucho más preocupado que el de Alice.

—Estaba justo en la esquina de nuestra casa. Por eso aceptó el trabajo, para que yo pudiera esperar allí cuando volviera a casa desde la escuela… —dejé la frase inconclusa, pero me percaté del intercambio de miradas de Alice y Jasper.

—Entonces, ¿está aquí en Phoenix? —preguntó Jasper, cuyo tono de voz seguía pareciendo imperturbable.

—Sí —murmuré—. En la 58 esquina con Cactus.

Nos quedamos todos contemplando fijamente el dibujo en silencio.

—Alice, ¿Es seguro este teléfono? —pregunté.

—Si rastrean el número, la pista los llevará a Washington —me respondió.

—Entonces puedo usarlo para llamar a mi madre.

—¿Está en Florida, verdad? Allí debería estar a salvo.

—Así es, pero va a volver pronto y no puede ir a casa mientras… —me tembló la voz.

No dejaba de darle vueltas a que Víctor había estado en casa de Charlie y en la escuela, donde figuraban mis datos.

—¿Cuál es su número? —preguntó Alice, con el teléfono en mano.

—No tienen teléfonos, salvo en casa, aunque se supone que mamá comprueba si tiene mensajes en el contestador de vez en cuando.

—¿Jazz? —preguntó Alice.

El aludido se lo pensó.

—No creo que esto ocasione daño alguno, aunque asegúrate de no revelar tu paradero, claro.

Asentí y extendí la mano para recibir el móvil. Marqué el número que me era tan familiar y esperé cuatro tonos hasta que escuché la voz despreocupada de mi madre pidiendo que dejara un mensaje.

—Mamá —dije después del pitido—, soy yo, Bella. Escucha, necesito que hagas algo. Es importante. Llámame a este número en cuanto oigas el mensaje —Alice señaló el número que ya estaba escrito en la parte inferior del dibujo, y lo leí cuidadosamente dos veces—. Por favor, no vayas a ninguna parte hasta que no hablemos. No te preocupes, estoy bien, pero llámame enseguida, no importa lo tarde que oigas el mensaje, ¿de acuerdo? Te quiero, mamá, chao.

Cerré los ojos y recé con todas mis fuerzas para que no llegara a casa por algún cambio imprevisto de planes antes de oír mi mensaje. Y, entonces, volvimos a esperar.

Pensé en llamar a Charlie, pero no sabía muy bien que decirle. Me concentré en las noticias, buscando historias sobre Florida o sobre el entrenamiento de primavera, además de huelgas, huracanes o ataques terroristas, cualquier cosa que provocase un regreso anticipado.

Daba la sensación de que la inmortalidad debía de ayudar mucho a ejercitar la paciencia. Ni Jasper ni Alice parecían sentir la necesidad de hacer nada en especial. Durante un rato, Alice dibujó un diseño vago de la habitación oscura qué había visto en su visión, a la luz débil de la televisión. Pero, cuando terminó, simplemente se quedó sentada, mirando las blancas paredes. Tampoco Jasper parecía tener la necesidad de pasear, inspeccionar el exterior por un lado de las cortinas, o pegar puñetazos a las paredes, como me ocurría a mí.

Debí de quedarme dormida en el sofá mientras esperaba a que sonara el móvil.

  


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