miércoles, 7 de junio de 2023
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Eclipse (Jacob & Bella) #2
Luna Nueva (Jacob & Bella) #1
Edward se ha ido y Bella se sume en una depresión gigantesca, a la que poco a poco superará gracias a la ayuda de su mejor amigo Jacob Black. Pero Jacob le demostrará a Bella que él nunca será capaz de dejarla, él se volverá su alma gemela... Hasta el regreso de Edward. Es entonces donde Bella deberá decidir si quedarse con su príncipe azul o con el amor de su vida.
Primera caza
Disclaimer: Los libros aquí transcriptos, así como sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo tengo derecho sobre el fanfic, hecho sin ánimos de lucro, solo por mero entretenimiento.
Ella era más rápida
que yo. No pude imaginar cómo movía sus piernas con tanta asombrosa velocidad,
pero estaba más allá de mí. Y entonces volamos por medio de la red verde viva,
juntas, siguiendo a nada. Mientras corría, no pude evitar reírme despacio por
la emoción; la risa no me detenía o me desconcentraba.
Finalmente pude
entender por qué Edythe no chocaba con los árboles mientras corría —una
pregunta que había sido un misterio para mí. No era una sensación peculiar, el
equilibrio entre la velocidad y la claridad. Puesto que, mientras me disparaba,
bajo, y por el laberinto en un grado que debería haber reducido todo a mí
alrededor a unas simples manchas verdes, pude ver claramente cada diminuta cosa
en esas manchas mientras pasaba.
El viento de mi
velocidad sacudía mi cabello y mi vestido detrás de mí, y, aunque sabía que no
debería, se sintió caliente en mi piel. Así como el rudo piso del bosque no
debería sentirse como terciopelo bajo mis pies, y así como mis brazos y piernas
no deberían sentir que estuviera esquivando suaves plumas en vez de ramas.
El bosque no estaba
tan vivo como pensaba —pequeñas criaturas cuyas existencias nunca hubiera
adivinado abundaron en las hojas a mi alrededor. Todas continuaron silenciosas
después que pasamos, su respiración rápida, con miedo. Los animales tenían una
reacción mucho más sabia a nuestro olor qué las personas humanas. Ciertamente,
había tenido un efecto contrario en mí.
Creía que, en
cualquier momento, me quedaría sin aliento, pero este salía y entraba sin
esfuerzo. También supuse que sentiría como me ardían los músculos, pero mi
fuerza parecía incrementarse mientras me acostumbraba a mis propias zancadas.
Estas se fueron haciendo cada vez más largas, hasta que, muy pronto, Edythe se
vio obligada a esforzarse para mantener mí paso. Me eché a reír de nuevo,
exultante, cuando la oí retrasarse. Mis pies tocaban el suelo ya de forma tan
poco frecuente qué me sentía más como si estuviera volando que corriendo.
—Bella —me llamó
con sequedad.
La voz de Edythe
sonaba monótona, incluso perezosa. No escuché nada más, se había detenido. Se
me pasó por la cabeza la posibilidad de un motín, pero luego, con un suspiro,
giré y fui dando saltos ligeros hasta situarme a su lado, a unos cien metros
atrás. La miré expectante. Estaba sonriendo, sus hoyuelos en despliegue y con
una ceja alzada. Estaba tan hermosa que no podía quitarle los ojos de encima.
—¿Quieres quedarte
en este país? —me preguntó, divertida—. ¿O planeas continuar hasta Canadá esta
misma noche?
—Está bien —admití,
concentrándome menos en lo que estaba diciendo que en la manera hipnótica en la
que se movían sus labios cuando hablaba. Era difícil no distraerse con tantas
cosas nuevas que se ofrecían a mis nuevos y eficaces ojos—. ¿Qué vamos a cazar?
—Alces. Estaba
pensando en algo fácil por ser tu primera vez…
Su voz se
desvaneció cuando mis ojos se entrecerraron a la mención de la palabra «fácil»,
pero no me iba a poner a discutir, estaba demasiado sedienta. Tan pronto como
comencé a pensar en la reseca quemazón de mi garganta, se convirtió en lo único
en lo que podía pensar, y cada vez se ponía peor. Tenía la boca como si
fueran las cuatro de la tarde en pleno junio en el Valle de la Muerte.
—¿Dónde? —le
pregunté, examinando los árboles con impaciencia. Ahora que le había otorgado
mi atención a la sed, parecía contaminar cualquier otro pensamiento que me
pasara por la cabeza, filtrándose dentro de los pensamientos más agradables
como correr, los labios de Edythe, sus besos… y la sed abrasadora. No podía
huir de ella.
—Estate quieta un
momento —me dijo ella, poniéndome las manos suavemente sobre los hombros. La
urgencia de la sed cedió al momento ante su contacto—. Ahora cierra los ojos
—murmuró.
Cuando le obedecí,
alzó las manos hasta mi rostro, acariciándome los pómulos. Sentí como se me
aceleraba la respiración y esperé durante un momento a que se produjera el
rubor qué no se produciría.
—Escucha —me
instruyó Edythe—. ¿Qué oyes?
Me dieron ganas de
contestarle «todo». Su voz perfecta, su aliento, el roce de sus labios entre sí
cuando hablaba, el susurro de los pájaros atusándose las plumas en las copas de
los árboles, sus corazoncitos aleteantes, la caída de las hojas de los arces,
el chasquido ligero de las hormigas siguiéndose unas a otras en una larga línea
mientras subían por la corteza del árbol más cercano… Pero yo sabía que se
refería a algo específico, de modo que dejé qué mis oídos se extendieran a todo
mi alrededor, buscando cualquier cosa distinta al pequeño zumbido de la vida
que me envolvía. Había un espacio abierto cerca de nosotras, y podía percibirlo
porque el viento sonaba de forma diferente al cruzar la hierba expuesta al
aire, y un pequeño arroyo de lecho rocoso. Y allí, cerca del ruido del agua, se
oía el chasquido qué producían unos animales bebiendo a lengüetazos y el alto
batir sonoro de sus pesados corazones, impulsando densas corrientes de sangre…
Sentí como si se me
hincharan las paredes de la garganta.
—¿Al lado del
arroyo, hacia el noreste? —le pregunté, con los ojos todavía cerrados.
—Sí —su tono era de
aprobación—. Ahora… espera a que te llegue otra vez la brisa y… ¿qué hueles?
La olía sobre todo
a ella… un extraño perfume mezcla de miel, lilas y luz del sol, pero también el
aroma rico de la tierra, de la putrefacción y del musgo, de la resina de los
árboles perennes, el cálido efluvio como a nueces de los pequeños roedores
guarecidos debajo de las raíces, y después, al extender de nuevo el radio de
percepción, el olor limpio del agua, que me resultaba sorprendentemente poco
apetecible a pesar de mi sed. Me centré en el agua y encontré el olor que me
había pasado desapercibido con el sonido de los lengüetazos y del latir de los
corazones. Había otro olor cálido, rico y penetrante, más fuerte que todo lo
demás, pero tan poco atrayente como el mismo arroyo. Arrugué la nariz.
Ella se echó a reír
entre dientes.
—Ya lo sé, cuesta
un poco acostumbrarse.
—¿Tres? —intenté
adivinar.
—Cinco. Hay dos más
en los árboles qué tienen detrás.
—¿Y qué hacemos
ahora?
Su voz sonaba como
si estuviera sonriendo.
—¿Tú qué sientes
que hay que hacer?
Pensé en el asunto,
con los ojos aún cerrados, mientras escuchaba y aspiraba el olor. Otro ataque
de sed ardiente se inmiscuyó en mi consciencia y, de repente, el hedor cálido y
penetrante se me antojó menos desagradable. Al menos podría llevarme algo
caliente y húmedo a mi boca reseca. Se me abrieron los ojos de golpe.
—No lo pienses —me
aconsejó, mientras alzaba las manos de mi rostro y daba un paso hacia atrás—.
Simplemente, sigue tus instintos.
Me dejé llevar a la
deriva por el olor, sin ser apenas consciente de mis movimientos, y me deslicé
como un fantasma por la pendiente inclinada hacia el estrecho prado donde fluía
la corriente. Mi cuerpo cambió su postura de forma automática hasta agazaparme,
muy pegada al suelo, mientras dudaba en el límite del bosque, cubierto por los
helechos. Pude ver un gran ciervo macho con dos docenas de puntas en la cornamenta
qué coronaba su cabeza justo al borde de la corriente, y los contornos
punteados por las sombras de otros cuatro que se dirigían hacia el interior del
bosque, en dirección este, a paso lento.
Me concentré en el
olor del macho, en aquel punto caliente de su cuello peludo donde el pulso
cálido latía con más fuerza. Eran solo unos treinta metros, dos o tres brincos,
lo que había entre nosotros. Me tensé para dar el primer paso.
Pero el viento
cambió cuando contraje los músculos para prepararme y sopló desde el sur con
más fuerza. No me paré a pensar, sino que pasé volando por un camino
perpendicular a mi plan original, asustando al ciervo, qué salió disparado
hacia el bosque, mientras yo abordaba una nueva fragancia tan atractiva que no
me dejaba ninguna otra elección. Me resultaba imposible de evitar.
El olor me dominó
por completo. Cuando lo rastreé me volví totalmente decidida, consciente de
solo la sed y del aroma qué prometía sacarla. La sed empeoró, tan dolorosa
ahora que confundió todos mis pensamientos y comenzó a recordarme la quemazón
del veneno en mis venas.
Había solo una cosa
que podía tener alguna oportunidad de alterar mi concentración ahora, un
instinto mucho más poderoso, más básico que la necesidad de saciar aquel fuego…
el instinto de protegerme del peligro. La supervivencia.
Noté qué me
seguían, lo que me puso alerta de pronto. El empuje del aroma irresistible
guerreó contra el impulso de volverme y defender mi caza. Me surgió una burbuja
de sonido del pecho y se me retiraron los labios por sí mismos para exponer mis
dientes. Mis pasos fueron perdiendo velocidad, la necesidad de protegerme la
espalda luchando contra el deseo de saciar mi sed.
Entonces pude
escuchar como ganaba ventaja mi perseguidora y el instinto de defensa venció.
Cuando giré, el sonido que se iba alzando se abrió camino a través de mi
garganta y salió hacia fuera.
El rugido salvaje
qué salió de mi propia boca fue tan inesperado que me dejó clavada en el suelo.
Eso me desestabilizó, y me aclaró la cabeza durante un segundo. La niebla
provocada por la sed cedió, aunque la sed continuó ardiendo.
El viento cambió,
trayendo el aroma de tierra húmeda y de la lluvia a punto de caer y lo estampó
contra mi rostro, liberándome además de la fiera sujeción del olor, un olor tan
delicioso que solo podía ser humano.
Edythe dudó a unos
cuantos pasos, con los brazos alzados como si fuera a abrazarme o sujetarme. Su
rostro estaba atento y cauteloso cuando me quedé helada, horrorizada.
Me di cuenta de que
había estado a punto de atacarla. Con una fuerte sacudida, me enderecé,
abandonando mi postura defensiva. Contuve el aliento cuando volví a
concentrarme, temiendo el poder de la fragancia que giraba procedente del sur.
Ella pudo comprobar
cómo regresaba la razón a mi rostro, y dio un paso hacia mí, bajando los
brazos.
—He de irme de aquí
—escupí entre dientes, usando el aliento qué me quedaba.
El asombro le cruzó
el rostro.
—Pero ¿acaso serias
capaz de irte?
No tuve tiempo para
preguntarle lo que quería decir con eso. Comprendí que la habilidad de razonar
con claridad me duraría tanto como pudiera evitar el pensar en ello…
Rompí a correr de
nuevo, una carrera acelerada y frenética justo hacia el norte, concentrándome
solamente en la incómoda sensación de privación sensorial que parecía ser la
única respuesta de mi cuerpo a la falta de aire. Mi objetivo era huir lo más
lejos posible de aquel olor hasta que se perdiera por completo. Era imposible
de encontrar, incluso aunque cambiara de opinión…
Una vez más, fui
consciente de que alguien me seguía, pero ahora estaba cuerda. Luché contra el
instinto de respirar para usar los ingredientes del aire y constatar qué era
Edythe. No tuve que pelear mucho, aunque estaba corriendo como nunca, disparada
como una cometa a través del camino más directo que pude encontrar entre los
árboles. Edythe me alcanzó al cabo de un minuto escaso.
Se me ocurrió una
nueva idea, y me quedé parada como una piedra, plantada sobre mis pies. Estaba
segura de que allí me hallaba a salvo, pero contuve el aliento solo por si
acaso.
Edythe pasó volando
a mi lado, sorprendida por mi súbita detención. Revoloteó y regresó a mi lado
en un segundo. Puso las manos sobre mis hombros y me miró fijo a los ojos,
atónita ante la emoción que dominaba mi rostro.
—¿Cómo has hecho
eso? —me preguntó con exigencia.
—Antes dejaste qué
te ganara, ¿verdad? —le repliqué a mi vez, ignorando su pregunta. ¡Y yo que
pensaba que lo estaba haciendo tan bien!
Cuando abrí la
boca, probé el sabor del aire, qué ahora no estaba contaminado por nada, sin
traza alguna del perfume absorbente que atormentaba mi sed. Inhalé
cuidadosamente.
Ella se encogió de
hombros y sacudió la cabeza, rehusando que le cambiara de tema.
—Bella, ¿cómo lo
has hecho?
—¿Correr?
Contuve el aliento.
—Pero, ¿por qué has
dejado de cazar?
—Cuando viniste
tras de mí… lo siento tanto.
—¿Por qué te
disculpas conmigo? Soy la única que ha sido horriblemente descuidada. Yo he
asumido que no habría nadie cerca de las sendas al uso, pero debería haberlo
comprobado primero. ¡Qué error tan estúpido! No tienes nada por lo que
disculparte.
—¡Pero te he
gruñido! —estaba todavía horrorizada por haber sido capaz de tan horrible
blasfemia.
—Claro que lo
hiciste. Eso es lo único natural, pero no puedo entender por qué has huido.
—¿Qué otra cosa
podía hacer? —le pregunté. Su actitud me confundía. ¿Qué quería ella que
hubiera ocurrido?—. ¡Podía haber sido alguien que conociera!
Ella me sorprendió,
al explotar de repente en un ataque de fuertes risotadas, echando la cabeza
hacia atrás y dejando que el sonido hiciera eco en los árboles.
—¿Por qué te ríes
de mí?
Se detuvo de
pronto, y pude ver que recuperaba la expresión cautelosa.
¡Mantén el
control!, pensé para mí. Tenía que vigilar mi temperamento.
—No me estoy riendo
de ti, Bella. Me río porque estoy en estado de shock…, asombrada de
verdad.
—¿Por qué?
—No deberías ser
capaz de hacer nada de eso. No deberías ser… tan racional. No deberías estar
aquí discutiendo conmigo con toda calma y frialdad. Y por encima de todo lo
demás, no deberías ser capaz de interrumpirte en mitad de una caza cuando has
percibido el olor a sangre humana en el aire. Incluso los vampiros maduros
tienen dificultades en estos casos, por eso tenemos siempre mucho cuidado de que
en los lugares donde cazamos no haya nada capaz de convertirse en una tentación
para nosotros. Bella, te estás comportando como si tuvieras décadas en vez de
días.
—Oh… sabía que todo
esto iba a ser muy difícil, y por eso estaba tan en guardia. Ya esperaba que
fuera así de duro.
Puso sus manos otra
vez en mi rostro, y sus ojos estaban llenos de maravilla.
—No sé lo que daría
por poder mirar dentro de tu mente justo en este momento.
Qué emociones tan
poderosas. Estaba preparada para la parte de la sed, pero no para esto. Estaba
tan segura de que no sería igual cuando ella me tocara… Bueno, siendo sincera,
no era lo mismo.
Era mucho más
fuerte.
Alcé los dedos para
trazar su rostro y se detuvieron en sus labios.
—Pensé que no me
sentiría así durante mucho tiempo —y mi inseguridad hizo que esas palabras
parecieran una pregunta—. Pero todavía te quiero.
Ella parpadeó
asombrada.
—¿Y cómo es que
puedes concentrarte en eso? ¿No sientes una sed insoportable?
¡Claro que la
sentía ahora, una vez que ella había traído el tema a colación!
Intenté tragar y
luego suspiré, cerrando los ojos como había hecho antes para ayudarme a
concentrarme. Dejé qué mis sentidos se extendieran a mi alrededor, tensa esta
vez ante la posibilidad de un nuevo ataque de aquel delicioso aroma prohibido.
Edythe dejó caer
los brazos, sin respirar siquiera, mientras yo escuchaba más y más lejos,
extendiéndome por la red verde de vida, buscando a través de todos los olores
para identificar algo que no fuera del todo repelente para mi sed. Había el
ligero trazo de algo diferente, un tenue rastro que se dirigía hacia el este…
Se me abrieron los
ojos de golpe, pero mi interés estaba aún centrado en mis sentidos más
desarrollados cuando me volví y me lancé quedamente hacia el este. El terreno
se alzó de forma acusada casi de pronto, y corrí agachada en postura de caza,
cercana al suelo, acercándome a los árboles donde eso resultaba más fácil.
Sentí más que oí a Edythe detrás de mí, fluyendo de modo silencioso a través de
los bosques, dejándome a mí la guía.
La vegetación fue
raleando a medida que ascendíamos; el olor de la brea y la resina se volvió
cada vez más fuerte, como la pista que seguía, un olor cálido, más intenso que
el del alce y mucho más atractivo. Unos cuantos segundos más tarde pude
escuchar el golpeteo sordo de unas patas inmensas, mucho más sutiles que el
crujido de los cascos. El sonido se percibía arriba, en las ramas, más que el
suelo. De forma automática me lancé hacia las ramas, ganando una posición más
estratégica, a mitad de camino de un imponente abeto plateado.
El golpeteo sordo
de las patas continuó escuchándose furtivo, ahora a mis pies. El suculento
efluvio se percibía ya muy cerca. Mis ojos localizaron el movimiento que había
provocado el sonido, vi la piel leonada de un gran felino deslizándose por la
amplia rama de un abeto justo debajo de mí y hacia la derecha de donde yo me
encontraba. Era grande, fácilmente cuatro veces mi tamaño. Tenía los ojos
clavados en algo que había en el suelo debajo de nosotros, sin duda, estaba
cazando, como yo. Capté el aroma de algo más pequeño, insulso comparado con el
olor de mi presa, encogido en un arbusto a los pies del árbol. La cola del puma
se retorcía de modo espasmódico, preparándose para saltar.
Con un pequeño
impulso, volé por el aire y aterricé al lado del puma. El sintió temblar la
rama y se giró, chillando de sorpresa y desafío. Cerró el espacio que había
entre nosotros, con los ojos brillantes de furia. Yo, que estaba ya medio
enloquecida por la sed, ignoré sus colmillos expuestos y las garras engarfiadas
y salté sobre él, derribándolo hasta caer al suelo del bosque.
No fue una gran
lucha.
Sus garras afiladas
lo mismo hubieran sido dedos cariñosos si hubiéramos tenido en cuenta el
impacto que tuvieron sobre mi piel. Tampoco sus dientes tuvieron mucho que
hacer contra mi hombro o mi garganta y su peso no era nada para mí. Mis dientes
buscaron certeros su garganta y su resistencia instintiva fue lamentablemente
débil contra mi fuerza. Encontré con facilidad el punto preciso donde el flujo
de calor se concentraba.
Me costó menos
esfuerzo que si hubiera estado mordiendo un trozo de mantequilla. Mis dientes
eran como cuchillas de acero. Cortaron a través de la piel, la grasa y los
tendones como si no estuvieran allí.
El sabor no era muy
bueno, pero la sangre era caliente y húmeda, y suavizó la sed mordiente y
desesperada mientras bebía con apresurada impaciencia. Los intentos del puma
por luchar se hicieron cada vez más débiles y sus gritos se ahogaron con un
gorgoteo. La calidez de su sangre irradió por todo mi cuerpo, calentándome
hasta las puntas de los dedos de los pies y las manos.
El puma murió antes
de que yo terminara. La sed ardió de nuevo cuando se quedó seco, y yo aparté
lejos de mi cuerpo su carcasa vacía, disgustada. ¿Cómo podía sentirme sedienta
después de todo esto?
Me erguí
completamente derecha en un solo movimiento rápido. Una vez de pie, me di
cuenta de que estaba hecha un desastre. Me limpié la cara con el dorso del
brazo e intenté arreglarme la ropa. Las garras, que tan ineficaces habían sido
contra mi piel, habían tenido bastante éxito con el fino satén.
—Mmm —ronroneó
Edythe. Alcé la mirada y la encontré reclinada con aire casual contra el tronco
de un árbol, observándome con un gesto pensativo en el rostro.
—Creo que debería
haberlo hecho mejor —estaba cubierta de polvo, con el pelo enredado, el vestido
manchado de sangre y colgando en harapos. No creía que Edythe regresara de sus
expediciones de caza con este aspecto.
—Lo has hecho
estupendamente —me aseguró—. Es solo que… ha sido mucho más difícil para mí
observar de lo que debería haber sido.
Alcé las cejas,
confusa.
—Va contra mis
principios —me explicó—, lo de dejarte luchar con pumas. No sabes el ataque de
ansiedad que he sufrido durante todo el rato.
—Que tonta.
—Ya lo sé, pero no
es fácil desprenderse de los viejos hábitos. De todas formas, me gustan los
nuevos arreglos de tu vestido.
Si hubiera podido
ruborizarme lo habría hecho, así que cambié de tema.
—¿Por qué tengo sed
todavía?
—Porque aún eres
muy joven.
Suspiré.
—Y supongo que no
hay ningún otro puma por aquí.
—Hay ciervos por
todas partes, de todos modos.
Puse cara rara.
—No huelen ni la
mitad de bien.
—Son herbívoros.
Los carnívoros huelen más parecido a los humanos —volvió a explicarme.
—No se le acercan
ni de lejos a los humanos —le discutí, intentando no recordarlo.
—Podemos regresar
—comentó de forma solemne, aunque había una chispa divertida en sus ojos—.
Fueran quienes fueran los que estaba allí, lo más probable es que no les
hubiera importado que los matasen si fueses tú quién lo hiciera —su mirada vagó
de nuevo por mi vestido destrozado—. De hecho, probablemente pensarían que
estaban ya muertos y en el cielo en el momento que te vieran.
Puse los ojos en blanco
y resoplé.
—Anda, vamos a
cazar algunos de esos malolientes herbívoros.
Encontramos un gran
rebaño de ciervos mulo mientras corríamos de regreso a casa. En aquella
ocasión, ella cazó conmigo, ahora que yo había aprendido. Maté un macho enorme,
haciendo un desastre casi tan grande como el del puma. Ella acabó con dos antes
de que yo hubiera terminado con el primero, sin que se le moviera un pelo de su
sitio, y sin que le cayera ni una mancha en su ropa. Perseguimos la manada
aterrorizada y dispersa, pero, en vez de alimentarme de nuevo, esta vez yo
observé con cuidado cómo se las arreglaba para hacerlo de un modo tan pulcro.
La vez que había
deseado que Edythe no me dejara atrás mientras cazaba, secretamente, me había
sentido un poco aliviada. La verdad es que estaba segura de que verla sería
aterrador, espantoso. En definitiva, que verla cazar la mostraría ante mis ojos
como la vampira que era en realidad.
Pero claro,
resultaba muy distinto desde esta perspectiva, siendo vampira yo también. Aun así,
dudaba de que, incluso a mis ojos humanos, la belleza de todo esto me hubiera
pasado desapercibida.
Era una experiencia
sorprendentemente sensual observar cazar a Edythe. Su salto suave era como el
ataque sinuoso de una serpiente. Sus manos eran tan seguras, tan fuertes, tan
por completo ineludibles… Sus labios llenos lucían perfectos cuando se
separaban gráciles para mostrar sus dientes relumbrantes. Era gloriosa. Sentí
un estremecimiento tanto de deseo como de orgullo. Era mía. Nada la separaría de
mí a partir de ahora. Era demasiado fuerte para que nadie pudiera arrancarme de
su lado.
Fue muy rápida. Se
volvió hacia mí y observó con curiosidad mi mirada de deleite.
—¿Ya no tienes más
sed? —me preguntó.
Yo me encogí de
hombros.
—Me has distraído.
Eres mucho mejor en esto que yo.
—Siglos de práctica
—me sonrió. Sus ojos mostraban un encantador y desconcertante matiz dorado en
ese momento.
—Solo uno —le
corregí.
Ella se echó a
reír.
—¿Has terminado por
hoy o quieres continuar?
—He terminado, creo
—me sentía muy llena, incluso a punto de reventar. No estaba segura de cuánto
líquido más me cabría en el cuerpo, aunque la quemazón de mi garganta solo
había sido aplacada. Otra vez comprendí que la sed era una parte inevitable de
esta vida.
Y merecía la pena.
Me tendió la mano y
la tomé, sintiéndola más cálida que antes. Su mejilla parecía ligeramente
ruborizada, y ya no había sombras debajo de sus ojos.
Fui incapaz de
resistir el acariciar su rostro una vez más. Y otra. Me hundí en sus ojos
dorados.
Era casi tan
difícil como resistirse al olor de la sangre humana, pero de algún modo mantuve
clara en mi mente la necesidad de tener cuidado cuando me acerqué a ella y la
envolví con mis brazos. Con cuidado.
Pero ella no fue
tan vacilante en sus movimientos. Sus brazos se cerraron en torno a mi cintura
y me apretó con fuerza contra su cuerpo. Sus labios aplastaron los míos, pero
los sentí suaves. Los míos ya no buscaron su lugar en los suyos, sino que
siguieron también su propio camino.
Fue como si el tacto
de su piel, sus labios y sus manos se hundieran a través de mi suave y dura
piel hasta llegar a mis nuevos huesos y al mismo centro de mi cuerpo. No me
había imaginado que pudiera amarla más de lo que lo había hecho hasta ahora.
Mi vieja mente no
hubiera sido capaz de soportar un amor tan excesivo. Tampoco mi corazón hubiera
sido lo bastante fuerte para haberlo aguantado.
Tal vez esta era la
parte de mí que se intensificaría en mi nueva vida. Como la compasión de
Carlisle o la devoción de Esme. Probablemente, nunca sería capaz de hacer nada
interesante ni especial como Edythe, Alice o Jasper. Quizá mi único mérito
sería amar a Edythe más de lo que nadie hubiera amado a otra persona en toda la
historia del mundo.
Podía vivir con
ello.
Recordaba algunas
cosas que antes había experimentado, como entrelazar mis dedos en los suyos, en
su pelo, pero algunas otras eran nuevas. Ella era nueva, para mí. Era una
experiencia completamente distinta que me besara sin miedo y con tanta fuerza.
Respondí a su intensidad, y de pronto, nos caímos al suelo.
—Ups —exclamé y
ella se echó a reír debajo de mí—. No quería tirarte de este modo. ¿Estás bien?
Ella acarició mi
cara.
—Algo mejor que
bien.
Me puse de nuevo de
pie, tirando de ella conmigo. Me tomó de la mano y ambas volvimos a casa.